nº19 | construyendo posibles

Schools for Refugees, un proyecto de trabajo voluntario hacia la autogestión y la transformación social

No somos conscientes de que también nosotrxs somos culpables de esta tragedia. La solidaridad seguirá fallando mientras miremos a esos niñxs y no seamos capaces de ver a los nuestrxs. Hay que cambiar la mirada; mirar las imágenes y ver en ellas la historia de sus protagonistas. Ser capaces de ver en esos rostros a nuestras familias y amigxs. Joaquín Urias

Schools for Refugees comenzó a tomar forma a principios de la primavera. En aquellos momentos, todxs estábamos impresionadxs aún por las imágenes diarias de familias cargadas de niñxs que llegaban a las playas de Lesbos, empapadas y aterrorizadas, después de un viaje espantoso desde Turquía. Muchxs no consiguieron terminar el viaje y las fotografías de sus cadáveres se convirtieron en símbolos del horror.

La llamada «crisis de lxs refugiadxs» que aparece de forma masiva en los medios de comunicación a partir del verano de 2105 se ha instalado en el imaginario colectivo bajo la forma que había adoptado hasta el pasado abril: las barcas que llegaban a Lesbos y eran sacadas del mar por brazos voluntarios. Se trata de una imagen derivada de la experiencia personal y fragmentaria de periodistas y voluntarixs, amplificada interesadamente a través de los medios y las redes sociales, fijada en un momento puntual de la tragedia de quienes huyen, sobre todo, de la guerra en Siria: el de cruzar el Mediterráneo a bordo de embarcaciones precarias, jugándose la vida entre las olas.

Pero aquella imagen ya no refleja la realidad. A finales de marzo se firmó el acuerdo entre la UE y Turquía que puso freno a la llegada masiva de refugiadxs a Europa a través de las islas griegas. Eso no significa que el problema haya desaparecido. Al contrario, cada día que pasa la situación se vuelve más intolerable. No podemos olvidar que la guerra en Siria —que no comenzó en 2015, sino mucho más atrás, en 2011— continúa. Se ha intensificado el tránsito de personas hacia Europa a través de otras rutas más largas y peligrosas. Millones de personas sobreviven como refugiadas en países como el Líbano, Jordania o Turquía. Recientemente se ha publicado en la prensa internacional la explotación ilegal de hombres, mujeres y niñxs en la industria textil turca que surte a esas marcas europeas que son presentadas frecuentemente como modelos de triunfo empresarial. Al mismo tiempo, y a raíz del cierre de la frontera macedonia, más de 50 000 personas quedaron varadas en Grecia, sin posibilidad de seguir su camino hacia el norte de Europa, donde esperaban reunirse con sus familias, ni de volver al infierno en el que se han convertido sus hogares. Las condiciones de vida de estas personas, en un país de la UE, son lamentables: malviven en campos de refugiadxs sin tener acceso a servicios mínimos, a una sanidad o a una educación dignas.

La dimensión de la catástrofe humanitaria desencadenada por la guerra en Siria merece una respuesta política y social que lamentablemente no se ha producido. No se ha desarrollado un movimiento de contestación siquiera comparable a las movilizaciones del «No a la guerra» contra la intervención en Irak de hace algunos años, ni aun teniendo en cuenta las diferencias entre ambos conflictos, relativas a consideraciones geopolíticas y de relaciones internacionales, y a las implicaciones en política interna de aquel conflicto en el Estado español.

Con todo lo anterior, la «crisis de lxs refugiadxs» es tan solo la cara más visible de un problema que viene de muy atrás, mucho más profundo y de amplio calado: los movimientos migratorios masivos de personas que huyen de la violencia, la persecución y el hambre y que se topan con las políticas excluyentes de la «Europa fortaleza». En ese sentido, merecería una más amplia reflexión el papel que ha jugado la focalización del centro de atención sobre lxs refugiadxs de guerra sirixs, a la hora de establecer categorías entre refugiadxs e inmigrantes, entre aquellxs migrantes que deben ser objeto de nuestra atención y solidaridad y lxs olvidadxs que son observadxs como una amenaza por una Europa que solo tiene para ellxs persecución y, en el mejor de los casos, indiferencia.

Pensando en todo lo anterior, un grupo de personas provenientes de diferentes ámbitos del activismo político y social en Sevilla, nos propusimos la tarea de poner en marcha un proyecto de trabajo voluntario con personas refugiadas. Claro está que siendo conscientes de las múltiples facetas que podrían abordarse, no teníamos capacidad de abarcar toda la problemática que implican las migraciones hacia Europa, ni tan siquiera de dar una respuesta seria y significativa a las políticas europeas y del Estado español en torno a la actual «crisis de lxs refugiadxs». Sabiendo eso, quisimos impulsar e implicarnos en un proyecto que tuviera en cuenta una serie de consideraciones.

En primer lugar, nos propusimos que lo que terminó siendo Schools for Refugees tuviera una incidencia real en la vida de la gente con la que trabajáramos, desde una perspectiva seria y realista. Más importante todavía era diseñar un proyecto que tuviera como objetivo principal el empoderamiento de esa gente. Se trataba de proporcionarles herramientas, dentro de nuestras posibilidades y en base a nuestras experiencias, para que fuesen capaces de retomar las riendas de su vida y su capacidad de autogestión que en gran medida les había sido arrebatada por la guerra, la huida, el desarraigo y la situación de abandono que padecen. Por otro lado, quisimos poner el foco de atención sobre la situación actual y real de las personas refugiadas, alejándonos de la imagen estereotipada de rescates en las playas que hace meses dejó de tener lugar. En relación con lo anterior, nos obsesionaba especialmente el plantear un proyecto en Grecia que tuviera al mismo tiempo capacidad movilizadora en nuestro entorno. Por eso, tenía que poner de relevancia la situación actual para servir de palanca a la concienciación y la acción aquí y ahora. Por último, tuvimos siempre claro que el proyecto que íbamos a desarrollar estaría basado en el trabajo voluntario y la autofinanciación, sin recurrir a subvenciones de ninguna clase, pero sin cubrir servicios que han de ser proporcionados por las administraciones públicas y los organismos internacionales.

Los planteamientos expuestos han sido la base de todo el proyecto y unos parámetros que siempre hemos observado como vacunas para prevenir ciertos peligros que tuvimos en cuenta desde el inicio. A veces puede llegar a confundirse la solidaridad con el asistencialismo y la caridad. Por eso, la autogestión y la autonomía de las personas con las que hemos trabajado han sido la meta de todo el proyecto. La tentación paternalista y condescendiente con gente que se encuentra en una situación de indefensión, solo puede eludirse teniendo presente que lo único que podemos aportar es nuestra formación y experiencias anteriores que hemos tratado de transmitir y reproducir como meros dinamizadores de nuevos aprendizajes colectivos. Hemos querido que nuestro trabajo en un campo griego sirviera como elemento de concienciación y movilización, pero teniendo siempre presente que la prioridad eran las personas refugiadas y poniendo la máxima atención en que no podían convertirse en objetos al servicio de una causa política, por más justa que esta nos pareciera, sino en sujetos de su propia acción individual y colectiva.

Sentadas las bases sobre las que queríamos trabajar, el proyecto comenzó a andar, tomando como referencia el trabajo y las experiencias anteriores en este tipo de entornos de Joaquín, a quien se debe en gran medida el impulso de esta iniciativa. A partir de ahí, las aportaciones y el trabajo voluntario de mucha gente, provenientes de ámbitos diversos, han sido fundamentales para el diseño y la realización de lo que ha sido Schools for Refugees.

La idea de la que partíamos es que Schools for Refugees sería un proyecto de preescolarización de niñxs refugiadxs en el campo de Lagadikia, en el norte de Grecia. Partíamos del análisis de que miles de niñxs, sobre todo sirixs, pero también kurdxs, iraquíes y de otros lugares, llevaban meses e incluso años viajando en condiciones penosas, de campo en campo, malviviendo en condiciones miserables hasta llegar a Idomeni, y de allí a los campos diseminados por toda Grecia. Así, entre otras muchísimas cosas, habían perdido las habilidades mínimas para su reincorporación al ámbito escolar. Las noticias que teníamos eran que el Gobierno griego se había comprometido, al fin, a cumplir con la obligación de escolarizar a estxs menores. Pero para que pudieran aprovechar la vuelta a la escuela en unas condiciones mínimas, sería necesario un trabajo previo de recuperación de la capacidad de concentración, de trabajo cooperativo o de socialización en el ámbito escolar. Era algo que un grupo de docentes y personas vinculadas al trabajo con niñxs podíamos llevar a cabo durante los meses de verano con unas expectativas razonables de resultados positivos.

Fueron necesarias semanas de búsqueda de voluntarixs, recaudación de fondos a través de donaciones y una campaña de crowdfunding, preparación y formación de los integrantes del proyecto, diseño y planificación de actividades… A principios de julio, lxs primerxs voluntarixs de Schools for Refugees llegamos al campo de Lagadikia. Observamos y nos contaron que la información que teníamos, desgraciadamente, era correcta: la situación de lxs niñxs en el campo era desoladora. Las condiciones de vida en los campos son inaceptables para cualquier persona, pero lxs niñxs, además, han visto transcurrir una etapa fundamental de su vida y su formación como personas sin poder asistir a la escuela y desasistidxs en muchas ocasiones por familias tan desesperadas y angustiadas por su situación que no pueden ocuparses de sus hijxs como lo hacían antes de verse convertidxs en refugiadxs. En estas circunstancias, lxs niñxs desarrollan comportamientos y formas de relación de una violencia y agresividad que solo se explica por las circunstancias por las que han atravesado. Salieron de una guerra y se vieron arrastrados a un viaje terrible, pero eso ya pasó. Su situación en los campos de Grecia es atroz, eso es lo que hay que denunciar ahora, sobre eso era sobre lo que había que trabajar.

El proyecto se puso en marcha con dos talleres de manualidades: uno para niñxs de entre 4 y 7 años y otro para niñxs de entre 8 y 13 años. En total, casi cien niñxs para los que se realizaban simultáneamente talleres diarios de 2 horas. En pocos días, la continuidad de un trabajo basado en la cooperación y el respeto comenzó a dar frutos y se pusieron en marcha otras actividades, como clases de inglés y de música. Fue increíble comprobar como a lo largo de los días, lxs niñxs del campo se convirtieron en un grupo de amigxs que cada mañana trabajaban y se divertían juntxs y por las tardes participaban en otras actividades que Schools for Refugees impulsó: juegos y deportes para todxs. Pero el objetivo era sentar las bases para que, al final del verano, no solo pudieran incorporarse a la escuela en mejores condiciones, sino que las actividades continuaran en el campo, organizadas y disfrutadas por la gente que vive en él. Nuestro trabajo de organizadores de las actividades fue dejando paso progresivamente a una actuación de dinamizadores de un trabajo que poco a poco fue pasando a manos de gente del campo y a lxs propixs niñxs. Después de que el último grupo de voluntarixs internacionales dejara el campo a finales de septiembre, las actividades han seguido realizándose con personas voluntarias del campo: lxs más pequeñxs continúan realizando manualidades, lxs mayores se han convertido en un grupo de teatro… ¡y todxs han vuelto a la escuela!

Aunque el punto de partida fuera el trabajo con niñxs, una vez en Lagadikia surgieron otras actividades complementarias que han enriquecido y hecho crecer el proyecto. Entre ellas un periódico, escrito y distribuido por jóvenes, y un grupo de mujeres que se reúnen cada día para aprender inglés, ver cine, bailar, cantar o charlar. El proyecto se ha desarrollado desde una perspectiva activista, evitando el asistencialismo y pretendiendo siempre impulsar la autogestión y la autonomía. En estas actividades con adultxs donde este matiz se hace más evidente. Animar e impulsar el periódico o el grupo de mujeres ha sido una práctica mucho más cercana de lo que imaginábamos a las experiencias previas que teníamos como activistas en centros de estudio, de trabajo o en nuestros barrios. Hemos llevado a Grecia nuestro bagaje y experiencias, hemos vivido un nuevo proceso de aprendizaje junto a las personas del campo; ahora ellxs y nosotrxs debemos seguir construyendo redes e impulsando la acción y la movilización.

El proyecto Schools for Refugees ha terminado. Las clases de inglés y música han dejado de realizarse porque lxs niñxs van a la escuela y allí, esperamos, seguirán aprendiendo. El taller de manualidades, el grupo de teatro, el periódico y el grupo de mujeres son ahora las actividades del Lagadikia Club, del que forman parte hombres, mujeres y niñxs del campo, con lxs que hemos trabajado durante el verano. Ellxs tienen ahora la responsabilidad de transmitir su experiencia y desarrollar nuevos proyectos, en Grecia o, como todxs ellxs desean, en algún país de Europa. Y ojalá cuanto antes en sus pueblos y ciudades de Siria, Irak o el Kurdistán. Nosotrxs hemos vuelto a casa y aquí seguiremos trabajando, contra la guerra en Siria, por una Europa abierta y solidaria o en los muchos proyectos que quedan por hacer y de los que seguiremos aprendiendo.

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