Desde El Topo propusimos a Juan —quien ya nos invitó a reflexionar sobre masculinidad y cuidados en otra ocasión— un análisis sobre el concepto «hombre queer». ¿Tiene sentido esa categorización? ¿Puede ser realmente queer un hombre? Estas son algunas de sus conclusiones.
Comencemos por situarnos corpórea y socialmente. Quien escribe nació con órganos sexuales masculinos, fue educado como niño dentro de los cánones aceptables entre los progres de la España de los 70 y se siente aceptablemente a gusto en el cuerpo con el que nació. Soy lo que se denomina un cis–hombre u hombre cis (cis, «de este lado», en latín, por contraposición a trans, «del otro lado»).
Este lugar que ocupo me impone ciertas cargas, pero sobre todo me dota de una multitud de privilegios, posiciones de partida en las que el contexto social me pone, por las que no he tenido que luchar y desde las que se interpretan mis acciones. Hay otros atributos que arropan a este lugar, y que funcionan como «el de hombre» en otros ejes de relación social: caucásico, con un trabajo remunerado relativamente estable y un historial de relaciones caracterizado por la heterosexualidad. Estos atributos dan un lustre especial a lo que se lee desde fuera de mi cuerpo en relación a mi género: hombre. Algo que ha sido desarrollado con el pretexto de un sustrato corpóreo —el cuerpo y la diferencia sexual—, y que al materializarse como tarjeta de presentación pasa a ser un concepto cultural y político en torno al cual se ha construido una forma de describir y entender el mundo; la forma en la que desde hace mucho tiempo, y en la que aún en nuestros días, con algunos retoques superficiales, hemos sido educadas y criadas la gran mayoría de las personas.
Desde este lado escribo y a este sitio creo que se refiere el consejo de redacción de El Topo cuando ha mencionado el vocablo hombre.
La fabricación y asignación de las tarjetas de presentación han estado históricamente gestionadas por el grupo de personas con más privilegios en los distintos ejes de relación social. Y como los privilegios implican derechos sobre otras personas, las tarjetas propias van escritas en tablas de piedra, custodiadas en algún lugar sagrado del imaginario, y las que se dan a los otros grupos van teniendo peor calidad de impresión cuantos menos privilegios tienen. Hasta el punto de que se fabrican por omisión. Es decir, dando atributos que podrían figurar en sus tarjetas, pero sin proveer ni siquiera un trozo de papel, de manera que no puedan presentarse por su cuenta, que no puedan visibilizarse, que no sean sujeto.
Cuando las personas afectadas se apropian de esas tarjetas de presentación (en papel de calidad o distribuidas por omisión), pero sobre todo cuando las usan como bastión para la lucha por mayores libertades y derechos de un colectivo, o para la defensa férrea de los que se les tienen concedidos a priori sobre otras personas (los privilegios y la pertenencia a clubes privilegiados), se crean lo que conocemos como identidades.
Las identidades son importantes, te permiten re-conocerte en el colectivo de personas con tarjetas iguales a la tuya. Sobre todo, cuando tu tarjeta de presentación (materializada o no) no te pone en una magnífica posición de salida con respecto a las personas portadoras de otras tarjetas. Pero además y sobre todo, lo son si eran de las emitidas por omisión, porque entonces, esto te convierte en fabricante de tu propia tarjeta. Realiza y visibiliza tu identidad. Y te permite convertirte en sujeto de lucha por una mayor justicia social con respecto a tu grupo, así como realizar alianzas con otros grupos para aunar luchas. El reverso tenebroso de lo identitario es que, si no se ponen las alianzas al mismo nivel que las identidades, pueden conllevar fácilmente la aparición de nuevos privilegios de unos grupos sobre otros.
Sobre lo queer, simplificando mucho, canaliza la lucha contra las categorías normativas, entendida esta lucha no como postura sino como acción y desempeño real en las formas de relacionarse con las otras personas; en lo relativo al sexo-género, pero también a la raza, religiones y otros ejes sobre los que se articulan relaciones de poder y opresión para dinamitar dichos ejes. Lo queer reivindica lo raro como subversión de los límites y de los códigos binarios impuestos en cada eje por el sistema heteropatriarcal, pero como forma de lucha.
¿Hombre queer?
La tarjeta de presentación hombre, cuando se enarbola como identidad por los cis hombres —habiendo sido fabricada por ellos mismos—, casi siempre suele ser para defender sus privilegios. Pocas, muy pocas veces, se usa como base de examen de dichos privilegios para rechazarlos en favor de una mayor justicia social hacia otros grupos en el eje género. En esos pocos casos suele acompañarse de complementos calificativos como feminista, por la igualdad, contra el patriarcado, que vienen a indicar distintos enfoques del proceso que se quiere emprender. ¿Pero enarbolar lo queer como calificador? ¿Y junto a hombre?
Es verdad que yo preferiría no equiparar en estos procesos la tarjeta a identidad, ya que no es el bastión de defensa, sino un punto de partida para lo contrario, para destruir las relaciones de poder que genera. Creo que una profunda revisión y rechazo de los privilegios conlleva intentar romper la tarjeta en trocitos: reconocerse como portador de la misma (los llevas en el fondo de los bolsillos por muy pequeños que los consigas partir) pero trabajar contra su ejecución como identidad. No quiero decir que haya que tomar una actitud postidentitaria, sino que, en tanto que autorreconocida como portadora de privilegios que no consideran justos y se quieren rechazar, debe emprenderse un proceso de autodestrucción de dicha identidad específica. Y en ese sentido sí, ejercer una queeridad silenciosa, no enarbolada como flamante anticategoría. Que sean por una vez el proceso y las acciones las que formen, o no, una nueva tarjeta, y que sea acuñada por las personas que pertenecen a otros grupos que parten de una posición menos privilegiada. Por una vez, no autodenominarse, no nombrarse a sí mismos con nuevas formas cool más justas de ser hombre cis (¡ay!, las nuevas masculinidades) y mucho menos como hombre queer, sino simplemente actuar y dejarse contar por las otras personas.
Citando a Braidotti: «No será autodenominación deliberada lo que nos permita encontrar la salida, sino los cambios en las estructuras profundas de la identidad a través de intervenciones que trascienden esta autodenominación y que exigen la acción».
Lecturas recomendadas
Aspiazu, J. Hombres y feminismo: del privilegio… Papeles del CEIC Vol. 2015/2 [P. nº 127]. En https://goo.gl/21PeIB
Gil, S. L. y Orozco, A. P. Transfeminismo: ¿sujetos o vida en común? Diagonal, 19/07/2010. En https://goo.gl/nHie2m
Braidotti, R. Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade. Ed. Gedisa, S.A. (2004)
Nxu Zänä. Contra la teoría Queer. Ciudad de mujeres, 27/10/2010. En http://goo.gl/mXmhqi
Suarez, B. (ed.) Feminismos lesbianos y queer. Representación… Plaza y Valdés Ed. (2014)