Los secretos, bienes preciados que debemos aprender a cuidar, guardan un estrecho vínculo con el misterio, pero también son un contrato social establecido entre aquellas que los conocen, quienes se convierten automáticamente en guardianas de su contenido. Si «la información es poder» es precisamente eso lo que nos hace responsables de lo que hacemos con ella.
Los hay de muchos tipos, pudiendo ir desde la intimidad que establece una tía con su sobrina cuando no cuentan a nadie que le dejó tomar más helado, hasta el desvío organizado de millones de euros de las arcas públicas a los cofres privados de los piratas contemporáneos… Su relevancia depende de en qué medida afectan, tanto a aquellas personas que pertenecen al contrato social, como a quienes son desconocedoras del mismo, así como de las consecuencias que tendría sacarlo a la luz.
En esta línea, hay secretos que, al mantenerse ocultos, no hacen mal a nadie (secretos mundanos), otros que se esconden por la atrocidad de los hechos cometidos (muchos secretos de Estado), pero también existen secretos que es mejor guardar como herencia de la comunidad conocedora, pues su popularización favorecería que desapareciese su esencia, haciendo que, al ser contados a quienes no saben apreciarlo, pierdan el sentido y el encanto de su naturaleza.
Me atrevería a afirmar que hoy en día la mayoría de los mortales parecen no saber guardar secretos si no es para construir relatos que ocultan una mentira. Ya no hay amores inocentemente escondidos que no sean en realidad infidelidades no afrontadas… y un reflejo de ello es la proliferación de vídeos de espacios naturales únicos que de un tiempo a esta parte inundan nuestras pantallas a través de las redes sociales, pues estos también suponen una traición, de la población para con la tierra que la vio crecer.
Las apps de exposición pública de nuestras vidas vanas se llenan de reels con mensajes como «X sitios secretos que no puedes perderte si visitas (inserte aquí la localidad a la que le tenga más cariño)» o «Paraíso escondido en (inserte aquí el municipio al que iba a relajarse)», revelando así la existencia de espacios ocultos al turisteo al que antes solo acudían los lugareños, precisamente para huir de las bandadas de foráneos estridentes.
Cabe pensar que desvelar esos vergeles terrenales no es malo en sí mismo, pero sí lo es qué hacen de ellos quienes no tienen tanto apego por la tierra y deciden venderla para crear «contenido» sin evaluar las consecuencias que la afluencia masiva tendrá sobre estos espacios y las características que lo dotaban de singular belleza. También, sin pensar que lo que hace únicos a estos lugares no es tanto su inusual aspecto, sino el hecho de que hayan conseguido mantenerse aislados y vivos a pesar del devastador paso del ser humano por sus lindes. Es por ello que os animo a mantener viva la esencia de los secretos más preciados de estas nuestras tierras andaluzas, y no llevéis a esos «paraísos escondidos» a quienes no van a saber manejar tanta hermosura sin querer especular con ella.