nº27 | desmontando mitos

El mito de la modernidad

Ser moderna como única opción.

Para empezar por el principio, veamos cuáles son esos mitos a través de los que se construye la modernidad.

  • La sociedad europea moderna se instaura como la más desarrollada y superior.
  • La sociedad europea tiene el deber moral de desarrollar los pueblos más primitivos y bárbaros.
  • El modelo de desarrollo es solo uno: el que se ha dado en  Europa y es el que deben seguir todas las sociedades.
  • La modernidad civiliza y todo lo que se opone a la modernidad y el desarrollo es incivilizado y bárbaro y justifica el empleo de la violencia para reducir la oposición.
  • Se concibe el tiempo como lineal, es la idea de que la historia es lineal, tiene un sentido, una dirección y los países desarrollados van delante.

La modernidad es la narración que sostiene el sistema económico y social imperante. Es un mito eurocéntrico que define el sistema mundo. Se trata de un constructo conceptual del «modelo ario» racista que acuñó el poder económico europeo en un momento determinado, en Italia s. XV, en Alemania siglos XVI a XVIII, en Francia siglo XVII, e Inglaterra en el siglo XIX. Existen momentos claves en los que se construye la subjetividad moderna, la Reforma, la Ilustración y la Revolución Francesa.

A partir de este mito se llevó a cabo la «empresa civilizatoria» de la colonización de los pueblos, los territorios, y las culturas no occidentales. El uso de la violencia se justificó por la altura moral de la «empresa civilizatoria» que llevaba a la humanidad al desarrollo. Esta ideología de la modernidad sigue siendo la subjetividad que justifica la jerarquía que impone el occidente blanco en el mundo.

Cuando hablamos de que es una subjetividad, significa que es un punto de vista, un sentir, y un pensamiento sobre el mundo que está en la mente y los cuerpos de cada una de las personas que lo habitamos. El pensamiento crítico o las prácticas transformadoras no han quedado fuera de este mito de la modernidad; y la disidencia política, en muchos casos, también identifica los discursos anti-sistema europeos como los universales.

El mito de la modernidad no se manifiesta únicamente en ideas expresamente racistas y de superioridad blanca del tipo «las musulmanas son machistas y hay que alfabetizarlas en el feminismo», sino que también se manifiesta en ideas más sutiles que nos atraviesan a todas y que están presentes en nuestro día a día. Un nombre comercial en inglés es más comercial, una cheslong queda mejor que una mesa camilla, «ser ama de casa es un atraso: para ser una mujer moderna hay que desarrollar una carrera profesional», «la copla es una horteridad» y en el mejor de los casos es kitsch. Esas cotidianidades modernas que trazan una línea imaginaria sobre lo que es, o no, desarrollado.

Para bajar la teoría del mito de la modernidad a nuestro territorio y momento, qué mejor ejemplo que la andaluzofobia.

La andaluzofobia es un ejemplo de cómo actúa el mito de la modernidad. Andalucía se ha concebido desde sí misma y desde el exterior como periferia a pesar de estar geográficamente en Europa. Una cultura no-europea, no-desarrollada y no-moderna. La andaluzofobia como idea de inferioridad civilizatoria de lo andaluz, es un mito asumido y reproducido incluso por muchas personas andaluzas.

En las décadas de los años ochenta y noventa del siglo XX, amplios sectores progresistas andaluces identificaban el flamenco como una cultura musical arcaica, retrógrada o vulgar. La cultura punk —blanca y europea— se instauraba como el vehículo musical para la disidencia política, lo moderno y lo desarrollado. Como venimos diciendo, el mito de la modernidad se cuela incluso en los discursos críticos con el sistema. En la actualidad, el flamenco goza de mayor prestigio que en décadas pasadas, aunque no vamos a decir que afortunadamente, porque muy posiblemente, esta suerte se deba a un proceso de mercantilización y no tanto a consecuencia de la toma de conciencia de la identidad andaluza; pero esto daría para otro artículo sobre mitos.

Esta idea de concebir rasgos identitarios de la cultura andaluza como arcaicos, incivilizados o antiguos se reproduce constantemente. La espiritualidad o religiosidad se interpretan como inferioridad cultural. Las procesiones, las vírgenes, la celebración de los santos, los concursos de saetas o el luto, suelen interpretarse con una mirada estrecha occidental y verse como prácticas a superar que evidencian la necesidad de alfabetizar al pueblo. Más allá de la conveniencia que para el Poder puedan o no suponer estas prácticas, es necesario releerlas con una mirada anti-moderna y ver en ellas referentes emocionales que se convierten en resistencia la homogeneización cultural que se pretende.

Las formas de inferiorización en la escala del desarrollo pueden a veces pasar más desapercibidas, e incluso parecer inocentes, por ejemplo, en forma de humor. Hacer chistes también es una manera de marcar la línea entre lo apropiado y lo inapropiado.    Lo cómico que resultan las formas de hablar o de vestir de las mujeres de barrios y pueblos andaluces es otro ejemplo de la subjetividad sobre lo moderno y lo antiguo que lamentablemente nos atraviesa. Una y otra vez se repite el arquetipo de la cateta de pueblo, la maruja de barrio, o la cani, como la imagen de lo subdesarrollado, lo no moderno y lo antiguo. La frase bastante común de «ella es mora pero es moderna», o,  «tú no pareces gitana porque eres moderna como nosotras», son, creo, suficientemente ejemplificadoras de la hipótesis que exponemos aquí.

A mí me han llamado antigua por todas estas cosas a lo largo de mi vida: llevar el pelo muy largo; vestirme de luto; usar expresiones o refranes antiguos; gustarme las sevillanas del siglo pasado; ir a ver procesiones, o llevar el monedero debajo del brazo.  También me han llamado folclórica, graciosa, auténtica o mari por estas mismas cosas. Estas críticas pueden parecer inofensivas y revestidas de humor, sin embargo, urge ver que aquello que nos resulta cómico, suele ser aquello que queda fuera de la línea de lo «que debe ser». En este caso de lo «modernas» que debemos ser.

El mito de la modernidad apuntala un sistema civilizatorio blanco, patriarcal y burgués. Crea una jerarquía no solo de personas privilegiadas, sino de formas de ser y estar en el mundo. Cualquier forma de resistencia a esta imposición es bienvenida.

Urge desmitificar la modernidad. Hacer una verdadera deconstrucción de lo moderno. Revisar nuestras prácticas diarias y nuestra escala de valores. Ver en aquello que percibimos como arcaico o antiguo; una posibilidad de resistencia frente al modelo que se nos impone. Lo anti-moderno como resistencia.

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