nº67 | farándulas

Somos memoria

Centro de Educación Permanente (CEPER) Almazara, Mairena del Aljarafe. Un grupo de mujeres de entre sesenta y cinco y ochenta y cinco años acude, como cada semana, a esta escuela de adultas, su «colegio», como ellas lo llaman. Un espacio que se ha convertido en refugio de creatividad, acompañamiento y aprendizajes.

Nacieron entre los años treinta y cincuenta, en una sociedad decadente, dictatorial y muy poco amable con las mujeres. Tuvieron que abandonar la escuela cuando tenían entre nueve y trece años: algunas para trabajar en el campo, en fábricas o sirviendo; y todas para cuidar de sus hermanxs y responsabilizarse de las tareas del hogar. Hace unos años decidieron volver a las aulas. Volver a aprender, a encontrarse con un conocimiento negado, a resignificar sus vidas desde su capacidad de recomponerse.

Sus profesoras del CEPER sabían que sus historias debían salir a luz, que sus voces no podían seguir siendo silenciadas. Porque para construir nuestra memoria colectiva necesitamos los relatos de mujeres como ellas que, como tantas otras que nos precedieron, se vieron obligadas a abandonar sus sueños para cuidar y sostener la vida de lxs demás. De este impulso y esta necesidad de narrar y narrarnos como cuerpo colectivo, surge el documental Somos memoria.

Las niñas que no pudieron jugar

La vida de nuestras protagonistas está marcada por la pérdida de la infancia. Sus relatos nos remontan a una época en la que las niñas ejercían de madres y cuidadoras casi a tiempo completo. «No he tenido vida —comenta Trini—. Venía del colegio y me ponía a hacer la faena. Y siempre decía: «¿pero es que nunca puedo salir?, quiero jugar con las niñas», y un ratito que salía, me tenía que llevar a dos o tres chiquetitos a cuestas». O Carmen Conejo, la menor de ocho, casi todos varones, que recuerda el disgusto que tenía su madre el día de su boda no porque su hija se fuera de casa, sino porque «se iba la chacha». O Chari, que iba al colegio solo unos meses al año porque cada vez que su madre empezaba a trabajar, la «sacaban» para que se hiciera cargo de la casa.

Las niñas de estas generaciones no solo cargaron en sus pequeños hombros la responsabilidad de las tareas de cuidados, sino que también tuvieron que apoyar la precaria economía familiar. Elena se salía del colegio para ir a limpiar escaleras. Carmen, con solo once años, empezó a trabajar en una fábrica de corcho y «no veía ni una peseta», pues lo poco que ganaba, se lo daba a su madre. Fueron años duros, de hambre y represión, en los que las niñas y adolescentes eran aleccionadas por la Iglesia católica y las instituciones franquistas para que llegaran a ser buenas madres y esposas.

Las buenas esposas

Pasaron los años, y aquellas niñas se hicieron jóvenes. Siguieron trabajando, muchas en la costura. Algunas tuvieron la suerte de poder gastarse una pequeña parte de sus salarios en ellas mismas, en un cine o unos zapatos. Por primera vez en sus vidas, alguien reconocía el valor de lo que hacían. Trabajaban para sastres (hombres) que elogiaban —con más palabras que pesetas— la calidad de sus puntadas. Otras incluso emprendieron y abrieron su propio negocio. Empezaron, así, a acariciar la autonomía e independencia económica, aunque muy suavemente, ya que aún vivían bajo el techo, las normas y el control patriarcal de sus familias.

Pero sus sueños de independencia se vieron truncados, una vez más, por otra institución patriarcal: el matrimonio. Sus maridos no estaban dispuestos a permitir que trabajaran fuera del hogar. Debían cumplir con su rol reproductivo tal y como habían aprendido de niñas. Carmen tuvo que cerrar su taller de costura y Mari Carmen, su peluquería. Y Juani renunció a su trabajo de modista. «Si llego a saber lo que sé ahora no lo cierro», reflexiona Carmen, que entró en depresión tras bajar la persiana de su taller. «Hemos nacido antes de tiempo», sentencia María.

Matrimonios y supervivencias

Ser «buena mujer» significaba cumplir con el rol de esposa y madre sin cuestionarlo. De niñas, les habían enseñado a coser, limpiar y criar. Pero nadie les enseñó nunca educación sexual. «No éramos tontas, pero tanto no sabíamos —explica María—, yo pensaba que si él se tocaba y después me tocaba a mí, podía quedarme embarazada». «Mi padre —relata Isabel— me sentó un día y me dijo: «Lo que sirve para hacer pipí también sirve para tener hijos, como los animales». Y mi madre nos contó que una del pueblo estaba sirviendo en una casa y se bañó en el agua en la que se había bañado el señorito y se quedó preñada». Esa era la educación sexual de la época. A pesar de todo, muchas reconocen que disfrutaron de su sexualidad con sus maridos. Sin embargo, la mayoría habla de ellos como hombres poco expresivos y rectos que, como jueces, dictaban sentencia e imponían sus normas.

La rectitud y el deseo de dominación patriarcal llevaron al marido de Mari Carmen y al de Jesús a imponer sus normas a través de la violencia física y verbal. Ambas encontraron estrategias para recomponer sus vidas. Jesús lo denunció y buscó un trabajo, pero él no quería irse. Así que decidió «hacerle la vida imposible» y dejó de cuidarle: no cocinaba para él, ni le lavaba la ropa ni le recogía sus cosas. Solo se ocupaba de ella y de sus hijxs, hasta que él, por fin, se marchó. Mari Carmen, tras un episodio de violencia física en mitad de la calle, cogió sus cosas, se fue a casa de su madre y nunca más volvió.

Volver a la escuela

Después de toda una vida dedicada al cuidado, nuestras protagonistas decidieron volver a la escuela. Cuentan que, porque no sabían casi escribir, tenían muchas faltas de ortografía, y que se sentían solas o estaban pasando por un mal momento. Todas dicen que eran muy tímidas y que les costaba hablar. Aquí, en la escuela, encontraron la palabra, el conocimiento, las risas y las amigas; sobre todo, las amigas.

Somos memoria es un documental impulsado por el CEPER Almazara y el Ayuntamiento de Mairena del Aljarafe, realizado por Carmen Cuadrado y Paula Álvarez, de la Luciérnaga Comunicación.

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Es una nueva linea de trabajo de Ecotono S. Coop. And. que persigue la conservación de nuestros ecosistemas mediante la realización de rutas guiadas para la observación de fauna y la participación activa en proyectos tanto de conservación como de defensa del medio ambiente.