Hytasa, la gran industria textil del franquismo, tardó más de 10 años en admitir mujeres en la línea de producción. Este es parte del relato que no te habían contado. Virginia Linde, responsable del proyecto literario y audiovisual «En busca de la hilandera», recupera su lucha. El proyecto nace del encargo que recibe de la Asociación Rosa Chacel, que lleva más de 30 años trabajando en Cerro del Águila, Juan XXIII y Rochelambert, creando redes y espacios para las mujeres de la zona.
Pepi quiere ser técnica de revelado, aunque en realidad ya lo es porque su padre, el fotógrafo de Cazalla de la Sierra, le ha enseñado todos los secretos del laboratorio, se mueve con desenvoltura entre la ampliadora y los líquidos. Estamos en 1958, la autarquía está acabando y los planes de estabilización exigen un aumento de la producción que solo será posible con la entrada de las mujeres solteras en las fábricas. Así que, mientras los laboratorios de fotografía se cierran para Pepi —porque según los que entienden no son el lugar más adecuado para una mujer—, las puertas de Hytasa se abren para que ella y cientos de mujeres engrosen las secciones peor valoradas tanto social como económicamente.
Pepi, vas a ser una de las pioneras en la mayor industria de la ciudad, una fábrica que ha tardado 20 años en admitir mujeres entre sus filas: ¿cómo se vive una situación así?
Pues se vive sin darle muchas vueltas, porque yo lo que quería es trabajar y en Cazalla no había nada, así que, como no me dejaron estar en el revelado, entrar en Hytasa fue una oportunidad. Pero tampoco éramos muy conscientes de ser las primeras mujeres ni de estar abriendo puertas, porque estábamos aisladas; no teníamos contacto con nadie de la fábrica; no podíamos usar el comedor ni veíamos nada que no fuera nuestra nave de zurcido; es que, por no poder,
no nos querían ni dejar ver cómo era la fábrica. Nuestra maestra del taller tuvo que pelear mucho para que nos dejaran dar aunque fuera un paseo por allí, porque no sabíamos de dónde venía nada, ni cómo funcionaba aquello.
Cuando entras solo podéis trabajar mujeres solteras, ¿verdad?
Claro, esa era la ley: al casarte tenías que irte. Y si habías estado un tiempo mínimo, el Estado te recompensaba con un dinero que se llamaba dote que te venía muy bien si estabas montando la casa, pero claro, tenías que dejar tu puesto. Lo que pasa es que Hytasa te llamaba cuando volvías del viaje de novios y te ofrecía trabajar desde casa, que bueno, era una sorpresa, aunque no cotizaras ni ganaras lo mismo, pero era algo. Yo estuve casi 10 años trabajando desde casa, sacando piezas para la fábrica: según hacías, así cobrabas. Pero claro, esos 10 años no contaron para mi pensión: Yo podría tener una pensión de casi 20 años y no de 8 como tengo. Pero bueno, como entrabas sabiendo que te irías al casarte, procurabas ilusionarte con la nueva vida que ibas a empezar con tu marido, tu casa, convertirte en madre, intentabas no darle muchas vueltas a lo que perdías y pensar en lo bonito que estaba por delante, porque para una mujer en aquellos años tampoco había tantas opciones.
Mientras Pepi trabaja desde la clandestinidad de su casa, el taller sigue llenándose de mujeres jóvenes solteras, como Isabel. Ella quiere trabajar en una oficina y se prepara para ello en una academia de secretariado. Le encanta la contabilidad y es un hacha con los balances, pero en su expresión oral se percibe un problema de dislexia que en 1966 no se sabe ni diagnosticar ni tratar. Ante este panorama, desde la academia aconsejan a sus padres que abandone los sueños de ser secretaria, porque nadie querrá contratarla, pero como en algo hay que trabajar, a Isabel le ofrecen la posibilidad de formar parte del taller de zurcido de Hytasa.
Isabel, tú llegas a la fábrica casi por casualidad, con apenas 14 años y sin haber cosido en tu vida: ¿cómo viviste la entrada en el taller? Me imagino que sería una situación bastante intimidante para alguien de tu edad…
Para mí trabajar en Hytasa fue un privilegio, porque la mayoría de mis amigas estaban —como se decía entonces— internas de servicio, de criadas, y estar en una fábrica era una suerte. Además, mi mundo hasta ese momento había sido muy pequeño, tuve una infancia muy feliz en la que apenas me relacionaba salvo con mi familia y algunos vecinos y de repente en la fábrica conocí a muchas amigas y a personas con vidas diferentes a las mías. En el taller hablábamos mucho entre nosotras, teníamos una relación maravillosa, yo además era de las aprendices más jóvenes y me sentía muy arropada por las compañeras.
Eras de las más jóvenes pero eso no te impedía defender lo que te parecía justo. ¿Que pasó cuando acudiste al sindicato vertical?
A los 2 años de estar en el taller tenías que hacer un examen por el que pasabas de aprendiza a oficiala, que ya era tu puesto definitivo y cobrabas más. Y alguien le soltó a una compañera que era muy tímida, muy buena persona y muy callada, que ella no iba a pasar el examen; y yo eso no lo podía concebir, primero, porque, como te digo, mi compañera era una bellísima persona y no era justo que la asustaran así, y segundo, porque normalmente todo el mundo pasaba la prueba. Así que aquel día al salir del taller me planté en el Duque, que allí estaban las oficinas del Sindicato Vertical, para poner una queja. Yo desde la inconsciencia no me planteaba lo grave que podía ser aquello, porque eres joven y tampoco piensas mucho las cosas, solo ves lo injusto, pero tuve suerte porque al hombre del sindicato debió hacerle gracia verme allí tan pequeña y tan resuelta, diciendo que porqué tenía que venir nadie a asustarnos a las aprendizas del taller —porque yo no daba el nombre de mi compañera para no señalarla, yo decía que era algo contra todas— y total, que me tranquilizó, me dijo que me fuera a mi casa que no íbamos a suspender… Y al llegar a mi casa, pues claro, se lo tuve que contar a mis padres y mi padre pues se enfadó, porque él era represaliado de la guerra y le daba miedo que nos señaláramos, pero en el fondo detrás de su enfado yo creo que estaba orgulloso de su hija, de cómo había salido a defender a una compañera. Nosotras éramos jóvenes, pero sabíamos en qué mundo vivíamos y nos apuntamos a Comisiones Obreras. Pagábamos nuestra cuota en secreto porque el sindicato era ilegal, pero en general ni los sindicatos ni los trabajadores del resto de la fábrica les hacían mucho caso a las zurcidoras, nunca nos invitaban a las asambleas; como era una sección solo de mujeres no contábamos para ellos, sin embargo, nosotras estábamos ahí cuando hacía falta, como en las huelgas, porque también formábamos parte de Hytasa.
Es 1970 y los vientos del cambio agitan al régimen y a Hytasa. Licinio de la Fuente, ministro de Industria, emite el decreto de 20 de agosto que prohíbe explícitamente el despido de las mujeres casadas. Mientras tanto, Hytasa admite trabajadoras en secciones mecanizadas, terminando con la política de segregación que ha imperado hasta entonces. Carmen y sus compañeras van a transformar el ecosistema de la fábrica trabajando por primera vez mano a mano con unos hombres que no van a ponerlo fácil: ¿es así?
Y tanto que va a ser así. Ellos no nos querían en las máquinas y hacían todo lo que estaba en sus manos para hacernos sentir unas intrusas y para intimidarnos. Pero nosotras no nos achantábamos, porque sabíamos que teníamos el mismo derecho que ellos a estar allí. Yo estaba muy ilusionada con entrar en Hytasa, me encantaba mi trabajo, la fábrica, la relación tan bonita que tenía con mis compañeras… yo llevaba ya algunos años trabajando en el servicio, siendo una niña, mi hermana y yo sacábamos adelante a mis hermanos pequeños y entrar en Hytasa lo vivimos como un regalo y una oportunidad, por eso tampoco iba a permitir que los hombres me aguaran la fiesta. La resistencia de los hombres sirvió para que nos uniéramos más entre nosotras. Allí nadie te explicaba nada de tu trabajo y se supone que los que llevaban tiempo tenían que enseñarnos, pero, claro, no querían, así que tuvimos que aprender solas, entre nosotras, y vaya si lo hicimos, nada nos paraba. Costó trabajo, pero nos ganamos nuestro sitio a pulso.
Las mujeres trabajadoras de la generación de Carmen tuvieron que enfrentarse con demasiada frecuencia a los dilemas de la doble militancia. Por eso tras pagar el peaje de la aceptación de los hombres y superar la tensión de la llegada a las secciones mecanizadas estos no dudaron en contar con ellas para legitimar las luchas sindicales que, imparables, impregnaban el ambiente de la fábrica. Carmen: con lo mal que os lo hicieron pasar, ¿no se os pasó por la cabeza dejarlos tirados como ellos hicieron con vosotras?
Para nada, es cierto que no se comportaron con nosotras, que aquello no era justo porque las mujeres no entraron en la fábrica para mandar al paro a ningún hombre, pero nosotras creíamos en la unión de la clase trabajadora y por eso, cuando nos pedían ayuda para movilizar y para crear consciencia en las secciones, acudíamos por supuesto, porque por encima de todo estaba la justicia social y la lucha contra la dictadura.
Y lo demostrasteis con creces en la gran huelga: ¿que pasó entonces?
Pues pasó que la fábrica llevaba 30 años sin subir los sueldos, teníamos unas condiciones de trabajo muy duras y el movimiento sindical y los movimientos sociales en los 70 estaban en plena ebullición, así que votamos y fuimos a la huelga, que fue la primera huelga de Hytasa. Yo estoy muy orgullosa de lo que conseguimos las compañeras porque, aunque no quede nada escrito de aquello, sin las mujeres no habríamos podido aguantar tanto, más de un mes sin trabajar movilizando cada día a esa plantilla inmensa. Nosotras gestionamos en gran parte la caja de resistencia, recaudamos dinero y apoyo en muchas asambleas, recorrimos las fábricas, la universidad y hasta organizamos un partido de fútbol femenino con las compañeras de Induyco que fue un éxito de convocatoria y recaudación. Gracias a esa caja de resistencia ninguna familia de la fábrica pasó hambre en lo que duró la huelga, con la que conseguimos la mayor subida de sueldo de la historia de la fábrica.
Estamos despidiendo los años 70 y los vientos de la desindustrialización agitan la vida de nuestra joven democracia. Hytasa es un gigante con pies de barro y con un sistema productivo incompatible con los nuevos hábitos de consumo. La crisis del textil embarcará a la fábrica en diversas estrategias para abaratar costes y adelgazar la carga de trabajo. Es 1979, la fábrica crea un taller clandestino con el que externaliza la última fase del proceso que continúa siendo completamente femenino y manual: el zurcido. Bajo el formato de escuela taller y con la complicidad de la parroquia del barrio —que cede los locales en los que se ubica—, mantendrá una plantilla de 40 mujeres muy jóvenes trabajando a destajo para la empresa, sin derechos, sin seguros, sin garantías laborales y a muy bajo coste.
Mª Ángeles y Loli ingresan en el taller con 14 años protagonizando una revuelta histórica que obligará a la fábrica, vía judicial, a aceptarlas como trabajadoras de pleno derecho con todas las garantías. ¿Cómo es posible que unas adolescentes que apenas conocen sus derechos sean capaces de sentar a la gran Hytasa en el banquillo?
Es verdad que entramos hechas unas niñas, pero nos ponen a trabajar como a adultas y, de alguna manera, esa responsabilidad nos hace ver que lo que está pasando no es justo, por eso, aunque no tenemos herramientas suficientes para nombrar lo que está pasando, sí tenemos capacidad para ir a denunciar y defendernos. También piensa que estábamos muy unidas, las 40 íbamos todas a una, lo teníamos clarísimo. El juicio fue tremendo, aquello parecía una excursión escolar, pero ganamos y la fábrica tuvo que admitirnos. El recibimiento por parte de la plantilla no fue tan cálido como esperábamos, la empresa empezaba a ir mal y de algún modo nos culpaban de aumentar los problemas de balance —y eso que les perdonamos parte de la deuda—, pero con el tiempo conseguimos ganarnos nuestro sitio.
Mª Ángeles tu entras como zurcidora rasa, sin derechos, y sales con el fin de la sociedad anónima laboral, ¡menudo proceso!
Pues para mí ha sido el camino de mi vida. Una lucha muy intensa y con momentos muy duros de la que hoy me siento profundamente orgullosa. Pasé por muchas secciones y posiciones, y adquirí una gran madurez profesional y personal. Pese a todo tengo la satisfacción de haber peleado hasta el final por mi puesto de trabajo.