nº35 | ¿hay gente que piensa?

Algas

Hay frases que de repente te las encuentras y se te enredan. Se enganchan de tu muñeca como un alga que cuando avanzas se va apretando en el lugar colonizado como un brazalete, como si siempre te hubiera acompañado.

Yo tiendo a coleccionarlas: de vez en cuando me palpo los brazos, los tobillos, el pelo… comprobando que las algas-frases me siguen acompañando. Trato de fijarlas con una estricta ausencia de metodología: en las notas del móvil, en un cuaderno, mandándole mensajes a mi yo del futuro, con fotos… por si las pierdo en el camino.

La última frase que me atrapó me cortó la circulación y me dejó instalada una angustia recostada sobre el esternón, pero también me hizo recordar todas las otras frases que aún seguían conmigo.

Leía un cómic sobre Tina Modotti paseándome con pereza por las viñetas y de repente llegó el alga-frase y me dio un latigazo helado y gelatinoso en la cara: «Otro tiempo vendrá distinto a este. Y alguien dirá: hablaste mal, debiste haber contado otras historias…». Me sonó a epitafio maldito. A la condena eterna que te diría tu peor enemigo en el lecho de muerte. ¿Puede haber algo peor que desperdiciar la vida contando las historias equivocadas? Implica no haber sabido elegir el bando, no distinguir lo importante, pelear las batallas que no eran. No haber sido capaz de crear una cama de historias que nos sirviera de colchón donde poder echarnos, desde el que poder saltar.

Tengo otra que me acompaña y me sirve de contrapeso. Supongo que en realidad puede tomarse por el lado negativo, pero a mí siempre me reluce con algo de glitter optimista. Me la encontré un día en una residencia de Zemos98, creo que en un taller con Marina Garcés: «lo que pasa no despasa», se repetía. Y a mí me dio mucha tranquilidad, porque nada era en balde aunque no hubiéramos ganado. Porque aunque las cosas se acaben (bien, mal, finito) no se acaban del todo, queda una huella que se autoreplica. Pero, sobre todo, porque aunque al final parezca que nada cambia, nosotras somos cambiadas. Somos cambiadas, me gusta así, en pasiva, como atravesadas por un rayo.

Tengo otra que viene conmigo desde hace mucho tiempo. De cuando Greil Marcus me daba patadas en la cabeza al compás de Rastros de carmín. Esta es una frase que quizás solo exista en mi cabeza porque en el libro del que la saqué nunca he vuelto a encontrarla. Al menos no tal cual. Pero en algún momento se agarró a mi nuca porque tengo un recopilatorio hecho por mí con una carátula donde perpetré uno de mis primeros acercamientos al Photoshop, sobre una foto en blanco y negro de Sid Vicious, escribí con una tipo horrible: «El punk hace que todo parezca posible». Marcus aseguraba que la potencia del punk está en crear situaciones en las que todo puede suceder. He tenido esa sensación varias veces, a menudo con el corazón retumbando al ritmo de una batería y un montón de gargantas berreando al unísono, pero también rozándonos los codos en las manifestaciones o acarreando escombros para robarle algún solar desolado a la especulación. Mirarnos y pensar: «somos capaces de todo».

Nos apoya