nº12 | ¿hay gente que piensa?

Madera de kinki

Va por Félix, a quien el jaco dejó en el camino

Nacer en Vallekas allá por el 74 era, sin duda, un seguro de éxito. Este territorio rebelde vivió ajeno a la capital hasta que fue ocupado masivamente por la inmigración de gentes del campo. Corrían los 50 cuando, huyendo del hambre y la miseria, empezaron a llegar nuestras abuelas y abuelos, y fue entonces cuando la capital se anexionó el pueblo. Antiguo «campo de la ciudad» musulmán; municipio de la escuela de pintores vanguardistas; icono de la lucha vecinal; barrio de Poli Díaz, Ramoncín y Azúcar Moreno; cuna de la «rumba vallekana» creada por los Chichos y los Chunguitos, a golpe de pico, sin pala; puerto de mar sin playa pero con cofradía marinera y batalla naval; equipo de barrio de primera, el Rayo Vallekano, con ese Hugo Maradona que hizo las delicias de quienes estudiamos la EGB y de todos los camellos de la ciudad y alrededores.

Estas condiciones de contorno a uno algo le marcan. Ya desde chiquito mis raíces veratas y calabresas por igual, extremeñas ambas, me endosaron la losa de la inferioridad, de la pleitesía. «Estudia, niño, estudia, que no te pase como a nosotros». Y mientras los 80 decidían que sobraban jóvenes, los chavales nos dedicábamos a limpiar el campo de fútbol de jeringuillas usadas antes de echar la pachanguita, mientras veíamos a una generación entera de mayores consumirse, sin entender muy bien porqué.

La Vallekas de los 80 era un territorio perfecto para las fechorías del Opus Dei. El miedo, la delincuencia y la droga entregaban a «la obra» hordas de imberbes cuyos progenitores buscaban proteger. Allí probé el bromuro del rancho de las convivencias, aguanté la inquisición del preceptor, las misas de los lunes y la misoginia entró en mi vida sin conocerla. Eso sí, me entrenaron para ingeniero, de los del taco, y como los 90 decidieron que a los pobres había que dejarles estudiar porque «la máquina» los necesitaba, ¡se acabó la heroína! ¡A la Universidad!

La Escuela Superior de Ingenieros Aeronáuticos de la Universidad Politécnica de Madrid me brindó una calurosa acogida. No sé, quizás Cobi y Curro tuvieron algo que ver. «Buscáis la fama, pero la fama cuesta…». Un ruedo de gladiadores, vamos. Y tras casi 8 años de sudar y sudar, llegó la fama. Construcciones Aeronáuticas (CASA) me da una beca en condiciones que hoy no se pueden ni soñar y, ¡ya está! Con mis 26 años estaba dentro del Club de la Clase Media. Ahora solo me faltaba casarme, procrear y la hipoteca, claro. ¿Cómo había conseguido llegar hasta allí viviéndolo todo en tercera persona? ¡Ahí está el tío! He cumplido ya los cuarenta palos y aún no me he caído del guindo, pero sospecho que habiendo sido el protagonista de mi propia historia, el guión lo han escrito otros.

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