nº30 | política andaluza

QUIENES TRABAJAN LA TIERRA

La explotación laboral en el campo andaluz

Andalucía es colonia

Andalucía es un territorio colonizado. Aunque se ubica en Europa se construye como colonia interna y en el mejor de los casos como periferia.

En Andalucía existen dos actividades económicas principales: la agricultura intensiva e insostenible y el sector servicio orientado al turismo. Esta tierra y sus 8 millones de habitantes carecen de industria fuerte a pesar de ser uno de los territorios productores de materias primas principales en Europa. Más allá de las cifras, si se pasean por la costa de Granada y Almería verán, principalmente, turistas y los famosos plásticos de los invernaderos. Si se pasean por las costas de Huelva verán plásticos de invernaderos de fresas, mujeres migrantes y turistas. Aquí se produce el 47% de la naranja del Estado, pero no hay industrias de transformación de la naranja. Igual ocurre, por ejemplo, con el algodón. La plusvalía de la trasformación se queda en los lugares donde se procesan y comercializan los productos finales. Andalucía pone la tierra, los manijeros, la camarera y la precariedad. El Sur global pone la mano de obra inmigrante y la miseria. Esta es la realidad colonial de Andalucía.

La Política agraria común en Andalucía

Si desde antes de la entrada en la Unión Europea a Andalucía ya se le había asignado una división territorial del trabajo, especializada en la agricultura, a partir de la entrada en la UE se acentúa la especialización también de los productos a cultivar, atendiendo a los intereses del mercado agroalimentario global. Así, Andalucía se convierte, en los 90, en la huerta y el olivar de Europa. Ambas producciones representan casi el 80% de la producción final agraria. Esto nos muestra cómo la economía andaluza tiende cada vez más, por las decisiones comerciales de la UE y la PAC, al monocultivo. Así, la variedad de cultivos desciende conforme aumenta el peso del olivar y el sector hortofrutícola; así sucede con cultivos complementarios (cereales y cultivos industriales, sobre todo) que compartían con estos dos la especialización agraria, acentuada en los 60, que satisfacían en cierto grado la demanda interna y que ahora hay que importar. Si a la pérdida de cultivos y a la tendencia al monocultivo le sumamos una economía con un sector industrial débil y que exporta la mitad de su producción agraria para ser manufacturada fuera, y que después tiene que importar productos alimentarios industrializados (habiendo aquí la materia prima necesaria), el resultado es un sistema económico injusto, vulnerable y dependiente. Como reflexiona Vandana Shiva,

«creo que debemos reconocer, a nivel profundo, que la destrucción de la diversidad y la creación de monocultivos nos empobrece ecológica y culturalmente. Es tiempo de decir adiós a los monocultivos. No son un sistema sofisticado, son un sistema de violencia, porque solo la violencia puede convertir la diversidad en monocultivo, ya sea en una plantación forestal o en el sistema en que nos alimentamos».

Andalucía es la lucha por la tierra

La lucha por el cambio social y político en Andalucía y la trasformación de los movimientos sociales se vincula directamente, así lo ha querido (para bien y para mal) la historia, con la tierra, esto es, con las condiciones históricas de explotación del pueblo andaluz; con sus sufrimientos y tormentos como pueblo expoliado del control sobre sus propios recursos; con sus luchas contra tales condiciones de explotación y expolio. Es decir, con una reafirmación de su identidad nacional-popular como reflejo, en lo cultural, lo económico, lo político y lo social, de todos estos aspectos directamente vinculados a lo que hemos definido como soberanía alimentaria; sinónimo, en Andalucía, de lucha popular, de lucha del pueblo, que nace de las propias condiciones de los movimientos sociales y que se dirige hacia la defensa de los intereses del pueblo desde una perspectiva comunitaria, solidaria.

Dicho con otras palabras, para entender los procesos políticos que se han dado en Andalucía, es fundamental entender la lucha contra la colonización de la tierra, que hoy como ayer, sigue concentrada fundamentalmente en unas pocas manos de grandes terratenientes (hoy incluso más que ayer: 2% de los propietarios poseen más del 50% de toda la tierra cultivable andaluza); insertada dentro de un marco de lucha mayor, como es el que incluye el concepto de soberanía alimentaria, que relaciona a movimientos  campesinos, de consumidorxs, a sindicatos y a ecologistas.

Quienes trabajan la tierra

Para la mayoría de trabajadorxs del campo, lxs jornalerxs, la situación laboral es de períodos de paro forzado, alternado con otros de precariedad laboral. Su reclutamiento se encuentra sujeto a diversas coyunturas, como las variaciones del mercado y la necesidad puntual de los agricultores, frente a un incremento del ritmo de la recolección o el despido de algún trabajador. Se guiarán por las campañas: desde mayo hasta finales de octubre, la campaña de la fruta en zonas como Navarra y Aragón; al terminar la fruta, empieza la vendimia y la naranja; también desde noviembre empieza la recogida de hortalizas en Almería y Murcia, en una campaña de larga duración. En diciembre, la campaña de la aceituna en zonas como Jaén; y luego la fresa, en Huelva, y los espárragos, a finales de mayo. En las provincias de Jaén y de Huelva, la situación presenta diferencias con respecto a la provincia de Almería, ya que la mayor parte de los trabajadorxs no comunitarixs son temporerxs que abandonan las localidades al final de la recolección. Así, la media de estancia en la provincia de Jaén es de dos meses y de cuatro en la provincia de Huelva.

Lxs jornalerxs, de emigrantes a inmigrantes

Andalucía, en su calidad de colonia interna, ha representado una bolsa de mano de obra barata para el resto del Estado. Ha sido primariamente una tierra de emigrantes. La industria del norte del país, catalana y vasca, se levantó gracias a la emigración andaluza. Un dato ejemplarizante es el millón y medio de andaluces que durante los años 60 y 70 del siglo XX emigraron a Cataluña buscando las oportunidades de trabajo que la industria ofrecía y de las que carecía el campo o la minería en andalucía.

En los años 90 comienza a implementarse la agricultura intensiva en Andalucía. Las condiciones climáticas permiten que la agricultura de invernaderos se implante principalmente en Huelva, y en el oriente, en las costas de Granada y Almería. Una agricultura insostenible desde un punto de vista ecológico, que genera una altísima producción de materias primas de la que Europa es receptora y que requiere mano de obra barata para subsistir. Andalucía se consolida así como un territorio productor de materias primas y de escasa industria, y ratifica su rol de colonia económica interna en el Estado español.

Las duras condiciones del trabajo en el campo andaluz, tanto físicas como salariales, hacen que sean las personas con menos capacidad de elección las que accedan a este trabajo. La población autóctona rechaza la precariedad del trabajo agrícola optando por el sector servicio o la emigración. La producción intensiva del campo andaluz necesita brazos y son las personas inmigrantes las que los ponen. Las personas que se sitúan en el escalón más bajo de la jerarquía social y económica son la mano de obra perfecta para estas explotaciones agrícolas: migrantes, pobres y en un elevado número mujeres.

En Almería la población marroquí supera las 50 000 personas dedicadas principalmente al trabajo agrícola como jornaleros. Existiendo también una alta presencia de personas subsaharianas y de Europa del Este que trabajan en los invernaderos de las explotaciones agrícolas. Cerca de estas explotaciones proliferan asentamientos chabolistas donde reside la mano de obra inmigrante sin papeles. Se conoce como sin papeles a las personas migrantes que no tienen regulada su situación administrativa en el Estado español. Estas personas conforman la mano de obra de reserva para las explotaciones agrícolas mientras esperan poder echar un jornal en el campo malviven en precarias condiciones en estos asentamientos.

Parecida situación sucede en Huelva. La campaña de recogida de la fresa requiere durante unos meses al año más de 120 000 personas para hacer frente a una enorme producción. Los puestos de trabajo que no son cubiertos por autóctonxs se cubren con mujeres inmigrantes. Se trata de una contratación en los países de origen, un ejemplo de migración ordenada según el discurso hegemónico. La patronal fresera informa al Gobierno de los puestos de trabajo que necesita cubrir con mano de obra inmigrante, y la selección y contratación se realiza en el país de origen gracias a acuerdos bilaterales entre el Estado español y estos países. Los empresarios freseros de Huelva exigen un requisito principal: que sean mujeres. Justifican esta petición por el carácter menos conflictivo de las mujeres y por la delicadeza de las manos de las mujeres en la recogida de la fresa. Este tipo de contratación en origen se puso en marcha en el año 2000 y hasta el año 2006 las mujeres contratadas en origen provenían de Europa del Este. A partir del año 2006 y hasta la actualidad los contingentes son de mujeres marroquíes gracias al acuerdo entre el Ministerio de Trabajo de Marruecos y las autoridades españolas. Estas mujeres son más apreciadas por la patronal porque son más dóciles. Los requisitos para ser seleccionada son estar casada o ser viuda o divorciada, y tener al menos un hijo menor a cargo para garantizar que retornan a su país una vez que termina la campaña de la fresa. Son muchas las situaciones de abusos laborales y sexuales que se han denunciado durante estos años. Estas mujeres trabajan y viven en las fincas alejadas de los núcleos urbanos; desconocen el idioma y las formas de hacer valer sus derechos ante situaciones de abusos. Esta situación visibiliza una vez la alianza entre la explotación capitalista, patriarcal y racial en la que se sustentan el crecimiento económico y el desarrollo.

Las mujeres jornaleras andaluzas

El reciente informe de Contabilidad Regional Anual de Andalucía revela que el sector económico que mejor se está recuperando de la crisis estafa es el de la agricultura. Ya tiene más trabajadores que hace diez años. Trabajadores, pero no trabajadoras, porque desde hace unos años estas últimas, las mujeres, están siendo expulsadas de los tajos.

La crisis estafa y la mecanización de la agricultura han facilitado la expulsión de las mujeres del campo, sobre todo en el ámbito de la recolección de la aceituna. Estos dos factores han sido y son la coartada perfecta para seguir profundizando en el trato discriminatorio y machista que sufren las mujeres del campo andaluz. Aunque encontramos testimonios vivos y rebeldes de esta realidad en cada pueblo y en cada provincia, no encontramos estudios publicados que recojan datos de la evolución de esta tendencia que condena a la mujer a la marginación y precariedad laborales en el mundo rural.

Nuestras madres y nuestras abuelas han demostrado con creces durante largo tiempo que podíamos y podemos desempeñar cualquier labor agrícola igual que nuestros compañeros. Tras duras y extenuantes faenas en el campo, llegaban a casa y ampliaban la jornada dedicándose al cuidado de la casa y de la familia, todo ello sin las facilidades ni comodidades con las que hoy cuentan la mayoría de hogares. Lavaban la ropa a mano, fregaban los suelos de rodillas, remendaban, cocinaban para las cuadrillas… Hasta embarazadas tuvieron que demostrar su fortaleza, dando el callo como el que más, hasta el día antes del parto.

Hace unos años, cuando los hombres, atraídos por los cantos de sirena de la construcción, abandonaron el campo, ahí estuvieron ellas cuando este necesitó mano de obra. Pero ahora, de nuevo, quienes acaparan la tierra desprecian su presencia, y solo la aceptan, en la mayoría de los casos, si van acompañando a un hombre.

De nada han servido convenios del campo, como el que se firmó en 2014 en la provincia de Jaén reconociendo en una cláusula «el principio de igualdad de trato y de oportunidades entre mujeres y hombres en el acceso al empleo, en la formación y promoción profesional, y en las condiciones de trabajo».

Nuestro reto

La situación aquí descrita no es un mal funcionamiento que pueda solucionarse con mayores inspecciones de trabajo ni mejores convenios colectivos. Es el sistema mismo, un capitalismo que necesita mano de obra vulnerable y territorios fértiles para su explotación y acumular riquezas en unas pocas manos. Un ejemplo de la voluntad específica para que esta situación de explotación laboral se perpetúe es la inacción de las Administraciones y la connivencia de los sindicatos mayoritarios con la patronal. El reciente convenio colectivo del campo de Sevilla recoge un falso aumento de salario, pues la jornada laboral se amplía desapareciendo el derecho a los quince minutos de bocadillo de lxs trabajadorxs. Ahora se trabaja más por menos

Andalucía es colonia, destinada a la agricultura intensiva y al sector servicios, la explotación laboral se concentra por tanto en la agricultura y en el sector turístico. Si le damos la vuelta, el campo y el turismo se presentan como nuestros territorios de lucha para la emancipación de Andalucía. En ello estamos.

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