T11 cumple cinco años en la Fábrica de Sombreros y nos parece buen momento para evaluar dónde estamos y hacia dónde podemos ir. En estos cinco años se ha consolidado el proyecto como entorno compartido para la acción entre iniciativas locales y como espacio artesanal. Las naves en las que estamos instalados se han rehabilitado en un alto porcentaje y hay una demanda constante de los recursos que disponemos. Por otro lado, la presión turística sigue constante y no se prevén políticas públicas que la limiten. Nuestra posición, como la de otras iniciativas de marcado carácter social de nuestro entorno, es precaria en el medio plazo debido a la más que probable subida de precios. Lo que está pasando con estas iniciativas simboliza el destino de esa Sevilla que se hace invisible en el mapa turístico. O de esa cara b que ha sido históricamente seguida con interés desde fuera.
La antigua Fábrica de Sombreros de Fernández y Roche son una serie de construcciones iniciadas a finales del siglo XIX situadas entre los barrios de San Julián y Feria, en el casco histórico de Sevilla. Con un crecimiento muy rápido, llega a tener un pabellón efímero en la Exposición Universal de 1929 y se convierte en uno de los pulmones laborales de este área artesanal de la ciudad. En los años noventa, y con un nicho de mercado aún consistente, inicia su progresivo traslado hacia un polígono en Salteras que se culmina en el cambio de siglo. La propiedad pasa por distintas manos pero las figuras de protección patrimoniales, que afectan tanto a usos como a las cualidades arquitectónicas del edificio, han bloqueado los intentos especuladores sobre el inmueble. Este condicionante llevó a su abandono durante años con dos periodos de excepción: durante la reivindicación de su uso por parte de la Plataforma de Artesanos del Casco Antiguo (PACA) en 2006 y por parte de activistas para su uso comunitario entre 2008 y 2009 como centro social okupado autogestionado.
Por estas razones, el solar es una de las piezas más importantes que quedan sin exprimir del casco histórico de Sevilla. Con casi 3 000 m² de superficie, en el Plan General de Ordenación Urbana de 2006 (en concreto en el ARI DC-04) se asignan una serie de condicionantes al uso de la parcela entre los que se encuentra la habilitación de un paso entre la calle Castellar y la calle San Blas que sea de acceso público. Esta comunicación reordenaría todo el área y daría un cierto respiro a un vecindario congestionado por el turismo. La antigua fábrica es propiedad actualmente de los hermanos Márquez Betanzos, que poseen otros significativos inmuebles en la ciudad pero una difícil relación tanto con la administración como con el barrio. El precio del metro cuadrado sigue en aumento en el barrio mientras siguen reduciéndose los equipamientos y cerrándose los comercios tradicionales. En ese tenso entorno es donde se sitúa T11.
T11 es la continuidad del proyecto que viene desarrollando la cooperativa Tejares Once desde 2013. Situado inicialmente en un corralón de la calle Tejares, en el barrio de Triana. Surge ante la necesidad y el deseo de varios carpinteros de compartir espacio de trabajo y colaborar entre ellos. El modelo cooperativista tiene unas virtudes muy necesarias para responder a las exigencias actuales de este tipo de artesanías: entrada de trabajos de intensidad irregular y amplio espectro de herramientas y tecnologías a usar. Estas exigencias llevarían a que iniciasen el mes con un volumen de gasto alto, si operaran individualmente, además de tener que trasladar su acción a los polígonos de la periferia, lo que les haría perder visibilidad. La industria ligera y la artesanía, que debieran proporcionar heterogeneidad a la ciudad consolidada, pocas veces son equipamientos accesibles en áreas con presión inmobiliaria. Soluciones colectivistas, como la cooperativa, permiten acometer espacios de mayor volumen y mejor equipados que sí responden a distintas exigencias de proyecto y pueden operar cambios significativos en la ciudad consolidada.
El proyecto Tejares Once se pensó desde su origen a partir de nuestras fortalezas. Por ello, el acondicionamiento de la nave no se inició hasta que se obtuvo la instalación de electricidad trifásica y la llegada de las grandes máquinas de carpintería estacionaria. El resto del proyecto fue autoconstruido, aprovechando los diferentes saberes y usando la madera como material primario, y fue cien por cien desmontable por nosotros mismos cuando no hubo posibilidad de continuar en el corralón trianero en 2018. Entre tanto hubo posibilidades de afinar el modelo, al abrir la carpintería a otros usuarios aparte de los cooperativistas impulsores de la iniciativa, siendo un recurso para los vecinos e incorporando otros perfiles diferentes al especialista en madera. A finales de 2017 se nos avisó de que el corralón se iba a vender a un fondo inversor con el objeto de hacer 85 viviendas y que nos tendríamos que trasladar o cerrar.
El desahucio supuso una transformación en el proyecto. La urgencia por buscar un espacio desde donde continuar nuestra acción, para lo que nos dieron solo seis meses, implicó una exploración exprés de posibilidades donde el Ayuntamiento de Sevilla, como principal tenedor de espacios industriales en la ciudad consolidada, debiera de haber sido la respuesta mejor. Sin embargo, los ritmos de la administración no acompañaron y tampoco percibimos un compromiso de colaboración que nos invitara a esperarles. La solución más accesible fue alquilar dos naves en la antigua Fábrica de Sombreros, en la que prácticamente no había habido nada tras las okupaciones y solo había algún local utilizado subrepticiamente. La baja demanda que tenía la antigua Fábrica hasta ese momento hizo que ambas partes nos pusiéramos de acuerdo rápidamente y se produjo la adecuación de las dos naves en el segundo semestre de 2018.
El cambio de escenario supuso profundizar en la conexión del proyecto, desde entonces denominado T11, con la cultura libre local. Por las características de las naves, el área de carpintería tuvo que reducirse respecto al anterior emplazamiento. A cambio, quedó mejor escalada la relación entre el equipamiento para artesanos de la madera y el espacio para producción de otros saberes. Esa escala era necesario afinarla, ya que uno de los principios de nuestro espacio es conseguir defender un entorno de trabajo artesanal sano y colaborativo. Para conseguirlo, hemos comprobado que, en la ciudad consolidada, los artesanos no pueden pagar los precios del mercado si no es bajo la autoexplotación. La alternativa es maridar con otras iniciativas que valoren ser proporcionalmente las que más dinero pongan en la unión, a cambio de una experiencia diferente. Es lo que intentamos en T11, que todas las componentes entiendan su papel y aportación al conjunto pese a que en muchos casos la interacción no sea directa con el mundo artesanal. Aunque visualmente parezcan dos proyectos, las dos naves forman parte de un mismo espacio dedicado a fomentar el trabajo artesanal con madera aunque muchas de las que habitan T11 no se hayan ensuciado nunca las manos con serrín.
Nuestro crecimiento vino acompañado de un incremento de las iniciativas que se instalaban en el resto de naves de la Fábrica. Nuestra ambiciosa apuesta por este emplazamiento y las mejoras de las que dotamos a las naves generaron un clima de confianza en el entorno de la antigua Fábrica que no se había dado con anterioridad. Desde entonces se unieron pintoras, ceramistas, joyeras o especialistas en textil, y se hicieron acciones abiertas al barrio en el año 2019 —frenadas tras el confinamiento y luego no reactivadas por ciertos cambios de actitud en la propiedad—. En este ámbito ampliado de la Fábrica también se ha intentado apostar por la colectivización a través del impulso de la asociación cultural La SinSombreros, con el objeto de cuidar de los espacios comunes, colaborar entre las distintas iniciativas y mantener una postura común en el trato con la propiedad.
En el contexto actual del casco histórico, cualquier artesanía que no vuelque su producto en el monocultivo turístico acaba siendo con casi total seguridad expulsada a otras áreas. La intervención desde la administración pública va desde iniciativas ensimismadas que guardan distancia con el barrio —como Rompemoldes— a una desprotección total de talleres y comercios que daban una identidad al vecindario cuando se trata de propietarios privados. T11 tiene una posición sólida en el corto plazo con un modelo testeado en dos emplazamientos diferentes. La replicabilidad del modelo T11 no se puede dar por segura, pero su éxito no parece más improbable que otras fórmulas probadas (y erradas) desde lo público. El Ayuntamiento de Sevilla, como principal tenedor de los espacios industriales alojados en el casco histórico y su entorno, tiene un gasto económico alto en el mantenimiento de espacios inactivos. Pero no se ha mostrado capaz de encontrar la manera de articularlos con la demanda actual de espacios para artesanos e iniciativas sociales. La oferta de espacios desde la administración más bien se limita a locales individualizados y en lugares desde donde les es difícil coordinarse con otros proyectos. Suponemos que simplifica el proceso pero también limita el potencial que ejemplos como T11 muestran cuando nos mezclamos y colaboramos.
Otra cuestión a resolver es qué pasa con la antigua Fábrica de Sombreros. T11 y el resto de iniciativas artesanales de la SinSombreros han destapado el potencial que ya habían señalado las distintas okupaciones en el pasado. Pero se encuentra en manos de unos propietarios cuyo interés se centra en la especulación con el inmueble y que no han hecho inversiones para la rehabilitación del mismo. Por otro lado, nuestro pulmón financiero no es suficiente para acometer esa compra ni está entre nuestros planes conseguir la viabilidad económica a través de la optimización de los recursos que el conjunto de la Fábrica posee. Queremos ser un actor más dentro de un esquema que abra estos espacios para la ciudadanía y que se gestione en relación a las necesidades de esta. Porque esa es la otra clave: ni siquiera un proyecto bienintencionado desde la SinSombreros podría asegurar que en las vacas flacas las compañeras no volcaran sus esfuerzos en atraer al turista hacia el espacio. Por eso necesitamos un contrapeso vecinal que sea garante de su uso social. Probablemente la vía deberá pasar por una colaboración público-privada donde los estudios artesanales se complementaran con espacios formativos y se pudiera destinar el porcentaje de suelo destinado a residencial para viviendas cooperativas en régimen de cesión de uso.
Sabemos que no tenemos el potencial utópico ni crítico de alguna de las okupaciones que nos precedieron. Es una visión más utilitarista, pero que ha permitido cobijar acciones de la cultura libre e iniciativas artesanales en un entorno hostil. Hemos sido una demostración más de que los espacios comunitaristas funcionan a todos los niveles y que, ante la incapacidad de la administración de gestionar todo su patrimonio, somos una alternativa viable que se puede accionar donde antes se instalaba la antigua Sevilla industrial. Un patrimonio que ha sido gestado entre todas y que no es lógico que se malvenda al próximo fondo inversor interesado. Cumplimos cinco años en la Fábrica de Sombreros y es el momento de encontrar el siguiente paso, pero probablemente no debamos darlo solas, porque al final todo el peso descansa sobre unos hombros muy exiguos. Y, teniendo el mejor café de Sevilla, sería una pena que se perdiera, simplemente, porque no podamos más.