nº12 | la cuenta de la vieja

Una herramienta de sometimiento a los pueblos al servicio del neoliberalismo

En las últimas décadas, el sistema económico mundial ha sufrido variaciones importantes que han provocado que la economía financiera y especulativa haya desplazado a la economía productiva. El abandono del patrón oro o la continua desregulación de los mercados financieros han facilitado el crecimiento exponencial de un sector financiero que actualmente ejerce un poder económico de sometimiento sobre la gran mayoría de la población. Su principal arma: la deuda.

La financiarización de la economía mundial

En la década de los 70, el sistema financiero sufrió una serie de cambios que separaron de una manera muy drástica la economía real de la economía financiera. En el año 1971, Estados Unidos abandona el patrón oro que obligaba a tener reservas en oro para poder emitir moneda. Todos los países siguieron a la gran potencia americana convirtiendo la creación del dinero en una cuestión de confianza (le damos valor a un billete porque confiamos en que el banco central del país que lo emite respalda ese billete). Pero este poder para crear dinero sin una contrapartida fue trasladada también a la banca privada a la que se le permite crear dinero mediante la concesión de créditos manteniendo solo un pequeño porcentaje de ese dinero en sus reservas. Este porcentaje, conocido como «coeficiente de caja», que actualmente varía entre el 3% y el 15% según el país y la moneda, les permite crear dinero exponencialmente para prestarlo, creando así una deuda solo soportada en la confianza mutua.

El fin de la paridad dólar-oro fue un paso importante para la desregularización de los mercados financieros que, desde ese mismo instante, dispararon la creación de dinero, inundando el planeta y alimentando a un sistema capitalista que había visto como la economía productiva no era capaz de crecer al mismo ritmo que su lógica del crecimiento infinito exigía para no caer.

Pero este dinero no se presta gratis. Detrás de todo préstamo hay un interés, por lo que siempre se necesitará más dinero de lo recibido para pagar el montante del préstamo original, lo que convierte el sistema en una espiral de deuda sin fin que usa nuevos préstamos para poder pagar los anteriores y que agudiza las desigualdades al otorgar un poder cada vez mayor a las entidades financieras acreedoras de esa deuda.

Bretton Woods: organismos financieros internacionales al servicio del neoliberalismo

En 1944, en la convención de Bretton Woods celebrada tras la II Guerra Mundial, se crearon el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) con la intención de estabilizar la economía mundial mediante el control de la economía financiera del planeta. Pero estos dos organismos han sido el engranaje perfecto para imponer un sistema de control basado en la deuda mediante la financiación de países a cambio de imponer continuas recetas de liberación y privatizaciones de sectores controlados por los Estados, además de imponer medidas de austeridad para reducir el tamaño de los sectores públicos. De este modo, las grandes empresas han encontrado nuevos mercados en los que invertir para seguir creciendo a la vez que se apoderan de los activos de los países, que se ven obligados a vender/privatizar para pagar la bola de deuda en continuo crecimiento.

Desde su creación, el FMI ha sido el arma perfecta para controlar a los países donde se abordaban reformas económicas expansivas basadas en pedir créditos para crecer e incorporarse a los mercados mundiales. Cuando los tipos de interés en los que se referencian esos préstamos suben, los pagos de intereses se hacen insoportables y los gobiernos se ven obligados a recortar en gasto social aplicando medidas de austeridad, que no hacen más que hundir su economía en una espiral de deuda, recesión y más deuda.

Durante las últimas décadas esta ha sido la táctica por la cual el neoliberalismo, mediante el FMI y la deuda, se ha apoderado de los países de los continentes del Sur y se han asegurado que la banca siempre acabe cobrando sus deudas mientras las grandes empresas, muchas veces participadas por esa misma banca, se apropian de los recursos de dichos países. Así sucedió en Latinoamérica y África en los años 80, en Asia en los 90 y en la última década lo estamos presenciando en Europa. Hasta hace bien poco nos podía parecer que este solo era un problema de países en vías de desarrollo que desperdiciaron su oportunidad de desarrollarse con grandes obras faraónicas o en gastos en armamento innecesarios. Pero en los últimos años hemos visto como el hambre del capitalismo y del sistema financiero basado en el control mediante la deuda ha llegado a nuestro continente.

El caso más palpable y cercano es el de Grecia. El país heleno entró por la puerta de atrás a Europa maquillando sus cuentas y escondiendo su deuda, convirtiéndola en productos financieros complejos con la ayuda y complicidad del banco de inversiones Goldman Sachs. Cuando la troika (FMI, Banco Central Europeo y Comisión Europea) intervino sobre la economía griega y le prestó dinero para su «recuperación», el montante de deuda era del 100% de su PIB. Después de 5 años de aplicar medidas correctivas y recetas de austeridad basadas en el desmantelamiento del estado de bienestar, la deuda de Grecia asciende al 187% de su PIB, demostrando, una vez más, que las recetas de austeridad impuestas por el FMI no hacen más que hundir en una espiral de deuda a los países que siguen sus dictados.

Por otro lado, las grandes empresas privadas ven en el FMI el mayor defensor de sus intereses. La apertura de los mercados, la desregulación de sectores intervenidos, los continuos procesos de privatización de lo público a precio de ganga y la eliminación de toda barrera arancelaria o comercial, ha dejado vastos beneficios para estas empresas, además de mantener en movimiento la rueda capitalista del crecimiento evitando el colapso que tarde o temprano deberán afrontar y que todos sufriremos.

La deuda pública: dominar países mediante intereses

La deuda pública son las obligaciones contraídas por el Estado. Se trata de créditos que piden los Gobiernos mediante la emisión de títulos (Letras del Tesoro o Bonos del Estado) a cambio de pagar un interés. En un principio la deuda en sí no debería ser algo nocivo, usándose para financiar los recursos que no puede cubrir la liquidez de la tesorería de una administración pública cualquiera; pero, ¿cuáles son los fines de los recursos financiados? ¿La mejora de la gestión pública? ¿Asegurar el cumplimiento de los derechos sociales? ¿El desarrollo de una economía ética al servicio de las personas? ¿Las inversiones con elevado impacto social?

Desgraciadamente, el elevado endeudamiento de los Gobiernos no ha correspondido a estos fines. En muchos países, como en el caso de España, el sobreendeudamiento ha sido generado por inversiones megalómanas que no han beneficiado a la mayoría de la población, sino a pequeñas élites y empresas, como en el caso de la inversión en infraestructuras ferroviarias de alta velocidad o de aeropuertos sin uso.

Otro factor clave que ha disparado la deuda pública en muchos países ha sido el rescate al sector financiero y la nacionalización de sus pérdidas. La desregularización de la banca y sus procesos de fusiones y compras crearon un sistema bancario «too big to fail» (demasiado grande para caer) que jugó al casino en el que se ha convertido la economía financiera mundial, sabiendo que si sus apuestas salían mal los Estados saldrían a su rescate. De este modo, las pérdidas de un sistema bancario desbocado y corrupto se han socializado mediante un rescate bancario que ha necesitado de un desmesurado endeudamiento, al mismo tiempo que se recortaban y desmantelaban los derechos sociales, políticos y económicos de la mayoría, con el fin de hacer frente a los intereses de dicha deuda.

¿Por qué no lo paramos?

Actualmente son muchas las voces influyentes en el mundo de la política y la economía que auguran un fatal desenlace para la actual situación de sobreendeudamiento a nivel mundial. La deuda crece a niveles desproporcionados y actualmente son muchos los Estados al borde del colapso económico que palian el problema con nueva generación de deuda para cubrir sus obligaciones actuales. Antes de devolver la deuda contraída se genera nueva deuda. Una bola de nieve que no deja de crecer mientras cae sin frenos por una empinada rampa.

El poder financiero ha asentado su hegemonía mundial comprando y especulando con la deuda de los Estados, que en la mayoría de las ocasiones se veían obligados a contraer para rescatar a este mismo sistema financiero. La única vía para mantener este sistema es que la rueda siga en movimiento, aunque esto siga causando más burbujas económicas con sus correspondientes crisis posteriores, cada vez más graves. Solo una quita o condonación de deuda a nivel mundial y la regulación de un sistema bancario demasiado poderoso podría parar esta espiral destructiva. Los actuales gobiernos de los países más poderosos, controlados por los lobbys financieros, no parecen tener la voluntad política de plantar cara a este sistema. La población, con una opinión manipulada por medios de comunicación en manos de esos mismos poderes financieros, debe despertar y abrir los ojos ante un problema que, en la opinión del que escribe, solo una ciudadanía concienciada y conocedora de la problemática de la deuda y de sus mecanismos de dominación podrá solucionar.

La auditoría ciudadana de la deuda: herramienta de empoderamiento ciudadano

Ante esta situación, varios países, ciudades, municipios y su ciudadanía han decidido tomar las riendas de su economía para plantar cara a una deuda que cada vez acapara un mayor porcentaje de los Presupuestos del Estado (en España, la partida de los presupuestos dedicada a pagar deuda asciende a 36 000 millones de euros en 2015, la segunda mayor partida solo detrás del pago de las pensiones), absorbiendo los recursos e imposibilitando atender los servicios básicos. La necesidad de luchar contra esa desorbitada deuda se agranda en aquellos países donde existen indicios de que se han contraído para beneficiar a una minoría y a espaldas de la mayoría. En estas situaciones, es necesario un proceso que esclarezca el motivo del endeudamiento, su legalidad, su legitimidad y que señale las causas y los responsables del endeudamiento. Ese proceso es la auditoría de la deuda.

La palabra «auditoría» ha sido tomada del mundo empresarial. La actividad de auditar consiste en realizar un examen de los procesos y de la actividad económica de una organización para confirmar si se ajustan a lo fijado por las leyes o los buenos criterios. Pero en un mundo donde en muchas ocasiones las empresas ejercen una presión y control sobre los poderes judiciales y ejecutivos, que les permite jugar con una legalidad diseñada a su gusto, es necesario realizar una auditoría ciudadana de carácter político que atienda a criterios de justicia ecológica, económica y social. Para ello es necesario que la auditoría tenga un carácter y control ciudadano, ya que debe ser la ciudadanía la que conozca y entienda el gran problema de la deuda para poder actuar, de manera conjunta, contra ella.

El proceso de auditoría ciudadana, además de identificar la deuda ilegítima o ilegal para declarar su impago, debe ser un proceso de empoderamiento que dé a la población el conocimiento de un «mundo financiero» que se esconde tras difíciles términos y nomenclaturas con la intención de convertirse en una cortina opaca, que nos imposibilita involucrarnos de manera activa en el gasto y la administración del dinero de nuestro país o municipio. La auditoría debe ejercer una labor de estudio del gasto y la deuda que traduzca a términos comprensibles para todas las personas la economía pública que nos atañe, de manera que nos podamos involucrar y fiscalizar de manera continua a las personas encargadas de manejar el dinero y los recursos de todas.

Son muchas las experiencias de auditoría que han librado batallas contra la deuda a nivel global. Ecuador, Argentina o Malasia son algunos de los ejemplos de auditoría que han conseguido magníficos resultados, ya no solo por no pagar la deuda que se declaró ilegítima, sino por conseguir un proceso de empoderamiento ciudadano contra los poderes económicos globales.

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