nº44 | desmontando mitos

Patrimonios para nuestros futuros

Memorias, olvidos y traiciones

La memoria que se muestra en el escaparate del patrimonio es muy parcial, limitada. Si el patrimonio es una lectura del pasado para la construcción de futuro, ¿dónde quedan las luchas campesinas seculares; dónde el trabajo de las abuelas de clase obrera; dónde las resistencias del pueblo gitano? ¿En qué patrimonios las encontramos?

El reciente hallazgo de los restos de una mujer cazadora de hace unos 9 000 años ha traído a los periódicos un debate ya largo entre especialistas: la división del trabajo por sexos en la prehistoria, un reparto de tareas que resulta ser mucho más equitativo de lo que se muestra en los libros de texto. ¿Por qué no se había divulgado antes esta realidad? Por decirlo brevemente y a riesgo de simplificar: porque la historia que conocemos tiene mucho que ver con las miradas, creencias y expectativas del presente.

Al hablar de patrimonio, nos referimos a una parte de la historia y de la memoria social que se encarna en ciertos símbolos. Para reflexionar sobre ello, quisiera citar dos ideas que me parecen muy reveladoras. Una es de la escritora Chimamanda Adichie, que advirtió contra «el peligro de la historia única»: «Importan muchas historias. Las historias se han utilizado para desposeer y calumniar, pero también pueden usarse para facultar y humanizar. Pueden quebrar la dignidad de un pueblo, pero también pueden restaurarla.» La segunda es del historiador Jacques Le Goff: «Apoderarse de la memoria y del olvido es una de las máximas preocupaciones de las clases, de los grupos, individuos que han dominado y dominan las sociedades históricas.»

Ambas ponen de relieve la importancia de las narrativas del pasado para construir el presente y nos recuerdan que estos relatos y símbolos no son anecdóticos o meramente estéticos, sino que tienen profundidad e influencia en la dignidad de un colectivo, en la capacidad de acción presente y futura del mismo. Si los grupos de poder han pretendido siempre apropiarse de estos relatos y memorias es porque dotan de legitimidad, porque reafirman el orden desigual instituido.

Hasta hace bien poco, si se preguntaba a cualquiera por el patrimonio de Andalucía, esta persona nombraría la Alhambra de Granada, la Mezquita de Córdoba, la Giralda de Sevilla y alguna catedral o palacio más. Hoy día, esa lista se ha ampliado y aparecen el flamenco, la Semana Santa, el carnaval,
la cal de Morón… En apariencia, hemos pasado de un patrimonio que ensalzaba solo a las creaciones de los grupos más poderosos a otro más democrático, que se abre a la memoria de otras clases sociales. A este proceso se le ha denominado democratización del patrimonio, por su expansión e inclusión de nuevas tipologías y también de nuevos sujetos protagonistas (aunque sigue dejando fuera a minorías étnicas y sociales). Pero ¿cómo se produce esta inclusión?; ¿qué nuevas historias se narran?

Vayamos a una visita cultural por un palacio o una fortaleza: se nos hablará de reyes y reinas, de luchas nobiliarias, de aguerridos hombres, de derrotas y victorias, de estilos arquitectónicos. Apenas sabremos nada de esclavos y sirvientas, de las casuchas arremolinadas en derredor, de las veces que esas murallas sirvieron para reprimir revueltas contra el señor. Paseemos por los patios de Córdoba: la guía local nos contará sobre su origen romano y árabe, sobre la solidaridad de lxs vecinxs, sobre las destrezas con las plantas… y nada conoceremos de los sindicatos que reivindicaban alquileres justos, de hacinamientos en habitaciones pequeñas, de humedades y carcomas, de las expulsiones recientes. ¿Por qué no nos muestran todos estos aspectos? ¿Qué implican estos olvidos?

El proceso por el cual la Fábrica de Vidrios de la Trinidad, la barriada del Carmen de Sevilla o la fiesta de los Patios de Córdoba pasan de ser una vieja nave o un barrio o un festival cualquiera, a considerarse patrimonio, tiene que ver con el convencimiento de que son símbolos valiosos que deben ser conservados y transmitidos a otras generaciones. Esto implica identificar cuáles son sus principales valores, por ejemplo, su significación en la expansión de la ciudad industrial, en la expresión arquitectónica del Movimiento Moderno o el carácter histórico y estético de los patios. Esto es además un proceso de traducción cultural: lxs obrerxs de Miraflores o lxs vecinxs del Carmen o de los patios tienen bien claro qué significan estos elementos en su memoria social, pero al nombrarse patrimonio deben darse a conocer al resto de la ciudadanía e incluso más allá, a los turistas. Para que los legos entendamos una pintura, unas ruinas, una fábrica o una fiesta, se produce una traducción cultural. En ella se elige qué se quiere transmitir, se reduce la polisemia, la diversidad de significados, se simplifica el mensaje. Se limpia y se le da brillo, es decir, se quita lo sucio o molesto y se ensalza lo estético o tradicional o políticamente correcto… Se olvidan las luchas, la pobreza, los conflictos de clase y la represión franquista del «que coman república» en las viviendas de El Carmen… Se domestica esa memoria y esos objetos para hacerlos comprensibles y valorables por una mayoría social y por sus nuevos usuarios, los turistas. ¿Es que acaso el patrimonio no puede mostrar la miseria, la derrota, la represión o el etnocidio?

¿Todos los patrimonios pasan por un proceso en el que lo conflictivo, lo doloroso se elimina? No siempre. Ahí están el Guernica de Picasso; el campo de Mathaussen o el Museo ESMA de Argentina, por mencionar algunos. Estos son claros símbolos de denuncia, son los denominados «patrimonios difíciles» o «patrimonios incómodos». Hay más excepciones, no siempre se elimina lo problemático, pero sí mayoritariamente. A veces estas invisibilizaciones tienen una contestación social, se produce un conflicto por las selecciones patrimoniales y por los significados. Pero para ello debe haber un mínimo empoderamiento y organización social que conteste o haga propuestas alternativas a las versiones oficiales y, además, un colectivo que se sustraiga de la lógica patrimonial de lo hermoso, lo positivo y lo brillante.

Desde mi punto de vista, mientras que lo patrimonial esté ligado al ocio, el divertimento y el turismo, a las versiones institucionales de la historia, mientras se relacione con lógicas neoliberales, difícilmente será bandera para excluidxs, obrerxs, minorías o mujeres. Porque ellxs/nostrxs quedamos mayoritariamente fuera de un lenguaje, el patrimonial, que nos es extraño, que nos traiciona para ganar brillo y audiencias. Es por esta razón por la que insisto en reivindicar la importancia de contar nuestras historias, nuestras diversas historias, por transformar los patrimonios en espacios de lucha, de disputas por los significados, en memorias plurales, en narraciones para nuestro futuro.

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