nº63 | está pasando

Canarias se agota

Un alzamiento pacífico por la supervivencia

En estos días se está abriendo uno de esos capítulos en los que gran parte del pueblo canario, de manera conjunta, por primera vez en mucho tiempo, como una sola nación en mitad del Atlántico, recobrando la memoria y el pulso tras décadas de letargo, ha tomado las riendas de su propio destino bajo el grito desesperado de una sola voz: «Canarias no se vende, se ama y se defiende».

Un pasado de infamia y opresión

Desde que el Reino de Castilla diera por finalizada la conquista del archipiélago canario allá por el año 1496, tras cien años de razzias, saqueos, violaciones, asesinatos, asedios, traiciones y esclavitud, estas islas situadas al noroeste del continente africano albergan una historia colmada de abusos y despropósitos, pero también de resistencia y resiliente dignidad. Con el etnocidio y posterior sometimiento del pueblo guanche, y pese a que durante mucho tiempo quedaron núcleos rebeldes de indígenas alzados, particularmente en la isla de Tenerife, las islas pasaron a formar parte del imperio colonial español. Normandos, genoveses, castellanos, aragoneses y portugueses, entre otros, conformaron un entramado político-comercial-militar que explotaría los escasos recursos del archipiélago bajo bendición papal. La esclavitud de los indígenas canarios, así como la importación de esclavos bereberes continentales y subsaharianos, conformaron la mano de obra que iniciaría un largo capítulo de explotación basado en el monocultivo. La orchilla, el azúcar, la vid, la cochinilla, y ya de mano de los británicos, el tomate o el plátano, se convirtieron cíclicamente en las actividades centrales de una economía que, favoreciendo intereses foráneos asegurados gracias a un modelo de sociedad caciquil, mantuvo al conjunto del pueblo nativo sumido en la miseria. Podemos afirmar que esta visión extractivista que llevara entre otras cosas a la desaparición de prácticamente el 85% de la masa forestal original, ya nunca más se detuvo. Hasta el presente.

El monocultivo del turismo y la destrucción del paraíso

Con cifras de arribada récord, superiores a las 16 millones de turistas al año y un crecimiento exponencial en las últimas dos décadas que solo se viera interrumpido en los dos años de pandemia, el límite de carga de las islas ya se vio superado hace mucho tiempo. Canarias se encuentra a la cabeza del estado en cifras de desempleo, riesgo de pobreza y exclusión social, pobreza energética, malnutrición infantil, precariedad laboral, dificultad en el acceso a la vivienda o fracaso escolar entre otros. Según el Indicador Multidimensional de Calidad de Vida (INE, 2023), sitúa al archipiélago a la cola del Estado, siendo solo superado por Ceuta. Las familias canarias son las que mayor dificultad tienen para llegar a fin de mes y cuentan con los peores datos en privación material y social severa y en personas que conviven en hogares con baja intensidad laboral. A escala europea competimos con regiones como Rumanía y Bulgaria en algunos de estos indicadores. Una de cada tres canarias sufre riesgo de pobreza severa, aproximadamente el 34% de la población. Actualmente Canarias importa un 98% de los bienes de consumo. ¡Qué suerte vivir aquí!
El panorama medioambiental es igualmente desolador. La destrucción de los ecosistemas canarios se ampara en figuras de protección legal que no cuentan con medios efectivos de control. La desidia y el abandono de las administraciones locales, que permiten el expolio del rico legado patrimonial indígena y etnográfico, la construcción de urbanizaciones y hoteles de lujo sobre parajes protegidos, la masificación de parques naturales y carreteras o el agotamiento y despilfarro generalizado de los limitados recursos hídricos, se sustentan sobre el laissez-faire de una clase políticoempresarial que gobierna para intereses foráneos, con índices de corrupción que se materializan en pelotazos y escándalos de toda índole. Canarias es un paraíso, sí, de corruptos y especuladores. De la tan aclamada riqueza que aseguran deja el negocio turístico, un 80% se queda fuera y el resto se reparte de manera desigual.

Una oportunidad para transformarlo todo

El 20 de abril, con cientos de miles de canarios y canarias en las calles de todas las islas y un éxito de participación histórico, el pueblo canario al unísono dijo basta ya: Canarias tiene un límite. Una veintena de organizaciones ecologistas convocaron bajo idéntico lema a toda la población ante el más que evidente hartazgo que sufre un pueblo que se siente estafado. Protestas en las ocho islas y concentraciones en diferentes ciudades europeas, enseñaron al mundo que el pueblo canario ya no se traga más las mentiras de unos pocos que se reparten el pastel, mientras, para el resto, quedan solo migajas. Paralelamente un grupo de activistas, llevado por la convicción de que solo mediante la acción directa, se han conseguido detener atentados medioambientales que ni denuncias, ni tribunales ni manifestaciones habían logrado frenar, emprendieron una huelga de hambre. Durante casi un mes, las compañeras de Canarias se Agota permanecieron en huelga de hambre en mitad de una plaza y bajo todo tipo de acosos y presiones. El movimiento popular de lucha no es nuevo en Canarias y, pese a verse muchas veces como náufragos en mitad de un océano de indiferencia y conformismo, esta vez se logró demostrar cómo la indignación es compartida por todo un pueblo que ya tuvo suficiente. A priori tres premisas se pusieron sobre la mesa de una negociación que el presidente Fernando Clavijo nunca aceptó: moratoria turística con participación de asambleas populares vinculantes y paralización inmediata de la construcción del hotel de La Tejita y de «Tumba» del Alma, en Granadilla y Adeje respectivamente. Ambas iniciativas buscan confluir ahora en un movimiento unitario que aproveche la inercia social de un mes de abril histórico: la primavera en que Canarias entera se alzó para decir ¡basta! La lucha debe continuar.

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