Cuando vamos a comer por ahí, normalmente nuestra necesidad de estar a gusto pivota entre dos opciones: sentarse en la terraza si se está bien en la calle o, si no, ocupar una mesa de dentro con el aire acondicionado o la calefacción, servicios hoy indispensables en cualquier establecimiento.
Un bar sin terraza es un bar incompleto. Una terraza o un velador, de esos que acaparan plazas y aceras volviendo algo complejo el caminar, es dinero, es una parte indispensable del negocio. Montar la terraza, para las que trabajamos en la hostelería, es una tarea añadida a la de servir al cliente que se asume sin rechistar: mover sillas apiladas, colocar mesas, transportar sombrillas con sus respectivos pies de cemento. Los dolores de espalda garantizan el disfrute de la clientela, que venga más gente, que haya más trabajo y que se consuma más. A la hora del cierre, tras despedir a lxs últimxs comensales, hacemos el movimiento inverso, la recogida de todo el arsenal hostelero a la intemperie (lo que alarga la jornada), para volver a montarlo pocas horas después.
Hay un par de casos que últimamente me dejan congelada, en medio de la calle, cuando paseo por la cuidad que habito. El primero, un restaurante cuya terraza está al otro lado de una carretera de doble sentido. Lxs camarerxs deben caminar 70 pasos desde la cocina para llegar a servir la terraza, y tienen que esperar a que un semáforo se ponga en verde para que los platos lleguen a la mesa. Cada capricho de quienes son servidxs, supone otro largo paseo y otro cruce de carretera. He comprobado que en muchas ocasiones los coches paran sin necesidad de que cambie el semáforo, al ver la estampa del camarerx esperando cargado con bebidas y comida. El segundo caso, otro restaurante con una terraza situada a unos 60 pasos del local, a la que, para llegar, hay que cruzar una calle y doblar una larga esquina. Esta situación impide que se pueda controlar el servicio a simple vista y complica el trabajo.
Una terraza tan lejos de donde se recogen los platos recién montados o se depositan los vasos vacíos es un sinsentido, debería ser ilegal, lo mismo que un turno partido o no librar en agosto. Nadie se merece trabajar 4 o 5 horas por la mañana y otras 4 o 5 por la tarde, al igual que nadie debería esperar a que se detengan los coches para poder atender una mesa que se atisba desde lejos. Si multiplicamos 70 pasos y un semáforo en rojo para atender 10 mesas de 4 comensales, o si hacemos la cuenta de 60 pasos, una carretera, una esquina, 25 sillas y 5 mesas, las cifras que obtenemos son generosas, unas cantidades inversamente proporcionales al sueldo y a las horas de descanso del personal que trabaja en esos bares. Esto refleja que las personas que suelen dirigir las empresas de comer y beber no trabajan en ellas, no sirven, no tienen que darse tales paseos. Ante casos como estos, no se le puede echar la culpa al turista, la responsabilidad recae en quien solo mira por el beneficio del dinero y no piensa en su plantilla.