nº17 | política local

Suelos comunales, suelos públicos, suelos vendibles:

un proceso de privatización

El proceso por el cual se privatizan los comunales se apoya, entre otras cosas, en una confusión interesada de lo común y lo público. Así, enfrentando lo público a lo privado, y olvidando la existencia misma de lo común, se cierra el círculo del pensamiento dicotómico. Lo común es de todxs porque es de nadie, la propiedad no es lo que lo caracteriza, sino el uso (así como la autogestión). La propiedad, sea esta privada o pública, sin embargo, se caracteriza no tanto por el uso como por el abuso (como bien sabía el derecho romano: ius utendi et abutendi).

Privatizar el común

No es casual que en los colegios y en los libros de texto expliquen de modo sesgado los más de cien años de historia de las desamortizaciones (1798-1924) y pasen de puntillas por las expropiaciones por parte del Estado de las tierras comunales y los comunes. Expropiaciones que sirvieron para su posterior venta, privatizando lo que «era de todxs». Se han privatizado eras, bosques, cauces de ríos, prados, molinos, hornos, etc. Continuando en esta línea, en abril del 2013 el Estado ha realizado un plan de ventas de lo público concretada en el Programa para la puesta en valor de los activos inmobiliarios. Recordemos la puesta a la venta por parte de Medio Ambiente de la finca la Almoraima en el Parque Natural de los Alcornocales.

Dos prados

Había en Sevilla dos espacios claramente comunales. Dos prados, el de San Sebastián y el de Santa Justa. Dos prados —un santo y una santa— donde las bestias podían pastar antes de allegarse a los mataderos. Primero en la Ronda y, desde principio del siglo XX, en el cruce de la avenida Ramón y Cajal con el río Tamarguillo, es decir, en el cruce de una cañada real con un río (estos, también, espacios comunales que se han ido privatizando para la construcción de bloques de viviendas y pasos de coches). Un cambio de los modos y espacios del ancien régime por la Razón, el Progreso y el Capital.

Estos espacios urbanos estaban asociados además a dos de los arrabales: San Bernardo y Campo de los Mártires. Este último destruido en la Expo 92 para la construcción del nuevo trazado ferroviario de la ciudad. Podemos afirmar que los suelos comunales de Sevilla son víctimas del proceso urbanizador del Capital y el Estado desde hace más de doscientos años.

Del común a lo público, algunos ejemplos

El concepto de lo común ha sido prácticamente sustituido por el concepto de lo público. También los suelos públicos se han cambalacheado y han sido moneda de cambio para hacer ciudad, en el mejor de los casos, y especular en otros (frecuentemente ambos a la vez). La ciudad ha sido concebida y gestionada como una empresa en los últimos 20 años, todas las administraciones públicas han vendido y especulado en el hacer ciudad. Veamos algunos ejemplos dolorosos:

La Junta del Puerto, convertida a veces en agente urbanizador y otras en agente especulador, dispone y ordena terrenos públicos como si fueran de su propiedad, gestionando a su agrado y sin pasar por los procedimientos urbanísticos legales. Pensemos, por ejemplo, en el actual y conflictivo proyecto de Sevilla Park y las 46 hectáreas a urbanizar en el puerto.

En Sevilla, otra administración del Estado, Adif/Renfe, dispone a su antojo de suelos que, a finales del siglo XIX, se expropiaron al Ayuntamiento y a algunos particulares para que el tren llegara a la ciudad. Tras las remodelaciones de la red ferroviaria con motivo de la Expo 92, estos perdieron la utilidad para la que fueron expropiados. En vez de retornar estos suelos o su valor económico al Ayuntamiento, están siendo privatizados y loteados por ADIF. Véase el caso de la plaza junto a la antigua estación de Córdoba, donde se está construyendo actualmente un supermercado Mercadona, privatizando así el espacio público.

Algunos suelos se sitúan en enclaves singulares de la ciudad, como pudiera ser el solar de la antigua Cava de Los Civiles de Triana, que acogía el cuartel de la guardia civil y para el que lxs trianerxs llevan años pidiendo un uso cultural. También lo son las viviendas anejas al Alcázar de Sevilla que, cuando el monumento fue devuelto a la ciudad por el Gobierno de la República en el año 1931, se quedaron fuera de este retorno, y actualmente el Gobierno Central está vendiendo.

El último caso hiriente que vamos a reseñar es el proceso de las Setas en la plaza de la Encarnación, espacio que ha sido cedido por un periodo de cincuenta años a una empresa constructora privada porque el consistorio no poder asumir el coste de su construcción. El resultado es un espacio aparentemente público que no lo es realmente.

Tenemos pues que terrenos públicos (militares, de Renfe, del puerto, de la Universidad o del propio Ayuntamiento) que en muchos casos eran originariamente suelos comunales, son privatizados constantemente. Lejos de velar por la consecución del bien común, se malvenden por intereses espurios, sirviendo muchas veces el dinero así obtenido, de manera prioritaria, para pagar la deuda ilegítima generada en los últimos años.

Pensar hoy lo común

Está claro que las condiciones de vida ya no son las de hace cincuenta lustros, y que de momento no se ve muy viable que el ganado pasee por nuestra avenidas —aun en el caso pintoresco e histórico del paseo de la Castellana de Madrid, ocupada una vez al año por el pastoreo trashumante—. ¿Qué otro futuro se podría pensar para esos espacios que deberían pertenecernos a todxs? ¿Cómo podríamos pensar y habitar hoy suelos comunales en la ciudad? ¿Cómo entender desde un pensamiento anarquista la ciudad y sus comunes hoy día?

Hay muchas formas, desde luego. La liberación de espacios para su uso y gestión por parte de sus habitantes es una de ellas. Otra, siguiendo a Kropotkin, podría ser la recuperación de los antiguos comunales como espacios agrarios: el campo en la ciudad. Una alimentación colectivizada, Sevilla como una ciudad que se alimentaría a sí misma. Además de contribuir a la salud de la población desde la alimentación, generaríamos una economía asociada al común. Mejorando el paisaje urbano conservaríamos el vacío, generaríamos economías deseantes, contribuyendo a la mejora del entorno y luchando contra el cambio climático. Estos comunales recuperados, hoy espacios públicos pero pensados privadamente desde la propia Administración, deberían poner en el centro la autogestión sin olvidar la lección histórica: todo aquello que es expropiado al común acaba siempre siendo privatizado. En pocas palabras, por donde lo común pasa, el Gobierno no pasa.

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Galería Taberna ANIMA, propiedad del austriaco Peter Mair, que en 1985 recaló por el Barrio de San Lorenzo y abrió este negocio.