nº19 | editorial

Tabernero, hay una intrusa en mi topo

A veces estoy escribiendo y pienso que todo lo que digo son tonterías, que alguien seguro que ya ha dicho lo mismo antes y mucho mejor. No es cosa mía exclusivamente, no soy tan original con mis neuras, más quisiera yo. Tiene nombre y todo, se llama síndrome de la impostora. Podéis leer más sobre él en internet (Silvia Nanclares tiene un artículo estremecedor titulado Las niñas de la primera fila) o si miráis fijamente el centro exacto de las inseguridades de muchas mujeres que expresan sus ideas en público. Llámale inseguridades, llámale puta modestia inducida con sangre patriarcal, lo mismo es.

Total, que imaginad las fatiguitas que está pasando esta topa para escribir un editorial y no dejarme llevar por un ataque de pánico primerpaginístico. Proclive a procrastinar que es una, me pongo a ojear y hojear los artículos del próximo número. Y no puedo evitarlo, mi mente deriva fácilmente hacia el pantano de lo obsesivo, veo impostores por todas partes.

«A pie de tajo» nos da la primera en la frente con el desmantelamiento del campo andaluz. Luis Berraquero se pregunta en «¿Hay gente que piensa?» sobre la definición y los límites de la naturaleza y me deja en modo intrusa natural, rascándome la barbilla cual emoticono del Telegram (qué le hago, soy hija de mis tecnologías).

De repente, me topo con el twerking de María Cabral en «Mi cuerpo es mío», reivindicando la apropiación de nuestra sexualidad desde una óptica feminista, me paseo por sus párrafos sintiéndome un poquito menos fuera de lugar, más perra que verde. Empiezo a leer «Sostenibiliqué» y mi efímero acople con el entorno se evapora, más centros comerciales (esos impostores que pretenden ocupar un vacío cuando ellos mismos son el vacío) en Sevilla, y mi rabia explota como una burbuja (inmobiliaria). Ecologistas en Acción nos descubre también el plan de AENA para secar la laguna del Parque del Tamarguillo y evitar la proliferación de aves, esas forasteras en el cielo de los aviones.

Salto al «Está pasando» y Spideralex consigue lo imposible, dibujar un futuro idílico hablando de nuevas tecnologías, datos y control. Entran ganas de revolcarse por sus palabras e impregnarse de ese mundo que no quiero que esté lejos. Juana Vázquez se suma al grito de «Salvemos Doñana» y los impostores me saltan a la cara.

Me centro con el clarificador artículo sobre municipalismo y la ley Montoro de Jarsia, esos que se fingen abogados de bien y en realidad son virus letales en el código del sistema. «Política global» analiza el no acuerdo de paz en Colombia y el proceso lleno de pasos en falso y falsas preguntas. En «Construyendo posibles» Carmen Yuste nos lleva de la mano por el proyecto Schools for Refugees en el que trabajan con refugiados sirios en Grecia. «Desmontando mitos» me pone tierna reivindicando la vulnerabilidad y se lo brindo mentalmente a todos los falsos autosuficientes que se pasean por ahí. Juano nos abre los ojos en «Arte y Cultura» desvelando que la Bienal de Flamenco no nace de políticos impostores por más que se empeñen, sino de los propios aficionados. Santi Barber recuerda los 10 años que cumple El Gran Pollo de la Alameda, ese libro que recorre los caminos y paisajes de un montón de colectivos intrusos y acciones impostoras.

Voy acariciando el final del número con la entrevista a Miguel Ángel Rosales que nos habla de Gurumbé, un documental sobre todos los esclavos y esclavas negras que vivieron en Sevilla y Cádiz aunque nunca existieron. Paso de puntillas por las brevas mientras mi cerebro colapsa en decisiones contradictorias. Entregar el editorial. Darle al delete sin piedad. Entregar. Delete. Hola, bipolar.

A lo mejor decido no decidir nada. Lo dejo abandonado en un cajón de la redacción de El Topo, leída y no leída a la vez, publicada y sin publicar, como el gato de Schrödinger. Ese gato, ni vivo ni muerto. Otro impostor.

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