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Sueños y vasijas

ENTREVISTA A JUNE FERNÁNDEZ

El pasado mes de febrero, June Fernández visitó Sevilla para presentar su último libro. Un trabajo que profundiza y recoge diversidad de voces y testimonios para conversar sobre la gestación por sustitución.

Hola, June, estamos encantadas de estar aquí contigo en la presentación de tu libro Sueños y vasijas. Análisis feministas en torno a la gestación por sustitución. Nos impresionó tu forma de desentrañar debates tan polarizados. ¿Cómo surgió la idea de este trabajo?

Sí, me atraviesa más enfrentarme al estudio de un tema tan polarizado que el tema de la gestación por sustitución en sí. Como cuento en el prólogo, yo tengo esa tendencia de que en temas polarizados siempre me siento un poco en tierra de nadie. Siempre tiendo a hacer de abogada del diablo esté con quien esté, temas que se articulan complejos como Cuba, el conflicto político vasco… Y siempre me gusta escuchar a todas las partes y ver en qué me identifico y en qué no. El tema de la gestación por sustitución en concreto ya digo que no me atraviesa mucho, aunque sí el de la industria de la reproducción asistida, porque soy madre por inseminación artificial.

Pensé en escribir sobre reproducción asistida, pero justo salieron libros clave como el de Sara Lafuente con Mercados reproductivos: Crisis, deseos y desigualdad (que es una fuente muy importante para mi libro) y Julia Bacardit con El precio de ser madre. Aun así, seguí investigando, escuché a referentes y participé en muchas mesas redondas feministas. El ensayo original lo escribí en euskera, para una colección feminista vasca, con el deseo de aterrizar el debate en Euskal Herria, ver qué debate intrafeminista hay y mostrar que también puede tratarse esta cuestión con profundidad, con serenidad y sin miedo a los matices.

¿Notaste diferencias en la acogida entre las ediciones en euskera y castellano?

Curiosamente en euskera ha tenido más recorrido. El mercado editorial es más pequeño, pero los medios vascos han mostrado más interés. En castellano ha pasado más desapercibido; ha circulado sobre todo en medios alternativos o locales. En el País Vasco ha habido más espacio para el debate, aunque también llegaron críticas fuertes de sectores abolicionistas.

En el libro hablas de liberar la reproducción de las estructuras emocionales de la pareja y de la familia. ¿Cómo ves ese cambio en la práctica?

Yo creo que sería interesante visibilizar lo que ya se está haciendo, en vez de plantearlo solo desde lo teórico, desde lo abstracto, desde la utopía… A mí misma me ocurre que no conecto tanto cuando leo a Sophie Lewis hablando sobre «comunas gestantes», pero sí cuando reconozco a mi alrededor situaciones nuevas y transformadoras. Por ejemplo, puede darse un proyecto de reproducción entre un chico gay que tiene un deseo paterno fuerte y una amiga que quiere maternar, pero teme la soledad. También hay mujeres heteros que buscan compañeros sentimentales solo por el deseo de maternar, eso les lleva a buscar con bastante desesperación y fácilmente llegan a una frustración.

Igual que hemos desligado el sexo del amor o de la reproducción, ¿por qué no desligar también la reproducción del amor? Esto podría abrir nuevos modelos, como familias formadas por dos parejas queer que crían juntes, entre les cuatro, y nos están hablando de que, precisamente por ser cuatro, la vivencia de la crianza es menos solitaria y menos frustrante que la familia nuclear o los proyectos en solitario.

En el libro describes vivencias que ocurren a nuestro alrededor y experiencias genuinas que también son transformadoras. ¿Qué resaltarías?

Desde las izquierdas se nos van de la cabeza situaciones que se salen de la norma. En el libro también participa un colectivo de gitanas feministas y nos hablan desde su diversidad y con vivencias que también rompen con el estereotipo de mujer gitana. Defienden además su modelo de familias más extensas y con lógicas más comunitarias. Lo mismo para mujeres migradas que no tienen la familia nuclear tan blindada y están más acostumbradas a normalizar otras prácticas.

¿Qué aprendizajes te dejaron las entrevistas sobre adopción?

Dos entrevistadas, madres por adopción transnacional, coinciden en que no hay que romantizar la adopción. Hay lógicas sexistas, coloniales, racistas y clasistas muy presentes. El mantra de «mejor
facilitar la adopción que legalizar la gestación por sustitución» simplifica y frivoliza mucho esa realidad. Me llama la atención que quienes critican la gestación por sustitución a menudo idealizan la adopción sin escuchar a les adoptades, que también relatan heridas profundas.

No se trata solo del deseo genético; hay muchas motivaciones, como el miedo a acompañar procesos complejos o el desgaste emocional de la espera, así como lo tarde que empezamos a organizar nuestro proyecto reproductivo. Deberíamos pensar verdaderamente sobre los modelos de acogida, pues creo que es igual de posesivo el querer un bebé con tus genes que adoptado pero que haya roto del todo con su familia y ser así su única madre. Cuando se atribuye una herida de abandono o una herida primaria a las criaturas de gestación por sustitución, olvidamos que en las adopciones también te hablan de esa herida, ya que se les ha sacado de su contexto y traído a Europa.

¿Cómo llegaste a la información sobre las clínicas israelíes y la discriminación hacia mujeres palestinas?

Fue gracias a la tesis de Anna María Morero. En Israel, la gestación subrogada solo se permite entre personas de la misma religión, lo que promueve una natalidad sionista. Es revelador cómo cada país legaliza esta práctica desde valores distintos: religión en Tailandia, neoliberalismo en EE.UU., nacionalismo en Israel… O sea, creo que es interesante ver que la gestación por sustitución es una práctica de negocio globalizado. Y me parece interesante y llamativo ver cómo en cada país en el que se ha legalizado la agenda es una, los valores son uno, las justificaciones morales de la gente que participa, etc.

¿Por qué crees que hay más consenso en el feminismo sobre la gestación por sustitución que sobre el trabajo sexual?

Creo que parte de una preocupación mayor por el bebé. La idea de parir con dolor ha calado mucho en la sociedad y lleva a pensar que el trabajo gestante es más duro que tener sexo. Además creo que en el feminismo hay cierta impronta antimaternal que también influye. También tiene que ver con, por una parte, considerar que la prostitución es algo que está arraigado como el oficio más antiguo del mundo, que es un cliché, pero que es cierto. Y en cambio, la gestación por sustitución se ve como algo emergente en el que todavía estamos a tiempo para pararlo.

En el debate de la prostitución tengo claro que mi prioridad es escuchar a las trabajadoras sexuales y apoyar su agenda y, en cambio, en la gestación por sustitución las gestantes organizadas están en otros países, como Reino Unido, e interpelan a sus propias sociedades. En cambio, en España la legalización implicaría crear un nuevo nicho de trabajo que no creo que sea necesariamente bueno para las mujeres de este país. Así que a mí misma también me parece un tema más escurridizo.

¿Cambió algo en tu postura a raíz de este libro?

Sí. Por si no quedó claro: estoy en contra de la gestación subrogada comercial. Me incomoda profundamente la lógica de mercado aplicada a la creación de vidas. También me genera dudas la legalización «solidaria» (que los intermediarios sean públicos o sin ánimo de lucro), porque puede ser una puerta hacia lo comercial. Creo que es cierto, como dicen los sectores a favor de la legalización, que precisamente si se legalizase en España habría más control y habría prácticas piratas de las agencias que se podrían controlar más. Pero aun así a mí me genera mucho malestar ético. Lo que tengo claro es que la penalización no es la solución. Tampoco me convence incentivar a mujeres a gestar como «seres de luz». Me interesa más cambiar la legislación para reconocer más de dos progenitores y abrir vías para modelos familiares más amplios y autogestionados.

De manera reciente, en Cuba han cambiado el código de familia y reconocido la gestación subrogada solidaria y también diferentes formas de filiación que no son biológicas aunque todavía no ha tenido recorrido. Esto es inspirador ya que en el Estado español estos acuerdos de cocrianza han sido bastante habituales entre bolleras y maricas y hemos dejado de hacerlo muchas veces, por miedo a que la justicia determine otras decisiones no consensuadas con los familiares. Sería interesante que hubiera gente que se atreviera a dar esa batalla. Porque al final creo que lo otro nos lleva a que prefiramos el camino que te marca el mercado individualizado medicalizado frente a intentar proyectos autogestionados.

¿Cómo ves la tarea de divulgar pensamiento feminista sin caer en la polarización?

Pikara, cuando nació en 2010, se presentaba como un medio con una vocación pluralista, para aglutinar feminismos de distintas tendencias y de distintas corrientes. Con el tiempo nos han encasillado, más por oposición que por lo que publicamos. Por ejemplo, se dice que apoyamos la gestación por sustitución, cuando no hemos publicado ningún artículo a favor. En todo caso, hemos publicado un par cuestionando la línea dura abolicionista y, en cambio, hemos publicado muchísimos en contra.

Reivindicamos el debate, salvo frente al discurso de odio, especialmente el transfóbico, que sí que es para nosotras una línea roja. Apostamos por un feminismo interseccional, que incluya voces no hegemónicas. También estamos repensando nuestra relación con las redes sociales. Hay un debate interno sobre si migrar al fediverso y dejar las redes sociales comerciales, de cómo mantener contacto con lectoras más desconectadas, etc.

¿Cómo vives personalmente tu vínculo con el activismo feminista hoy?

Dejé Twitter tras un episodio que me sacó de mi paz cotidiana. Ahora participo en un huerto comunitario y mis preocupaciones han cambiado. Agradezco lo vivido en la militancia, pero hoy prefiero un rol más periférico. Me parece insostenible tener una militancia intensa sin redes de apoyo o tiempos flexibles. Además, me cuesta encontrarme en «el feminismo» como categoría única. Me identifico más con lo queer. Trabajé con mujeres gitanas que se desmarcaron de las huelgas de cuidados por sentirse excluidas, eso me hizo reflexionar mucho. Las críticas hacia quienes tenemos visibilidad no siempre reconocen nuestro trabajo.

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