Es bien sabido que las mejores partes de la Historia son las de resistencias, son las que el Poder no quiere que sean contadas. La que viene en estas líneas es una historia de una comunidad vecina y que, aun así, posiblemente no recordéis, porque aquella adolescente democracia la quiso silenciar.
La ESPAÑA DEL 92
Cuando se habla del año 1992, se recuerda a Cobi y a Curro. Se ha quedado esa idea de la España de la prosperidad, del progreso y de una UE que nos mejoraría. Teníamos que adaptarnos a las nuevas reglas del juego, con una introducción al respeto al medioambiente que pasaba por sanciones astronómicas a las empresas. El problema es que estas siempre acaban repercutiendo en la clase obrera. Se le llamó «reconversión industrial» con tres posibles opciones: modernización de instalaciones, privatización o cierre. Significó que el sector industrial pasara de ser, en 1970, del 25,3% de la población activa, a día de hoy, un 12,5%. Más que una reconversión, era un desmantelamiento. Poblaciones enteras dependían de él y pedían intervenciones políticas para que se solucionara la situación. Lxs trabajadorxs se preguntaban que si iban a tener que cumplir los requisitos europeos por qué no tenían los mismos derechos laborales que Francia o Alemania.
Cartagena era una ciudad de mar sin paseo marítimo porque la industria lo tapaba al vecindario. Esta zona siempre fue muy peleona: el paso de Aníbal que sale desde Cartagena a conquistar Roma, su cantón en la I República, la primera ciudad europea donde la mujer votó o por su sublevación el 4 de marzo de 1939, convirtiéndose en el último bastión de resistencia ante el fascismo. ¿Quién iba a ser si no quien tirara un cóctel molotov a un edificio que, no solo no estaba cumpliendo su papel de gobernar para el pueblo, sino que, además, le ponía el pie en el cuello?
GASOLINA POR TODOS LADOS
A finales de 1991 empezaron las movilizaciones. Estaba la Sociedad Minera Metalúrgica Peñarroya (1881), que se había vendido a una multinacional franco-alemana, con el resultado de un despido total de la plantilla. Por otro lado, las productoras de fertilizantes Fesa, Enfersa y Asur, vendidas por el Ministerio de Industria al grupo Ercros/Kio, que suprimió varios centros de trabajo. Por último, estaba la Empresa Nacional Bazán (1947), con factorías en Ferrol, San Fernando y Cartagena, desmantelando esta última, lo que daba como resultado un ERE que se llevaba por delante a mil de las dos mil seiscientas personas trabajadoras. En Ferrol no podían cerrar la industria, hubiera supuesto enfadar a Fraga, y en Cádiz estaba como diputada Carmen Romero, la esposa del presidente del Gobierno. En Cartagena, y en la región, había un gobierno del PSOE, pero ni el alcalde José Antonio Alonso, ni el presidente Carlos Collado Mena, cuyos nombres nadie recuerda, evitaron el cierre.
La ciudad se movilizó con todas las familias que iban a quedarse con el hambre pa mañana que prometen los sueldos de la industria. De enero a junio de 1992 hubo, aproximadamente, ciento ochenta y seis manifestaciones y entre ciento diecisiete y ciento ventisiete movilizaciones en ciento ochenta días. Quemar el edificio de la Asamblea Regional es algo potente, pero no fue lo único que hicieron. Durante todos esos días también le prendieron fuego a Renfe, dejando a la ciudad tres días sin trenes. Hicieron huelga de hambre, pararon las fábricas varios días seguidos, le tiraron la puerta abajo, LITERALMENTE, al alcalde para poder reunirse con él e, incluso, llegaron a manifestarse durante una hora en el recinto del Arsenal Militar.
Aparte de que el alcalde no quería reunirse con lxs trabajadorxs, el gobierno regional acataba órdenes, defendía las medidas sin dar soluciones e ignoraba al pueblo hasta tal punto que, al no contestarles las peticiones, mandaron una con acuse de recibo que rehusaron coger.
EL DÍA D
El 3 de febrero de 1992, tras varios días de protestas, la ciudad entera movilizada, los gobiernos mirando para otro lado, llamadas a lxs trabajadorxs con amenazas de muerte, viviendo la violencia en todas sus formas posibles, algo tenía que estallar del todo. Fueron quinientxs trabajadorxs a esperar a que el presidente regional compareciera sobre la situación. Acabaron siendo dos mil personas. Concepción Sáenz, delegada del Gobierno, desplegó a la policía y le dio manga ancha a la represión. Se dice que fue un sindicalista que, de manera pacífica, dio un paso hacia un policía, con la respuesta de un puñetazo en nombre de la democracia. Empezaron doce horas de pelotas de goma por toda la ciudad, indiscriminadamente, a cualquier viandante, incluido un militar con uniforme. La policía, siguiendo a lxs protestantes, se metió en el hospital, en las facultades y hasta en el instituto de la avenida, donde golpeó también al director del mismo. El incidente acabó con cincuenta personas heridas, entre policías, viandantes, manifestantes, un diputado y un periodista. Se quemaron seis coches de policía, uno del ejército, dos coches de particulares y varios contenedores de basura. Con ellos, además de con semáforos y señales de tráfico; se hicieron barricadas y se sembró el suelo de tornillos, piedras y objetos metálicos que se lanzaban a la policía en respuesta a los botes de humo y las pelotas que lanzaban. Veinte mujeres de los trabajadores irrumpieron a la fuerza en el despacho del alcalde y se ensañaron con el mobiliario. Pero barricadas ha habido muchas en la historia, ha habido contenedores y coches quemados; lo destacable de esta historia para los medios, el icono, fue que tiraron cócteles molotov que echaron a arder la asamblea regional. Como ya habréis visto, lo de menos era que ardiera ese edificio, que había dado la espalda a su ciudadanía, la que le había votado, la que hacía que estuviera allí, la Asamblea ya estaba quemada antes de que el cóctel molotov entrase por esa ventana.
LA RESACA
Las portadas de los periódicos dejaron de ser la Expo 92 y las olimpiadas. Hablaban en la televisión que habían sido unos «incontrolados». Se unieron cuatro portavoces municipales pidiendo a la delegada del Gobierno la retirada de la policía para intentar encontrar paz en la ciudad.
Hizo falta el edificio de la Asamblea ardiendo para que Felipe González mirara a esa esquina sureste. Diecisiete días después, apareció un pedido de seis barcos por parte del Gobierno. Ya daba igual, ya estaba todo quemado y, tanto la región como la ciudad, que había sido históricamente socialista y de izquierdas, permanece con gobiernos de derecha durante años. Y, lo peor de todo, es la desmemoria, la que este artículo, humildemente, pretende romper y recordaros que podemos quemar todo aquello que no nos sea soberano.