Te levantas un día, sientes el sol en tu piel, el sonido del agua y una ligera brisa sobre tus mejillas. Estás en un barco, disfrutando del silencio y de la soledad, de la inmensidad del océano. Pasan los días y sigues en el mismo lugar, pero, de repente, lo mismo ya no sienta igual. El sol te quema, la brisa hace inestable tu suelo, el agua acecha y la infinidad del océano empieza a reflejarse en tu interior. El océano se mueve, empieza a echarte, como si te intentase decir que no es tu sitio, ¿qué hace una persona aquí? ¡Fuera! Las olas empiezan a ser cada vez más altas, tapando la luz del sol que te hacía sentir acogida y en casa. ¡Fuera! El viento cada vez más agresivo, pero… ¡no tienes ancla! ¿Qué va a pasar, sin ancla y sin tierra avistada? La tormenta se calma, vuelve la tranquilidad. No obstante, sabes que la tranquilidad no es tu derecho, la estabilidad para ti es un privilegio. El mar siempre te recordará que allí no perteneces.
Al igual que el mar, la ley de extranjería también te recordará que tú aquí no tienes tu sitio, que te pueden despojar de todo objetivo cumplido en cualquier momento. Puede que olvides que está allí, pero, como las olas, tambaleará tus cimientos y hará que cambies de rumbo tu vida para conseguir más libertad, tranquilidad y estabilidad. Tendrás que tomar decisiones difíciles, dejar a tu familia, trabajar en condiciones indecentes, vivir indignamente, todo para que la próxima tormenta no te eche. Ser extranjera en Andalucía es, a partes iguales, una bendición y una maldición. Un caramelo envenenado, pues te enamorarás de la belleza de sus ciudades y la bondad de sus habitantes, pero siempre siempre tendrás algo que te tapará el sol algún día, una carta que te deniegue tu residencia por la más absurda de las razones y te obligue a abandonar tu casa, tu gente, tu vida por un mero papel, una mera transferencia bancaria o una asignatura suspensa.
Por eso, ser extranjera requiere de una lucha constante, una batalla vital por demostrar algo que se empeñan en hacerlo inalcanzable. Una vida digna, ¿todas la merecemos no? Lo que para algunas es un derecho para otras es un sueño. Además, al peligro de las mareas se le están sumando cada vez más impedimentos, unos tiburones que se creen que el mar es solo para ellos, depredadores sin piedad que no conciben más que odio y violencia hacia los que no son como ellos. Pero la lucha sigue, día a día las personas migrantes reivindicamos nuestra existencia y nuestro derecho a la vida digna.
Regularizar es estabilizar, estabilizar es dar vida para dejar de vivir a la deriva. #RegularizaciónYa