nº26 | política estatal

Populismo punitivo. Vivan las caenas.

La demanda por parte de la mayoría de la población de un endurecimiento de las leyes, que se resume en más control y más cárcel, no surge casualmente como exigencia espontanea fruto de un mundo supuestamente más inseguro. Tampoco es por azar que la idea que genera ese desplazamiento del pensamiento general hacia el miedo, el populismo punitivo, ya no solo cuaje en los sectores más conservadores. Ahora el “vivan las caenas” cuaja por fin a todos los niveles sociales, izquierdismo incluido, en virtud principalmente de la aprobación de una serie de leyes de carácter “progre”, que se abrazan como males menores necesarios, y a una cierta sensación de derrota e incapacidad para elaborar crítica. Es un tema complejo, que nos enfrenta a contradicciones, por lo que sería conveniente hacer un poquito de historia.

El denominado por el pensamiento crítico criminológico como populismo punitivo es un término acuñado a mediados de los 90 y se concretaba como: “la utilización del Derecho penal por parte de los políticos para aumentar sus réditos electorales”. A día de hoy podemos afirmar que esta corriente de pensamiento reaccionario actúa, impulsada por dinámicas generadas durante décadas, como un cuerpo social con vida propia siendo finalmente ella quien rige las agendas de la política.

Pero las razones estructurales de la actual deriva autoritaria de las autodenominadas “democracias occidentales”, así como su interrelación con los massmedia, arranca en los 70 en plena recesión económica. Es entonces cuando se empieza a abandonar los discursos garantistas a nivel penal junto al asistencialismo  de los años de prosperidad*,  acentuando la criminalización de la pobreza como retórica que justifique el “auge de la delincuencia” y por tanto el aumento de la represión. A su vez la violencia política que surge en este contexto es utilizada para aprobar un arsenal de leyes de excepción bajo el manto de la lucha contra el terrorismo y la seguridad nacional.

En estos años el papel de los massmedia será fundamental en la construcción del populismo punitivo. La introducción en las “agendas-setting” (la selección previa de las noticias que se deciden que deben ser las más importantes) de los temas como la inseguridad y la delincuencia se convierten en claves para ganar las elecciones. La mano dura transmite la sensación de estar haciendo algo y sacia la furia cobarde entre los de abajo. A su vez, o como consecuencia, comenzarán a construir la figura de “la víctima” como eje entorno al que enderezar la idea de una justicia vengativa, así como a desarrollar el concepto de “alarma social” como forma de naturalizar esa sensación de inseguridad construida artificialmente. Paulatinamente el miedo inoculado de manera individual al fin será colectivo, dando pie a lo que se vino a denominar “pánico moral”. Pero más allá de los noticieros y la prensa, justo cuando la policía era más impopular, arranca el género televisivo por excelencia, las series policíacas,  llegando hasta hoy desarrollado a unos niveles delirantes. La justificación y la simpatía hacia los esbirros es algo único de nuestros días, pues tanto en la literatura como en la tradición oral nunca salieron bien parados. Hoy utilizando como espejos desde los roles de mujeres fuertes en un mundo de hombres hasta los de polis machotes de los de toda la vida, empujan a admirar al verdugo y despreciar al ajusticiado.

 Los cambios legislativos que se derivarán de este clima de miedo se concretarán en dos tendencias, no excluyentes e interrelacionadas entre sí:

La desarrollada en EE.UU. más liberal desde el punto de vista económico que resolverá con la transformación del antiguo sistema penal deficitario, y en teoría de vocación reinsertora, en una mera industria con la progresiva privatización de las cárceles. Nace así el denominado “complejo industrial penitenciario” como lo define Angela Y. Davis (feminista afroamericana y teórica del abolicionismo de las cárceles) alimentado por más de 2 millones de personas en distinto grado de encierro y explotación. Si bien, como apunta Davis, se trataría del resurgir de un esclavismo nunca abolido en la práctica. Siempre hubo trabajo forzado y el porcentaje de negros fue el más elevado.

La otra tendencia, la de marca Europa, a remolque de la lucha contra la insurgencia armada en los ´70, desarrollará las leyes de excepción que vulnerarán su sistema de garantías procesales. Sistema del que antaño alardeaba como seña  demócrata frente a los regímenes fascistas derrotados tras la Segunda Guerra Mundial, evidentemente la península ibérica no contaba. Se doblan las condenas en los delitos “políticos”, se amplía la represión a lo que se considere entorno social de estas organizaciones armadas y se reconoce veladamente la tortura como una herramienta más.  La necesaria complicidad de toda la socialdemocracia europea está fuera de toda duda. La lucha contra ETA, en todas sus etapas, es emblemática de este proceso.

Sin embargo el hecho de que  del populismo punitivo haya adquirido una dinámica propia como forma de juzgar la sociedad, lo lleva inexorablemente con los años a extenderse a otros ámbitos más allá del “terrorismo” y búsqueda de la rentabilidad económica del sistema penal.

 Más cercano en el tiempo, y en esta misma ciudad, el caso de Marta del Castillo, junto con otros previos y posteriores debidamente publicitados,  marcaría estos nuevos horizontes. Curiosamente lo que hoy sería denominado, sin duda, como asesinato machista pasó a ser bandera de la extrema derecha sevillana a favor de la pena de muerte. Coincidiendo en el tiempo  y jaleados por casi toda la prensa, la familia de una niña de Huelva, Mari Luz, junto a la de Marta llevarían a cabo una exitosa campaña a favor de la cadena perpetua. Sin embargo ahora ya no son solo los fachas, o lo que con suficiencia solemos denominar la masa, la que pide más cárcel.

La lucha contra la corrupción

La lucha contra la corrupción, la violencia machista o las leyes para proteger minorías son algunas de las nuevas vías por las que el discurso del control y el miedo está pasando de hegemónico a ser ya prácticamente incuestionable. En la batalla de las ideas parece que también vamos perdiendo.

La izquierda del capital ya abandonó hace unos años la crítica anticapitalista al considerarla casposa, señalando solo al capital financiero como culpable y soñando con un desarrollismo sostenible vigilado de cerca por las instituciones. Ahora ya ni eso: unas hipotecas bien regladas, unos gastos de gestión más austeros, su poquita de regeneración democrática y pa´casa. Que la lucha contra la corrupción es un caramelo que nos dan para dulcificar el amargor de las recientes derrotas no es ningún secreto. Que jueces estrella, periodistas tenaces o policías cargando ordenadores le están lavando la cara al sistema penitenciario tampoco. Regocijarse con la imagen de un pez gordo entrando al talego es lo que tiene, o esa manita en el cogote de Rato, y es que nuestros cerebros son esponjas.

La violencia machista

La violencia machista es tema más delicado y complejo,  y es justo por ello que no debiera obviarse. Que una mujer en una situación extrema, que no tiene porque ser que peligre su vida, utilice todos los recursos que tenga a su alcance no es algo que aquí vayamos a cuestionar. No van por ahí los tiros. No es que precisamente esta vez las “agendas-sitting” hayan sido las que sacaron el feminicidio a la luz, pero ya lo absorbieron. De nuevo el endurecimiento de las condenas, el autobombo policial y el tratamiento sensacionalista de los medios ahogan en este caso las ideas y propuestas más críticas contra el patriarcado como origen de esta violencia y opresión. Esa gran capacidad de fagocitación de la idea del miedo y el control al final siempre ofrecerá la misma receta. Que en nuestro fuero interno quizás nos sea comprensible que haya colectivos feministas que pidan mano dura al Estado debe llevarnos al menos a alguna reflexión. En este sentido el artículo de opinión publicado por SALHAKETA-NAFARROA, a raíz de los casos “Yllanez” y “La Manada”, abre una vía de debate necesario. Parte del hecho de que la justicia del Estado es patriarcal por definición al estar construida “en y desde el patriarcado” y no tanto porque, además, en su práctica tienda a perjudicar a las mujeres como fiel reflejo de la sociedad que nos envuelve a todas, jueces y fiscales incluidas.

Y es que la violación en San Fermín por parte de cinco tíos del grupo denominado La Manada de una chavala, y el posterior circo mediático del juicio, resulta revelador. Imposible no empatizar con la víctima y aborrecer a los agresores, pero de golpe todo el casco viejo de una ciudad  monotorizado por más de 200 cámaras (paradójicamente con alcaldía de EH-BILDU) nos parece un mal menor y 20 años de prisión lo mínimo. No es cuestión de tenerles pena o no que eso tiene que ver más con la percepción que cada cual tenga de la prisión, es que esas cámaras y esas cárceles también nos aguardan a todas, pero a su vez queriendo o no las afianzamos echando leña a la hoguera. En cuanto a la defensa de los acusados de una violación que no reconocen es normal que nos resulte repugnante. Los juzgados son lo que son, que nadie busque ahí templos de la verdad y la justicia.

Los denominados delitos de odio.

Los denominados delitos de odio surgen como respuesta a las reivindicaciones de mayor protección por parte de asociaciones de minorías vulnerables a la violencia fascista callejera. Fue principalmente el chiringuito de la órbita del PSOE “Movimiento contra la intolerancia” del señor Esteban Ibarra, quien mediáticamente se erigió como voz de dichas minorías pidiendo leña también. Nada bueno se estaba cociendo. Los motivos de raza, religión, orientación sexual, pero también  los ideológicos surgen como agravantes. Así en virtud de esta carambola, por ejemplo, cada vez más antifascistas detenidos en acciones se enfrentan a  mayores condenas, la figura del radical se construye como la del nuevo terrorista, antisistema como antisocial. A esta categoría de delitos le debe bastante lo peligroso que se ha vuelto volcar un poquito de guasa y mala leche en internet, aunque para este espacio en concreto ya andan en marcha nuevas reformas penales que sin duda estrecharán a un más el cerco.

Sí, definitivamente Orwell y Foucault pasaron de moda. Justo por eso no es mal momento para revisitar la crítica de la sociedad del control, en vez de desprendernos de ella como de un equipaje incómodo que no sabemos dónde colocar.

*más que discutible axioma de la progresía que utilizaremos para iniciar el relato.

Fuentes consultadas:

Democracia de la Abolición. Prisiones, racismo y violencia.  Angela Davis. Editorial Trotta.

La Sociedad Implosiva. Corsino Vela.  Muturreko Burutazoiak.

http://www.pensamientopenal.com.ar/system/files/2015/10/doctrina42286.pdfhttp://www.ub.edu/ospdh/sites/default/files/documents/El%20populisme%20punitiu.pdfhttp://www.salhaketa-nafarroa.com/2017/12/el-abordaje-de-los-casos-yllanes-y-la-manada-como-reto-articulo-de-opinion/

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