En la gaditana comarca de La Janda se encuentra Vejer de la Frontera, pueblo agrícola y ganadero que desde lo alto de un monte domina el litoral y una rica campiña. En una de las puertas de su muralla medieval luce un azulejo que proclama: «A la memoria de Juan Relinque, valeroso e insigne vejeriego que, en los comienzos del siglo XVI, soportando persecuciones, cárceles y afrentas sin número, concienció al vecindario y defendió ante la Chancillería de Granada los derechos humanos de sus convecinos y las Hazas de Suerte contra el poder feudal».
Lo privado, lo público y lo comunal
¿Qué son esas Hazas de Suerte? La RAE define haza como ‘porción de tierra labrantía’. El apellido viene del sorteo que, cada año bisiesto y desde hace 450 años, reparte entre la vecindad 3.500 hectáreas comunales, divididas en 232 hazas. Pero esta gestión igualitaria del común es incluso anterior, ya que comienza en la época de la conquista castellana, allá por 1285. Este reparto de tierras para su uso agrícola destaca por su peculiar sorteo, por ser una parte indisoluble de la identidad vejeriega y por ser una tradición viva. Por todo ello, las Hazas de Suerte y todo lo que las rodea (el padrón, la gestión, el sorteo y sus bombos, bolas y rituales) fueron declaradas bien de interés cultural en 2020, y se está peleando ante la Unesco su condición de patrimonio de la humanidad, circunstancia que las blindará aún más frente a posibles malversaciones o expropiaciones futuras.
Estas tierras de labor tienen una forma alargada —para que cada lote incluyese tierras buenas y tierras malas—, una media de 12,5 hectáreas, y están distribuidas a lo largo de todo el término municipal, difusión que hizo que en Vejer no haya apenas grandes latifundios, al contrario que en gran parte de Andalucía. La mayoría de los terrenos se usan para cultivos de barbecho: trigo, remolacha, cebada, garbanzos, etc. Pero no solo hay Hazas de Suerte en Vejer: en 1938, en plena Guerra Civil, Barbate se segrega administrativamente de Vejer, llevándose para las y los barbateños 124 de las 356 hazas originales —aunque casi la mitad serían expropiadas en los 80 por los militares—.
Cada cuatro años, en torno al 22 de diciembre, el azar decide en dos bombos de lotería la persona afortunada que explotará una o dos hazas. Cada una de ellas debe estar empadronada, haber nacido en Vejer y entrar en una serie de categorías (por edad, condición, etc.), quedando fuera del sorteo las personas agraciadas en anteriores loterías. Cada colono consigue el derecho a percibir las rentas de esa tierra durante cuatro años: en cada ciclo se reparten 928.000 euros entre todos los vecinos agraciados.
Revueltas, señoríos y revueltas
El origen de esta tradición se remonta a los primeros repartos de tierras entre los nuevos pobladores castellanos tras la sublevación de la población mudéjar de 1264 y su definitiva expulsión en 1285. El río Barbate, a los pies de Vejer, marcaba la nueva frontera entre el reino musulmán y los cristianos, lo que hacía de la zona un lugar poco atractivo e inseguro, por lo que los reyes castellanos se vieron obligados a incentivar la llegada de nuevos pobladores con la promesa de tierras, aguas y bosques propiedad del concejo vecinal, y no de los señores locales. Seguramente estos privilegios se concedieron en toda la frontera con Granada, pero solo en Vejer han persistido en manos del pueblo y no de los nobles o del Estado, como ahora veremos.
En 1307, Fernando IV dona al noble leonés Guzmán el Bueno —y a sus herederos, la futura Casa de Medina Sidonia— el señorío de la villa y su término, a la vez que le impone el respeto de los privilegios concedidos años atrás a sus habitantes. Este respeto se olvidará varias generaciones después, cuando el duque de turno comience a arrendar las hazas para su beneficio. Ante este ataque al patrimonio comunal y a la supervivencia de muchos de ellos, las y los vejeriegos se rebelan, con Juan Relinque a la cabeza.
Las afrentas de Juan Relinque
Poco se sabe del personaje histórico más importante de Vejer. Por los documentos históricos del archivo de la Real Chancillería de Granada consta que Juan Relinque, pequeño labrador, sabía escribir y firmar y que tenía grandes dotes de oratoria y liderazgo. Por la tradición local, consta que expresó públicamente su rechazo a las maniobras ducales, se enfrentó con coraje al robo de las tierras comunales y a los impuestos abusivos del duque, y que luchó por defender los derechos de sus convecinas y convecinos.
En 1535 consigue un salvoconducto real que le permite demandar al ducado ante la Audiencia de Granada. Demanda que el duque responde con coacciones, intentos de asesinato y encarcelando a Relinque, acusado de iniciar un motín. Pero la población continúa la lucha por sus comunales y no transige en las intenciones de la casa ducal. Los pleitos continúan hasta que en 1566, ya con Relinque y el duque fallecidos, la Chancillería resuelve el caso a favor de las reivindicaciones populares, condenando al duque de Medina Sidonia y fijando un sorteo cada tres años (en el siglo XIX pasa a ser cada cuatro).
Inalienables, inembargables e imprescriptibles
Las hazas, al igual que otras propiedades comunales, se vieron en peligro por las distintas desamortizaciones estatales del siglo XIX, pero lograron esquivarlas. En 1868 se aprueba un reglamento de gestión, tras siglos de organización en torno a las costumbres consuetudinarias. De ese reglamento emana la Junta de Hazas, compuesta por alcalde, concejales y representantes de las y los vejeriegos. Ese mismo año se introduce una nueva figura, el asentado, al permitirse al colono agraciado el arrendar las tierras en vez de trabajarlas directamente.
El sorteo ha ido adaptándose a los tiempos, al equiparar a mujeres y hombres como cabezas de familia y al incorporar a las nuevas realidades familiares y sociales. La tradición sigue más viva que nunca, y en diciembre de 2024 volverán a sortearse las Hazas de Suerte de Vejer y Barbate.