nº31 | construyendo posibles

Huerta las Moreras:

belleza y complejidad de la gestión vecinal

Una de las iniciativas sociales que ha ido instalándose en el paisaje de nuestra ciudad estas últimas décadas ha sido la creación de los huertos urbanos. Si paseamos por el parque de Miraflores nos encontramos con los que fueron los primeros de estos huertos de ocio. Cualquier vecino o vecina que esté cultivando en este momento nos dirá que, aunque hay una Asociación de Hortelanos, Huerta las Moreras, que organiza el día a día de los huertos, la gestión oficial actual está en manos del Ayuntamiento de Sevilla, a través de una empresa de servicios externa a la que fue adjudicada hace dos años.

Pero ¿cómo se crearon y cómo han funcionado estos huertos desde su creación, allá por 1991, hasta 2016? ¿Qué procesos sociales fueron necesarios para generar y consolidar esta iniciativa ciudadana por la que han pasado miles de escolares durante estos 25 años y que cuenta hoy con 175 parcelas de huertos familiares y para entidades?

Una mirada hacia los años 80 nos puede aclarar estas preguntas y puede propiciar un análisis socio-político sobre cómo ha ido transformándose la relación de la ciudadanía con su entorno en cuanto a la concepción de su capacidad vecinal para intervenir en él y transformarlo. En la huerta las Moreras se intervino directamente, cuando aún no existía la ventanilla oficial de ningún «Área de participación ciudadana» sino que dicha participación se ejercía in situ, por derecho propio, por nuestros medios, por identificación y conexión natural con nuestro entorno y sin pedir permiso previo en algunas ocasiones. También, esta mirada nos puede invitar a reflexionar sobre la complejidad que conlleva la gestión vecinal de un proyecto reivindicativo que genera a su vez puestos de trabajo y el entramado que dichas relaciones sociales y económicas van tejiendo a lo largo del proceso.

Queremos unos huertos, manos a la obra

El Programa Huerta las Moreras inició su andadura en 1991. Para comprender cómo fue este parto vecinal tenemos que remontarnos a Pino Montano, barrio obrero construido como tantos barrios del norte de Sevilla sobre las antiguas huertas que abastecían la ciudad.

Se construyó precisamente sobre las tierras aledañas al cortijo de las Casillas, cercano a la hacienda Miraflores que da nombre al parque. Quienes pasamos nuestra infancia y juventud en Pino Montano y San Diego, conocíamos el actual terreno del parque de Miraflores (86 hectáreas, divididas hoy por la S30) como un terreno agrícola cultivado en la zona de Pino Montano y lleno de escombreras y montículos en la zona de San Diego; terreno ya expropiado y de propiedad municipal, destinado a ser parque. En el PGOU de 1963 ya estaba prevista su construcción, que vendría a cubrir la necesidad de zonas verdes, tan olvidadas en el rápido y desordenado crecimiento urbanístico de estos nuevos barrios. Pero el parque, en la década de los 80, seguía sin construirse. En ese contexto se creó el Comité Pro-Parque Educativo Miraflores, en 1983, de la mano de vecinos y vecinas provenientes de diferentes movimientos asociativos, de las APAs (actualmente AMPAs), movimientos sindicales, etc., que vieron clara la necesidad de organizarse para que el parque empezase a construirse pero, sobre todo, vieron claro que dicha construcción tenía que hacerse teniendo en cuenta qué querían los vecinos y vecinas, cómo lo querían y para qué.

Y se empezó por donde era lógico empezar: investigando cómo era el terreno del futuro parque. Así descubrieron que en la abandonada hacienda Miraflores y edificios aledaños había importantes restos arqueológicos, testigos de este pasado rural.

Estas señas de identidad agrícolas se vivieron desde el principio como un legado patrimonial que enriquecía la zona histórica y culturalmente. No solo hay historia y patrimonio en el casco histórico de la ciudad, también nuestro territorio periférico nos ofrecía su propio bagaje y tesoros.

El siguiente paso era dar a conocer este patrimonio, especialmente en los barrios colindantes, hacer visible la riqueza y a la vez el abandono de la hacienda, el retraso del PGOU en la construcción del parque y, todo ello, conectarlo con las necesidades de la población. Una de las líneas de actuación en torno a los años 1985-86 fue el acercamiento al barrio de San Diego, su Asociación de Vecinos Andalucía y su colectivo de jóvenes ecologistas Aire Libre. Los terrenos cercanos a San Diego, pertenecientes al futuro parque, eran unas escombreras y no se cultivaban, así que el abandono y la dejadez municipal eran más visibles. La reivindicación del parque en esta zona era urgente.

Las acciones reivindicativas e informativas de esta primera etapa se concretaron en múltiples charlas en barrios y centros educativos, jornadas, publicaciones y pasacalles que poco a poco fueron ampliando la red vecinal sensible e involucrada en el proceso.

De estas primeras fases de investigación y difusión se pasa a las propuestas y al diseño de programas específicos de intervención: no solo se reivindica que queremos un parque educativo sino que se pasa a idear y diseñar propuestas concretas vecinalmente. Desde esta visión del entorno como patrimonio vivo, como recurso para el desarrollo, se generan los dos grandes proyectos impulsados desde el Comité Pro-Parque Educativo: la escuela taller Miraflores y el programa Huerta las Moreras.

En las campañas de difusión, se empiezan a transmitir mensajes muy claros a través de las rimas, por ejemplo, de un canto de ciegos, función teatral utilizada en los pasacalles lúdicos‑informativos de esa etapa: «¿Nuestros jóvenes parados y el cortijo abandonado? ¡ESCUELA TALLER YA!». La escuela taller se consiguió, se fue renovando año tras año pasando por diferentes etapas (casa de oficios, talleres de empleo, etc.) hasta que la crisis provocó su paralización en el curso 2014-15.

Del dicho al hecho no hubo mucho trecho

El pasado agrícola de la zona, la convicción de la necesidad de intervenir directamente sobre el terreno, la visión clara de utilizar el entorno como herramienta educativa, la presencia de representantes de varias AMPAs en el Comité, la participación de jóvenes activistas y ecologistas del barrio de San Diego, el deseo de muchas personas jubiladas de la zona, provenientes muchas del mundo rural, de recuperar su conexión con la tierra; eran todas premisas más que suficientes para la creación de los huertos escolares y los huertos de ocio.

Y, como en muchas de las transformaciones sociales que se han ido consolidando, la apropiación por parte del vecindario de la idea y del terreno fue el motor inicial. Tanto la hacienda Miraflores como la Casa de las Moreras y las casi tres hectáreas aledañas a ambas fueron ocupadas por integrantes del Comité Pro-Parque, de las AMPAs de colegios de Pino Montano y San Diego, por abuelos y abuelas con ganas de cultivar, por niños y niñas de los colegios y por jóvenes en paro con ganas trabajar. El primer día que entramos en la torre mudéjar muchas nos fuimos a casa con todas las picaduras de pulgas del mundo, las que se pueden esperar al entrar en un cortijo agrícola abandonado, pero nos picaba más la emoción del empoderamiento, ese picor vigorizante de las acciones justas y llenas de sentido: ya que el Ayuntamiento no lo rehabilita, empezamos a hacerlo nosotras.

Esas primeras jornadas de intervención fueron claves para el arranque del proyecto. Convertimos la Casa de las Moreras en la sede del Comité, en una jornada de limpieza y encalamiento colectiva que aglutinó a vecinos y vecinas de todas las edades, participando activamente en la adecuación de la Casa para su nueva función histórica.

Paralelamente, se redacta el «Programa Huerta Las Moreras», con el diseño didáctico propuesto desde el Comité:

  • Huertos escolares: para trabajar con alumnado de 5º de Primaria de los colegios de la zona, dos tardes por semana cada centro, 15 alumnxs por centro.
  • Huertos de ocio: repartición paulatina de parcelas a personas, familias, entidades y colectivos para producción agroecológica destinada al autoconsumo.
  • Itinerarios pedagógicos: rutas por el parque de Miraflores para mostrar su riqueza patrimonial y natural, ofertadas a centros educativos y entidades.
  • Aula de la naturaleza: realización de talleres de educación medioambiental.

Este proyecto se presentó inicialmente al distrito Macarena, que aportó las primeras subvenciones y un equipo inicial de profesionales (que empezaron a ser gratificados como monitores), para organizar y llevar a cabo todo el programa.

Pero en honor a la verdad, no son esas pequeñas e inconstantes subvenciones las que hacen posible que el proyecto echase a rodar, sino el nivel de implicación personal tanto del vecindario como de las primeras personas remuneradas, que no eran solo técnicas, eran a la vez vecinas participantes en el proyecto y cocreadoras del mismo. Y, también, la amplia red de recursos vecinales que se utilizó, como el contacto directo con agricultores de las huertas cercanas, que vinieron con su tractor a arar gratis la tierra para trazar las primeras parcelas.

Posteriormente, el Ayuntamiento asume la existencia y consolidación de los huertos dentro del diseño del parque (aunque la gestión de estos está siempre en manos del Comité) y, junto con las primeras intervenciones de la escuela taller, se empieza a construir el parque por la zona de San Diego y, años más tarde, en la zona de Pino Montano.

Las personas que participamos en esta creación colectiva aprendimos que la intervención ciudadana directa en el entorno puede abrir las puertas a la posterior implicación municipal, que podemos plantear iniciativas y llevarlas a cabo, y que el motor de los verdaderos cambios sociales se enciende siempre a partir de respuestas reales y concretas a las necesidades detectadas.

La complejidad de la gestión vecinal

Y, junto a la belleza del proceso creativo, la complejidad de la gestión vecinal. Una vez conseguida la creación de los huertos ahora tocaba gestionarlos. Durante 25 años ininterrumpidos, hasta 2016, el Comité Pro-Parque ha reinventado y gestionado el proyecto, recibiendo la subvención correspondiente y pagando a las personas que trabajaban (como educadoras o técnicas) en los huertos escolares, huertos de ocio y demás proyectos vinculados.

El proceso, lógicamente, fue pasando por diferentes fases en todo este tiempo. De la subvención inicial del distrito Macarena se pasó a la del Área de Participación Ciudadana. Y los proyectos de intervención diseñados inicialmente fueron transformándose, surgiendo otras iniciativas como la creación del invernadero y la tienda ecológica dentro de los huertos de ocio. Se consolidaron la Cata de la Patata, el programa de hortelanos tutores (personas adultas que colaboraban con los huertos escolares) y un largo etcétera de iniciativas educativas.

Las dificultades empiezan a notarse cuando, a partir de la crisis, las subvenciones empiezan a disminuir pero los proyectos y la plantilla continúan funcionando.

El cansancio de tantos años de gestión y el temor de tener nóminas impagadas lleva al Comité Pro-Parque a delegar la gestión, se retira de dicha responsabilidad en 2016 y la gestión pasa al Ayuntamiento, quien contrata a una empresa de servicios externa, con su personal propio. El proyecto de huertos escolares desaparece y el nuevo equipo técnico actual se encarga de gestionar todos los huertos de ocio de Sevilla. La crisis generada entre el Comité y el antiguo y veterano equipo de trabajadorxs del programa, que ya no era el cocreador del proyecto desde 1994, hace patente la dificultad de este tipo de procesos, en los que una entidad vecinal, de carácter reivindicativo y socioeducativo, se convierte a la vez en gestora de un proyecto que genera empleos y que recibe dinero público.

Esta experiencia, repetida en otros colectivos y asociaciones de nuestra ciudad, nos puede servir de reflexión y análisis, de aprendizaje colectivo de cara a nuevos procesos sociales. Podríamos hacernos una serie de preguntas a raíz del desenlace vivido en la huerta las Moreras:

  • ¿Podría haberse hecho de otra manera?
  • ¿Cómo funcionan los canales de comunicación entre el comité vecinal impulsor y el equipo técnico?
  • ¿La constitución interna del Comité fue transformándose y reciclándose a lo largo de los años para garantizar el necesario relevo generacional y los nuevos apoyos que se necesitan para evitar el desgaste?
  • ¿Se podrían haber planteado otras fórmulas ante las dificultades económicas que fueron apareciendo, por ejemplo, la creación de una cooperativa de trabajadorxs?
  • ¿Cómo garantizar la estabilidad y dignidad laboral del equipo técnico cuando el empleo generado no cuenta con una base económica estable?
  • ¿Qué diferencias hay entre la vinculación laboral de un técnicx que trabaja para la administración y la de un técnicx que trabaja con un colectivo vecinal reivindicativo?
  • ¿Cómo influye en las acciones y el proceso de un colectivo vecinal el hecho de recibir dinero público? ¿Le hace menos crítico por temor a la pérdida del apoyo económico o de la buena marcha de las negociaciones?
  • ¿Cómo se toman las decisiones en los procesos colectivos?
  • ¿Se podrían investigar nuevas formas de gestión ciudadana para evitar que proyectos tan arraigados socialmente queden en manos de personal ajeno al contexto y al margen de las conexiones vecinales que lo han creado?
  • ¿Se puede llegar a percibir al vecindario que ha propiciado los puestos de trabajo como patrones del equipo técnico?
  • ¿Sería posible algún tipo de cogestión entre Ayuntamiento y Comité?

Complejo, pero ahí está

En 1983 se empezó a soñar que un parque educativo sería construido y, gracias al esfuerzo vecinal, ahí está. Todo proceso ciudadano que genera frutos visibles nos aporta pistas para nuestras realidades actuales, así como sus dificultades y crisis nos pueden invitar también a reflexiones constructivas para seguir inventando la ciudad y las relaciones sociales que queremos.

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