Casi desde el mismo momento en que dejé de ser en singular y me pasé a la primera persona del plural (cachorroi y yo somos), la gente me da la tabarra con volver. Que cuándo voy a volver. Volver a beber, a salir sola, a trabajar, a juerguear de noche, a ser productiva, a centrarme en el activismo, a estar disponible a cualquier hora, a no poner pegas a los horarios locos, a responder rápido a los mails, al Whatsapp, volver al gimnasio, a coger el móvil… cuándo voy a volver a ser la que era cuando era en singular.
A mí, la verdad, es que me da entre coraje y una pereza enorme explicarme. No quiero yo ponerme a repartir topicazos en plan unhijotecambialavida. Bueno, claro, te la cambia como te la cambian tantas otras cosas: mudarte, dejar de beber, tener perro, estar en pareja, que se muera tu madre, sufrir una enfermedad. Así que, por un lado, me pregunto: ¿volver a dónde? Mi vida de antes ya no está allí donde la dejé. Yo la puse bien envuelta en una esquinita, como las sillas que se dejan guardando el sitio en las playas masificadas, y ha venido una ola, me ha desparramao todo por ahí y ha cambiado las cosas de sitio. Y es que, como decían mis amiguis de ZEMOS98, lo que pasa no despasa y hay cosas que no te cambian la vida, te la traspasan. Y ese sitio al que se supone que tienes que volver, ahora es tierra quemada y tú ya estás liada plantando la huerta de invierno.
Yo lo que me pregunto es por qué voy a querer volver a esa vorágine. Le he cogido el gustillo al ritmo lento. Despertarse, hacer la croqueta, dar la teta al sol, que te conozca el frutero, pasear por el barrio… Ya lo conté en otro editorial: no una vida donde tenga que arrastrar a mi hijx del brazo diciendo «venga, que llegamos tarde». Tengo el inmenso privilegio de poder ser feliz en mi burbuja (por poco más, pero lo tengo). Leo, escribo la tesis, compro, cocino, crío. Volver, ¿a dónde?
Más de una estará pensando «señora, a mí qué me cuenta; yo he venido aquí a leer El Topo, editorialice y deje de darme la turra con su burbuja feliz». Voy, a ello me dispongo, pero hay que calentar un poco el ambiente con lo personal antes de pasar a lo político.
Esta falta de respeto por los propios tiempos no es exclusiva de la crianza. La sufre también quien pasa un duelo, una enfermedad, un bache emocional; cualquier suceso que te transforma y te hace retirarte temporalmente. La gente, bienintencionadamente la mayoría (excepto tus jefes), te animarán a que vuelvas (a salir, a bailar, a coger el móvil, a ligar, a contestar, a quedar, a decir que sí…) porque entienden que eso es un signo de que vuelves a estar bien. Y cuando no queremos o podemos volver, la gente a nuestro alrededor sigue con su vida, dando vueltas al tiovivo esperando que nos subamos. Nos tienen un sitio cogido y todo, para cuando nos apetezca volver. Pero nosotras seguimos sentadas en nuestro banquito al sol, viendo a la gente girar y pensando que lo que de verdad necesitamos es que se sienten con nosotras un rato al sol entre vuelta y vuelta. Porque la mayoría de las veces, una vez superada la fase bicho bola, no queremos estar aisladas, queremos que nos acompañen respetando nuestro ritmo. Y entiendo que es complicado gestionar ese déjame-tranquila-pero-no-tanto y que, a veces, somos cansadas de manejar; pero necesitamos espacios amables donde poder hacer y estar con nuestro paso vacilante, nuestras cojetás o nuestro renqueo.
Alguna estaréis pensando: «¿y esto que tiene que ver con El Topo». Procedo a establecer la relación. En estos dieciséis meses de crianza solo hay un sitio al que he vuelto y del que, en realidad, creo que nunca me he ido del todo. Un espacio donde me he sentido a gusto, acompañada y arropada. En estos meses he estado en modo ameba, intermitente, oxitocinada, dispersa, motivada, cogiendo el hilo… y todo ha estado bien. Como decían en Twitter (no sé si se sigue diciendo porque no he vuelto aún), El Topo es casa and I think that’s beautiful.