nº35 | política global

EE UU vs China:

guerra comercial, geopolítica y cinismo

El Gobierno y una parte del sector privado estadounidense, se empeñan en una guerra comercial con China que en apariencia responde a los caprichos de Trump. Se habla menos —porque preocupa más a Occidente— de que China se perfila como el próximo líder tecnológico a nivel mundial, lo que desata serias disputas por la primacía geoeconómica y geopolítica.

La guerra comercial: bombardeo de aranceles

EE UU ha declarado una guerra comercial contra su competidor número uno a nivel mundial centrada en la imposición de aranceles, que generaron una reacción de China en la misma dirección. Esto ha implicado un aumento en los costes para las empresas y las consumidoras estadounidenses, la proyección de una disminución de la producción económica anual en China y un escenario de ansiedad ante una posible desaceleración del comercio mundial.

Al tropel de aranceles contra productos chinos se agregan medidas controversiales que exacerban las tensiones: una orden ejecutiva de Trump que restringe la venta de productos Huawei y ZTE Corp en EE UU. A su vez, el Departamento de Comercio de EE UU, colocó a Huawei en la lista negra que prohíbe a personas y empresas estadounidenses vender productos a estas compañías, a menos que cuenten con una licencia especial del Gobierno (licencia que puede ser denegada en virtud de la seguridad nacional o para resguardar los intereses de EE UU en el exterior).

La clave de la disputa es que China está liderando el desarrollo de la tecnología 5G, que implica un cambio profundo en tecnologías de la comunicación y la información: permitirá un tiempo de respuesta de la red de un milisegundo y una velocidad de conexión 100 veces más rápida que la actual red 4G, además de un ahorro de energía del 90% respecto a los sistemas actuales. Todo indica que en 2020 esta tecnología llegará a las principales ciudades del mundo y China será la gran exportadora.

La nueva Guerra Fría tecnológica

Así, la ira de Trump contra el gigante asiático se explica por el hecho de que en breve China pasará de ser un Estado que copia recetas, a diseñar tecnología punta. Y es que China ha aumentado exponencialmente su inversión en ciencia y tecnología, como lo muestra la política industrial «Hecho en China 2025», que apunta a lograr mayor autonomía en áreas clave de la economía. A esto se suman las joint ventures con empresas de tecnología de punta extranjera, a cambio de abrir acceso al enorme mercado chino y el crecimiento exponencial en el pedido de patentes.

Mientras tanto, en EE UU los expertos declaran la existencia de una crisis en STEM (ciencia tecnología, ingeniería y maquinaria) sin precedentes que está beneficiando el desarrollo tecnológico en otros países a costa del rezago tecnológico en EE UU. Esto pondrá en peligro no solo el «bienestar económico», sino la «seguridad» estadounidense, pues la tecnología 5G «podría aumentar la capacidad de espionaje de Beijing sobre gobiernos y empresas occidentales» —le quitaría a Occidente el monopolio que viene detentando en este rubro— como muestra Wikileaks.

Lo bueno de este escenario (según los expertos estadounidenses) es que los retrotrae al lanzamiento del Sputnik soviético en los años 60. En ese momento hubo un giro por parte del Estado y sector privado de EE UU para empujar y reforzar el desarrollo científico tecnológico: «los estadounidenses se focalizaron en ganar la carrera espacial en cada aula, en cada campus universitario (…) Estamos acercándonos rápidamente a otro momento Sputnik», advierten.

Dos apuntes sobre la Guerra Fría

El primero, sobre el cinismo: los procesos económicos nunca están escindidos de la política y las posibilidades de cambio. En la periferia —América Latina, África y buena parte de Asia— la Guerra Fría fue muy caliente: una guerra contrainsurgente que se cobró millones de víctimas y que aniquiló procesos revolucionarios o reformistas por doquier. Contrainsurgencia especialmente financiada por EE UU y las potencias occidentales (en un revival de dominación colonial). Lo cínico es que es en esos mismos territorios donde existen hoy pueblos que carecen del acceso a avances tecnológicos propios del siglo XX: no tiene agua potable, no tienen luz o alcantarillado, no tienen internet, porque no tienen luz y deben soportar los avatares climáticos desatados por esta guerra tecnológica (desertificación, montañas de basura y residuos químicos, etc.) que termina beneficiando a un puñado de corporaciones transnacionales y a minorías privilegiadas a costa de mayorías empobrecidas y un planeta al borde del colapso. Son víctimas directas (no «colaterales») de las diversas guerras libradas por las potencias.

El segundo: la guerra tecnológica es siempre guerra por recursos estratégicos, disputa geopolítica. ¿Quién se apropiará de los recursos necesarios para estar en la punta del viento? Ejemplo: EE UU importa casi el 80% de los metales de tierras raras de China, minerales utilizados para todas las nuevas tecnologías: celulares, baterías, vehículos eléctricos, energías verdes, aplicaciones militares, insumos médicos, etc. Es probable que China se niegue a brindarle acceso a estos recursos clave. Fuera de China, las mayores reservas de tierras raras del mundo se encuentran en Brasil. El Gobierno de Bolsonaro está «orgullosamente» alineado al Gobierno estadounidense, en particular en materia de seguridad. Pero sigue siendo uno de los principales socios comerciales de China a nivel latinoamericano. Así, EE UU busca ampliar su influencia en ese país, especialmente en el ámbito militar, como una forma de garantizar mercado (y de paso consolidar el cerco militar contra Venezuela, para garantizar futuro acceso al petróleo de ese país). Las Fuerzas Armadas de EE UU tienen clara la necesidad de garantizar el acceso a los recursos estratégicos. Es un alto precio que deben pagar los pueblos latinoamericanos.

Desde el Sur reclamamos: más dignidad, más justicia, más conciencia. No a las guerras.

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