nº37 | está pasando

¿Son inmigrantes? ¿Son refugiadxs? No… ¡son zombis!

Ya sabemos que el cine, como los cuentos, el teatro y la literatura, influyen y modelan a las personas. Por esta razón, Platón expulsaría de su república perfecta a los poetas que no obedeciesen sus indicaciones sobre lo que se podía y no se podía decir. Por esta razón, distintos grupos de presión intervienen en los productos culturales, para asegurarse de que dicen lo que les conviene y callan lo que no les conviene. Lo primero se llama propaganda, lo segundo censura. La propaganda audiovisual ha ido evolucionando al mismo ritmo que el cine y la televisión, aunque ha habido momentos estelares coincidiendo con las guerras mundiales y la unificación de las agencias de inteligencia estadounidenses llevada a cabo por Eisenhower en los años 50.

Actualmente el estado de la cuestión es el siguiente: 1º. La mejor forma de hacer propaganda sigue siendo aquella en la que las personas que la reciben no se den cuenta de ello. El mejor vehículo, por lo tanto, es el entretenimiento: contar un cuento, una película, una serie… 2º. Para que el público no se dé cuenta, hay que hacerlo sutilmente, a través de una frase, una conversación, un símbolo, una escena. En otras palabras, hay que diseñar un subtexto, algo que se sugiere, que se connota, algo que no es literal sino simbólico. ¿Un ejemplo? El asesino de la película ultraconservadora Harry el sucio de 1971 lleva una hebilla con el símbolo de la paz. Es decir, que el malo de la película lleva un símbolo que portaban miles de jóvenes en las protestas contra la guerra de Vietnam en 1971. ¿Otro ejemplo? El león malo de El rey león aparece en varias escenas con una luna mora (cuarto decreciente) de fondo. El tono de piel más oscuro que su hermano, su sobrino y las leonas, y el rostro más alargado, refuerza la conclusión que todas sospechamos: el personaje está caracterizado como árabe.

Una de las últimas modas del mainstream audiovisual, que como el resto de planeta político, económico y cultural, ha escorado recientemente (más aún) hacia la ultraderecha, son los apocalipsis zombi y las distopías de tabula rasa, de empezar desde el principio, de olvidar las normas morales inscritas en las civilizaciones durante siglos y comenzar de nuevo, en un «estado de naturaleza» que ha sido siempre el sueño húmedo del liberalismo económico y del fascismo de corporaciones. Últimamente este fascismo de corporaciones diseña y paga películas y series para propagar el llamado darwinismo social y la ruptura con la antigua moral de la solidaridad. Incluso las religiones, generalmente poco sospechosas de favorecer la integración cultural, son enemigas de esta ultraderecha porque guardan las apariencias y hablan de las personas inmigrantes como de criaturas de Dios que merecen nuestra solidaridad y ayuda. (Véase por ejemplo Vox mandando callar al Papa).

Y llegamos al quid de la cuestión: cómo en estas películas y series distópicas se usan subtextos para asociar a zombis e inmigrantes. Por ejemplo, en la segunda temporada de la serie The Walking Dead, una de las series con más éxito mundial, el grupo protagonista se refugia en una granja durante varias semanas, hasta que una horda zombi sobrepasa el vallado y arrasa con la tranquila granja. Antes de la catástrofe, uno de los personajes avisa: «están migrando o algo así». O sea que los zombis vienen a quitarnos lo que es nuestro. En la serie derivada Fear The Walking Dead, uno de los protagonistas se encuentra en una comunidad mexicana en Tijuana, ciudad fronteriza, con un guía espiritual que habla así a la comunidad: «Nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros amigos, nuestros vecinos, se están yendo. La gran peregrinación de almas, la inmensa migración de los muertos, ha comenzado». Vaya por dios. El jefe espiritual y político de la comunidad habla literalmente de la muerte, pero el subtexto se refiere a las caravanas de emigrantes latinos como si de una invasión de muertos vivientes se tratara. Resumiendo, Nick, que así se llama el muchacho, comienza el viaje en Baja California, caminando hacia el norte acompañando a un grupo de zombis migrantes (se embadurna de sangre muerta para confundirse entre ellos), llega a Tijuana, donde cambia el grupo de zombis por uno de migrantes, y sigue hasta la frontera, donde son recibidos a balazos.

Usar la retórica narrativa para deshumanizar a las personas inmigrantes ante la población general (la población mainstream, recordemos, la que ve estas series) no es una estrategia exclusiva de series y películas. Prensa escrita y telediarios también lo hacen. Buscad por ejemplo el artículo «Zombis e inmigrantes. Análisis de un marco retórico común en el periodismo y la literatura española (un estudio de caso)» publicado en la revista Pensamiento al margen. Víctor Gutiérrez-Sanz llega a la conclusión, tras analizar un año de noticias de los periódicos El Mundo y El País, de que «tanto los zombis como los inmigrantes son construidos discursivamente con estrategias retóricas similares», a saber: una masa andrajosa, infecciosa y de instintos primarios.

Mención aparte merecen los muros, tan de moda gracias a Trump: en Juego de Tronos el muro que separa a humanos y zombis está al norte en vez de al sur, pero el resultado es el mismo: la amenaza de los que habitan fuera del muro. En la sexta temporada de The Walking Dead, justo cuando Trump empezaba a hablar de su muro, el protagonista no humano de la serie era el muro de Alexandria, la comunidad donde, a la sazón, habita el grupo de supervivientes. En diez de los dieciséis capítulos de la temporada se habla de los muros y ¿os imagináis lo primero que dice Rick, el líder del grupo cuando se hace con el poder en Alexandria? Que hay que reconstruir y reforzar el muro. Sin cambiar de cadena, la audiencia podía ver a Rick Grimes y a Donald Trump, serie y telediario, hablando del muro. Lo de fuera, zombis. Otro muro de la vergüenza aparece en la película Guerra Mundial Z, un muro construido para aislar Jerusalén de los zombis, un muro como el construido en Gaza y Cisjordania para aislar a los zombis, digo, palestinos. Algo diferente para terminar: la película The Rezort, donde Steve Barker soporta su crítica a la injusticia de la sociedad actual precisamente sobre esta identificación inmigrante/zombi, que la derecha y ultraderecha cultural está consiguiendo inculcar en la población.

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