«Me he cansado de ser pobre.» Esta fue mi respuesta cuando una amiga me preguntó que cómo con una carrera, dos másteres y llevando tiempo trabajando de lo mío me iba a poner a estudiar —como muchas tantas otras personas a su alrededor— programación.
Estudiar programación
Nuestras madres nos dijeron que si estudiábamos lo que queríamos alcanzaríamos un trabajo digno. Eso nos lo dijo una generación que abrió las universidades a la clase obrera y que con ilusión logró ese objetivo. No es el caso de sus hijas. En mi generación hay muchas personas sobrecualificadas para sus puestos de trabajo.
No soy la única. En los últimos años los ciclos formativos se han llenado en el sector de la informática y las comunicaciones, tanto que ocupan el segundo puesto de las matriculaciones en FP superior en el curso 2022-2023, con 56 853 matrículas, aunque tan solo el 12% de mujeres.
Además existen cursos de todo tipo como los llamados bootcamps. Estos son cursos intensivos de 3 a 7 meses donde te enseñan a programar, en muchos casos dedicando de 8 a 12 horas diarias a ello. ¿Vale un bootcamp para alcanzar a una persona que ha estudiado la carrera de informática? No, para elles somos personas que hacen el trabajo sucio mientras se dedican a cosas más importantes. Pero sí que pueden valer 3 o 7 meses de bootcamp para poder ganar más de lo que ganarías con tu carrera a un coste entre 2 000 y 15 000 €. Pero ojo, que tampoco valen todos: muchas empresas que hacen bootcamps estafan, ya que no te enseñan a programar e incluso tienen de material didáctico videos de youtubers programadores (gratis en Youtube claro).
Pero, al margen de esto, ¿por qué la gente lo está estudiando?
La panacea
Se prometen sueldos superiores al de un funcionario, otro plan ante la desafección laboral.
No solo nos prometen un buen sueldo, hay una demanda constante que llena de ofertas los portales de empleo digitales. Esto te hace olvidar el miedo al paro o te ofrece una época sabática, ya que sabes que cuando quieras volverás a encontrar trabajo fácilmente. Además, esto también te permite, si no te gusta la empresa para la que trabajas, cambiar sin ningún problema. Pero la joya de la corona, sin lugar a duda, es trabajar desde casa. Porque tu jornada va a ser en casa, aunque sea un par de días, y todas soñamos con eso. Poder trabajar en pijama, abrazada a tu perro, llevar a tus hijes al cole, no tener que aguantar un ambiente laboral donde oir comentarios racistas o simplemente poder volver a tu lugar natal a vivir, porque tuviste que salir hace años pues allí no había trabajo para ti. Así las visitas a tu madre no se limitarán a ciertas festividades.
Queremos dejar de ser pobres a pesar de que trabajemos y queremos ver a nuestros seres queridos (vaya, casualmente como las luchas sindicales).
No es oro todo lo que reluce
Para empezar me parece muy distópico que un curso de 3 meses me brinde más salario que una carrera universitaria de 4 años, y en ocasiones por el mismo precio. Ahí el mercado sí que sabe. Conozco personas que han acabado trabajando en el mismo sector para el que estudiaron, pero programando. Esto crea una falsa sensación de haber cumplido tus expectativas laborales y juegan con ese entusiasmo, volviendo a estar expuestas a unas condiciones laborales regulares.
Por otro lado, Durkheim tenía razón: era inevitable la división del trabajo y que este, además provocara aislamiento e invisibilización, creando una dislocación social que limita la lucha social. Si estamos cada una trabajando desde nuestras casas, ¿cómo van a ver que mi jefe está abusando de su autoridad? ¿Cómo voy a ver que mis compañeras están igual de quemadas que yo si nos limitamos a reuniones por videollamadas? ¿Cómo nos vamos a organizar sindicalmente y mejorar nuestra situación? ¿Realmente esta es perfecta?