Hace ya más de un año que Israel endureció su política de exterminio en Palestina. Un año de matanzas indiscriminadas que han arrebatado la vida a 42 000 gazatís, herido a 98 000 y desaparecido a 20 000, cuyos cuerpos desmembrados permanecen enterrados bajo los escombros. Israel ha lanzado 75 000 toneladas de bombas sobre Gaza, arrasando casas, escuelas y hospitales y dejando el 80% de la tierra cultivable totalmente inutilizada. Gaza es hoy un territorio inhabitable.
Ante este escenario tan desolador, al que se le suman los ataques de Israel al Líbano, Yemen, Siria, Irán, Cisjordania y Jerusalén, no es difícil caer en la desesperanza y pensar que todo lo que hagamos para parar este monstruo es insuficiente. Pocos días antes de que se cumpliera un año del inicio del genocidio, varias ciudades andaluzas recibimos la visita de tres mujeres palestinas que realizaban una gira de la mano de la Coordinadora Andalucía con Palestina. Escuchar sus testimonios de sufrimiento y resistencia fue tremendamente inspirador. Un revulsivo que sacude y vuelve a movilizar la rabia y el compromiso con una causa justa.
Women for Palestine
Ellas son Sanaa, Manal y Aya y forman parte del proyecto Women for Palestine, una iniciativa de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Málaga que busca generar un discurso crítico sobre las violaciones de derechos humanos en Palestina a través de las historias de vida de doce mujeres de diferentes contextos. Sus relatos dibujan un mapa de la resistencia de las mujeres palestinas en una tierra dividida por el muro y el complejo sistema de apartheid israelí. A pesar de los esfuerzos del Estado sionista por dividir, no solo la tierra, sino también la lucha de su población, Palestina continúa defendiendo sus derechos y alzando la voz para denunciar los crímenes de Israel y recuperar su libertad.
Manal Tamimi
Activista, experta en derecho internacional y originaria de Nabi Saleh, un combativo pueblo situado a 20 km de Ramallah conocido por las manifestaciones que sus habitantes organizan cada viernes desde hace quince años por la usurpación de sus tierras y del manantial que abastecía al pueblo. Nabi Saleh y la familia Tamimi cobraron fama internacional cuando la sobrina de Manal, Ahed Tamimi se enfrentó a los soldados israelíes alzando su puño contra ellos. La imagen dio la vuelta al mundo, pero Ahed fue detenida y la violencia contra los habitantes de esta localidad por parte de los colonos y el Ejército es cada vez más extrema, al igual que en el resto de Cisjordania y Jerusalén, más aún desde el 7 de octubre.
Manal agradece al pueblo andaluz las continuas manifestaciones exigiendo un alto al fuego y denunciando los crímenes de guerra de Israel. Y señala la hipocresía del Estado español: «no tiene sentido apoyar y reconocer el Estado palestino y vender armas a Israel, tenéis que exigir a vuestros gobiernos el fin del comercio de armas».
Sanaa Al-Waara
Sanaa vive en el campamento de refugiados de Aida, en Belén, aunque su origen está en Beit Jebrin, uno de los pueblos que Israel destruyó durante la Nakba. La experiencia de la primera intifada, y los heridos y muertos que vio a su alrededor, la impulsaron a estudiar enfermería para poder ayudar a su pueblo.
En diciembre de 2023 arrestaron a su marido. Entraron en su casa y lo torturaron delante de sus hijos. Lo detuvieron bajo detención administrativa, un procedimiento con el que Israel encarcela a la población palestina de forma indefinida sin cargos ni juicio. Según Adameer, organización que defiende los derechos humanos de lxs presxs de Palestina, hay 10 100 presxs palestinxs en las cárceles israelíes, de los cuales 3 400 lo están bajo este tipo de detención, doblando las cifras anteriores al 7 de octubre. Sanaa no supo nada de su marido durante meses, porque, desde el inicio del genocidio, Israel no permite ningún tipo de comunicación con lxs presxs. Cuatro meses después salió de la cárcel con 35 kg menos y un estado de salud deplorable. «Fue un tiempo muy duro para mí, pero, a pesar del dolor y sufrimiento, intentaba todo el tiempo estar fuerte porque mis hijos me necesitaban fuerte. Tenía que trabajar, cuidar de los niños y averiguar cómo estaba mi marido. Las mujeres palestinas tenemos mucha capacidad de adaptación y resiliencia».
Aya Khalaf
La voz de Aya irrumpe en la sala. Es cantante y su trabajo se centra en la recuperación de canciones tradicionales palestinas con la convicción de que el arte y la música alimentan la esperanza y la energía de la resistencia. Es de Jet, un pueblo de la Palestina histórica, dentro de las actuales fronteras de Israel. Tiene pasaporte israelí y disfruta de ciertos derechos que lxs palestinxs del resto de territorios tienen negados. Pero sufre también las consecuencias de la ocupación: «Me duele mucho ver cómo sufre mi pueblo con los bombardeos, el robo de sus tierras, la destrucción de su olivos y casas. No podemos ni hablar porque vivimos bajo el control del Gobierno israelí y con un pueblo militarizado. No podemos ir a manifestaciones ni expresar nada en redes porque es delito».
Aya puntualiza: «pero el sufrimiento que estamos viviendo en Jerusalén, Cisjordania y la Palestina del 48 no se compara con el horror que sufre la gente en Gaza, por eso es una prioridad hablar y pensar en Gaza para parar el genocidio. Queremos vivir en libertad, con dignidad. Estamos muy cansadas de repetir nuestras historias y que nada cambie. Pero seguimos resistiendo de muchas formas: con el arte, cantando, bailando o escribiendo».
Tras estas reflexiones nos regala dos canciones que nos hacen reír, bailar y llorar. Al terminar, clava su mirada en el público: «Aunque estemos tristes, siempre hay alegría dentro de la tristeza. Mi tío, mientras estaba preso, al escuchar mis canciones me decía “Aya, tú eres una flor entre las rocas. Siempre hay esperanza, siempre crecen flores, incluso en los desiertos”».