nº69 | está pasando

De homonacionalismos y queerdades

No hay en el mundo disidencia que escape a la instrumentalización por parte del capitalismo, por tanto la disidencia sexual no escapa a esta vil táctica, desde campañas publicitarias en tu pantalla hasta leyes aprobadas en hemiciclos que condicionan completamente nuestras vidas.

Durante décadas, muchos países occidentales y partidos políticos concretos autodenominados progresistas han adoptado un nuevo símbolo de modernidad: la bandera arcoíris. Las instituciones ondean los colores del orgullo en embajadas, eventos y campañas publicitarias, como si el reconocimiento LGTBIQA+ fuese una prueba civilizatoria. Ser «LGTBI-friendly» se ha convertido en una marca recurrente, un modo de diferenciarse de les otres, les atrasades, les bárbares, les intolerantes. Pero, ¿qué sucede cuando una supuesta idea de diversidad se convierte en una herramienta de frontera?

Jasbir Puar describe este fenómeno, denominado «homonacionalismo», en que el uso superficial de lo queer, en Occidente, sirve para fortalecer el nacionalismo y las lógicas coloniales. En nombre del progreso, los Estados occidentales pueden justificar intervenciones militares, endurecer sus políticas migratorias o reforzar la creencia de su superioridad moral. El mensaje es claro: somos mejores que elles, esta operación es necesaria. Así es como la figura de la persona blanca queer liberada se contrapone a otra figura que representa la intolerancia, en cuerpos racializados.

Bajo este marco, la supuesta aceptación de las identidades queer no supone necesariamente una transformación social profunda, sino más bien una reconfiguración del poder. Lo que se celebra no es la disidencia, sino la integración. Se aplaude a esas parejas homosexuales que encajan en la lógica monógama y de consumo, mientras se criminaliza a las personas trans, racializadas o precarizadas que desbordan las normas y no resultan útiles al sistema.

Hablar de pinkwashing es mencionar la estrategia de utilizar la causa LGTBIQA+ para lavar la imagen de gobiernos y empresas. Un gran ejemplo reciente de esto es Israel, que se presenta como un paraíso del colectivo en Oriente Medio, para así justificar la ocupación y masacre sobre Palestina. En Europa, partidos y líderes que promueven políticas antiinmigración instrumentalizan al colectivo LGTBIQA+ frente a «la amenaza musulmana». Y las empresas cambian su logo por los colores del arcoíris durante junio, pero mantienen prácticas laborales o ecológicas devastadoras en el Sur global.

Aquella revuelta contra la violencia policial en Stonewall, liderada por personas trans, racializadas y precarias, se ha convertido en una marca patrocinada y una herramienta más del Sistema para la continuidad del capitalismo racial. En lugar de denunciar las estructuras que oprimen, se celebra la inclusión dentro de ellas. Visibilidad a cambio de rentabilidad.

Sin embargo, más allá del capitalismo arcoíris, existen otras geografías queer. La disidencia queer africana, caribeña o asiática apenas son mencionadas en la retórica liberal occidental. Dentro de sus narrativas no entra el visibilizar sus causas debido a que esto no solo entorpece la imagen de salvadurismo que les encanta perpetuar, sino que reflejaría que dentro de sus lógicas coloniales y actuaciones «de protección», hay víctimas queer; víctimas queer racializadas.

Mientras tanto, en Europa, las personas queer migrantes o racializadas viven en una encrucijada. En teoría, se encuentran en países que protegen su identidad; en la práctica, enfrentan redadas, racismo, precariedad y leyes de extranjería que les niegan la ciudadanía y el acceso a recursos mínimos para poder sobrevivir. Sus cuerpos solo son visibles como marketing para vender la idea de hospitalidad occidental, pero a nivel estructural, la historia viene a ser otra.

El homonacionalismo también opera en el terreno del deseo. Las aplicaciones, los medios y la pornografía refuerzan jerarquías raciales: los cuerpos negros y racializados son fetichizados y deshumanizados ante los ojos de la blanquitud queer. La idea de libertad sexual se confunde con la libertad de despojar a cuerpos como los nuestros de nuestra propia agencia y determinación, obligades en esta política de economía racial a doblegarnos ante la corriente.

Pensar el homonacionalismo no es negar los avances del movimiento LGTBIQA+ por estos lares, sino reconocer y cuestionar sus contradicciones internas. No todos los cuerpos queer son celebrados de la misma manera, y no todas las luchas están representadas en el movimiento. Frente a la versión domesticada de la diversidad sexual, los feminismos negros, decoloniales y trans nos recuerdan que no hay orgullo posible sin justicia social, sin memoria y sin redistribución del poder.

Quizá la tarea más urgente sea recuperar el sentido radical de la disidencia: volver a su propio nacimiento. No basta con ser visibles dentro del Sistema; es necesario cuestionar y combatir ese mismo Sistema.

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