nº45 | editorial

Cultura de la cancelación: ¿problematizamos?

¿Has escuchado hablar de la cultura de la cancelación? Está habiendo mucha controversia con esta práctica y sus implicaciones, así que, como no puede ser de otra forma en El Topo, vamos a problematizar.

Empecemos por definirlo. Aunque la manera de definir, ya puede posicionarte. Se supone que se llama cultura de la cancelación al hábito o proceso por el cual se niega, juzga o se vilipendia moral, digital, social o financieramente a una persona, entidad u organización que ha dicho o realizado algún hecho que no cumple con las expectativas de quien lo recibe, que suele ser «la sociedad». Esta costumbre no es nueva. En la Roma Antigua y en Egipto ya se practicaba lo que se denimina damnatio memoriae, esto es, ‘condenar el recuerdo’, borrar la memoria de una persona tras su muerte. En este caso, esta especie de condena social se hace en vida y sobre todo en redes sociales, lo cual contribuye a hiperbolizar y descontextualizar a menudo el hecho juzgado, desconectando el juicio del problema. Pero también facilitando la generación de una opinión pública ante un hecho.

Para algunas personas, este fenómeno representa un peligro para la libertad de expresión. Así, por temor a la pérdida de estima social o al escarnio público, habría personas que potencialmente estarían autocensurando sus opiniones. Fuera del plano cotidiano, esta práctica reabre un debate, de nuevo, sobre los límites del humor, del arte y sobre posicionamientos políticos. Sobre transitar por lo incómodo. Sobre lo lícito o no, de hacer apología de lo inapropiado, de lo no incómodo, de lo obsceno, de lo políticamente incorrecto.

Sin embargo, la cancelación, el escarnio social, el boicot colectivo hacia determinadas prácticas y opiniones, ha sido y es una estrategia fundamental para denunciar privilegios. Para subvertir relaciones de poder. Para poner en jaque al statu quo. Y, en este sentido, parece también ser un termómetro social: demuestra la capacidad de agencia que tiene la sociedad sobre un hecho para denunciarlo; para vilipendiar o juzgar a quien lo comete. Black Lives Matter o Me Too son solo algunos ejemplos del poder de esta estrategia. Hay gente que dice que esto es una evolución del escrache. Me pregunto, pues, si no es contradictorio que quienes defienden de libertad de expresión no permitan a otras personas ejercer el derecho a expresar su malestar, a través de la negación, a través de la cancelación.

Por otro lado, cabría cuestionarse por qué anular ahora se asocia a una cultura, al parecer un rasgo de la generación milenial. El antropólogo Jonah S. Rubin (@js_rubin) analizaba esta cuestión hace poco en twitter. El uso del concepto cultura no es baladí. Porque una de las ideas de cultura que la Antropología profesó en sus inicios, es que esta es arbitraria. Es decir, que no hay una razón lógica por la cual en Andalucía una persona se vista de corto para montar a caballo o se coma un gazpacho en verano. De esta forma, si se etiquetan los «llamamientos a la responsabilidad», la crítica social, como cultura de la cancelación, quienes están contra esta práctica, están diciendo implícitamente que los compromisos de lxs activistas son, en última instancia, caprichosos y no racionales, guiados por una «cultura» generacional arbitraria.

Por último, me pregunto si en esto de la cultura de la cancelación se puede transitar el terreno de los grises, sin ánimo de ser equidistante. Me explico. Las relaciones de poder son multidimensionales y variantes. Podemos ser privilegiadas en algunos ámbitos y tener una posición de subalternidad en otros. La gestión de nuestros privilegios y, por tanto, la crítica ante quienes hacen «cultura de la cancelación» sobre nuestros actos, puede operar entre diferentes actores. La cancelación realizada es más o menos masiva en determinados temas que la sociedad tiene claros. Sin embargo, también opera en otros ámbitos más difusos. Y es en ese terreno donde la autocensura puede convertirse en una mala compañera de quienes quieren expresar matices a los grandes titulares.

Acabo con más preguntas que respuestas, pero de eso se trataba. De problematizar.

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