nº59 | andaluza política

Échame un agüita, prima

El agua de Madrid es una cosa sensacional. No se vayan a creer que todos esos rumores que corren no son ciertos, yo la he probado y realmente es exquisita; uno apenas la testa, la roza con sus labios tan siquiera, y siente de inmediato los beneficios cuasi mágicos que posee. No se piensen que ando de broma, el agua de Madrid proviene del Canal de Isabel II, directamente se podría decir que emana de los vestigios que aún perviven de los poros de su piel en algún católico y apostólico sarcófago; un sudor sagrado que alimenta a la capital del reino, que riega sus campos de golf y sus gaznates pretenciosos con el único y verdadero fluido real. A la pobre —he de señalar— casi se le amargaron las aguas reales cuando, primero, la casaron con un Borbón y, segundo, la quitaron de en medio unos tristes republicanos que ya por entonces estaban dando la tabarra con la unidad de la izquierda. Por suerte, su sudor azul permaneció inamovible y ahora lo beben todos los madrileños por la gracia de Dios, así como los vasallos que tenemos por bien acudir de vez en cuando a la capital del reino a ver el musical de El rey León o comer las mejores bravas de Iberia mientras humedecemos el gaznate con el agua más sabrosa que existe en los mundos conocidos y por conocer.

El agua de Madrid es sensacional, mucho están tardando nuestros vecinos centristas en embotellarla y exportarla por el mundo, cosa extraña teniendo en cuenta el espíritu emprendedor y, por qué no decirlo, un poco imperalista que poseen nuestros queridísimos. Será cosa de mantenerla pura, intacta, ajena incluso a las diatribas del mercado libre que tanta prosperidad otorgó a nuestro reino. Lo hagan o no, estoy seguro que su cotización en bolsa alcanzaría picos estratosféricos y no dejaría de subir, como no deja de subir tampoco el nivel de partículas galosíneas en el aire de nuestra amada capital, que sus gobernantes tienen a bien colocar gratuitamente para goce y alimento de sus afortunados vecinos, acelerando el tránsito de estos por sus túneles, de un metro a otro, ráudos, veloces… ¡Es tan emocionante verles correr de un lado a otro!

El agua de Madrid es una cosa sensacional, bien podrían aunque sea montar una tubería pequeñita para repartir un poco en Andalucía; por supuesto no al estilo trasvase del Ebro, que eso suena a comunismo y a la época de ZetaParo, sino una cañería chiquita bien chiquita que bastaría para resolver los pequeños problemas que tenemos aquí los porehitos del sur. Porque digo yo que si tienen el mejor agua en este plano del universo y en los dos siguientes, podrían echarnos un cable con el temita de Doñana que, una vez vacía, va a necesitar no digo ya una tubería o una cañería, pero qué menos que unos cuantos cubitos de playa rellenos de su agua para recuperar su forma, su hábitat, el verde en sus plantas y los coloretes en sus conejos. Quién sabe si así, con un agua tan rica y nutritiva como la de Madrid, a los linces se les pasa ya la puñetera depresión que padecen y dejan de darse trompazos con los sufridos Land Rovers de nuestros amables fascistas autóctonos.

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