nº45 | política andaluza

Nuestra memoria de la Jamahiriya

La Andalucía solidaria

Entre Andalucía y los pueblos del sur del Mediterráneo ha existido históricamente un vínculo, más o menos estrecho, que ha sido borrado de nuestra memoria colectiva por años de olvido y falta de reconocimiento. En este artículo nos vamos a centrar en la relación que se produjo entre Libia y Andalucía fruto de una serie de viajes y brigadas de solidaridad en la década de 1980. Acompáñanos a rescatar la memoria andaluza de la Jamahiriya.

Es innegable que Andalucía tiene una vinculación y proyección mediterránea y africana que la ha caracterizado desde los albores de la historia. Dejando de lado cierto pensamiento dominante que trata de ofrecer una imagen exótica y oriental de nuestra tierra, y que ha acompañado a las ideas más reaccionarias sobre Andalucía (como el ideal vegetativo de Ortega y Gasset), nuestros vínculos con el Próximo Oriente y con África a través de la autopista que supone el Mediterráneo son más que evidentes. Nuestra tierra es parte de una misma región mediterránea, fruto del contacto con otros pueblos con los que siempre hemos estado volcados a la mezcla y la relación.

No obstante, es igualmente imposible no admitir que nuestra relación con dichos países ha sido profundamente contradictoria y sujeta a los avatares políticos de cada momento. Por ejemplo, en la época de al-Ándalus, éramos una región plenamente central e integrada en los vínculos sociales, comerciales, culturales y políticos que se desarrollaban en todo el arco que recorre desde la península ibérica hasta el Mediterráneo oriental, pasando por el norte de África. No obstante, tras el siglo XV, se inicia un largo proceso que comenzó con la definitiva conquista de al-Ándalus, caracterizado por las relaciones políticas de tipo colonialistas, racistas y eurocéntricas. Así, el pensamiento supremacista europeo y nacionalista español insiste en construir una frontera económica y religiosa en el Mediterráneo, entre el mundo civilizado y rico europeo, y el «bárbaro» y pobre africano y asiático. La fortificación de nuestra frontera natural, estigmatizando y criminalizando a nuestros pueblos vecinos del sur, es solo su última manifestación. Este pensamiento hegemónico adquiere sus mayores cotas de hipocresía cuando no solo nos arrastran a que seamos insensibles con el sufrimiento, la muerte, el bloqueo económico o las agresiones militares a países como Siria, el Líbano, Palestina o Libia, sino que lo justifican en nombre de la democracia y los derechos humanos.

Y es que, debemos ser conscientes que el Mediterráneo juega hoy en día un papel fundamental en la geopolítica mundial. En concreto, se está librando una guerra económica, cultural
y militar que enfrenta, de un lado, a las potencias occidentales capitalistas, antiguas metrópolis de las colonias, y EEUU, que intentan controlar el acceso a materias primas, a rutas comerciales y a mercados; y del otro, a los pueblos que intentan defender su soberanía.

Volviendo a Andalucía, tenemos que señalar que esa relación contradictoria con el resto de los países mediterráneos nos sitúa hoy como parte de un país imperialista que, no solo posee una larga tradición colonial, sino que apoya y alienta dichas guerras, como ocurrió en el caso libio. Y que ha permitido que tengamos dos bases militares de la OTAN en Rota y Morón, concebidas por EEUU como puntos de control del Mediterráneo, desde donde se han coordinado y lanzado ataques contra la soberanía de otros países vecinos.

No obstante, las resistencias de sectores de nuestro pueblo a esta situación de Andalucía como punta de lanza del imperialismo han sido también numerosas. Desde las luchas y denuncias de la guerra colonial en Marruecos a comienzos del siglo XX, de las que recientemente se ha rescatado las de la linense Anita Carrillo, que llamaba a declarar la «Guerra a la guerra»; pasando por las protestas de los movimientos pacifistas, ecologistas, antimilitaristas, pero también andalucistas, comunistas y anarquistas contra las bases de Rota y Morón; hasta el movimiento antiimperialista o los grupos de apoyo al pueblo palestino o saharaui, de plena actualidad. Son muchas más las experiencias y movimientos que engrosan esta larga sucesión de resistencias al imperialismo y de solidaridad internacional, la mayoría de las cuales aún están por rescatar de nuestra memoria colectiva.

Como hemos adelantado, en este artículo nos vamos a centrar en un acontecimiento pasado por alto, olvidado, pero que supuso el establecimiento de un contacto relativamente estrecho durante varios años de sectores del movimiento andaluz (y andalucista) con la Jamahiriya, o Libia de Gadafi.

Hace más de 35 años, jornaleras y jornaleros andaluces del Sindicato de Obreras/os del Campo (SOC), del Frente Cultural del SOC, militantes de izquierda, estudiantes e intelectuales, se embarcaron en una sucesión de brigadas de solidaridad internacionalista a Libia. Brigadas contra el desierto y por la solidaridad; contra las calumnias y por la verdad. Este grupo de andaluces y andaluzas fueron testigos de primera mano de cómo se escribía la historia del nuevo país libio. Pero ¿qué los había llevado a emprender este viaje? ¿Qué Libia conocieron?

Buscar las respuestas a estas preguntas fue el motivo del proyecto de documental recientemente estrenado en Alcances, el Festival de Cine Documental de Cádiz. Más de cuatro años de investigación, inmersión en archivos y entrevistas nos han permitido rescatar estos acontecimientos. Así nace el documental Libia verde. Memoria andaluza de la Jamahiriya, que ha sido realizado colectivamente y sin ningún tipo de financiación, por el colectivo de Historia Social Lumbre, de la mano del realizador Patricio Musalem y otras y otros compañeros de las artes visuales, como Antonio Pareja, Zora Moreno, Jordan T. Caylor o Calde Ramírez, que nos han acompañado durante este periplo. En él planteamos una reflexión sobre la solidaridad internacionalista, la memoria histórica andaluza y la denuncia de las agresiones imperialistas, en el caso concreto del país libio.

A partir de 1969, Libia rompe con su realidad neocolonial, que provocaba que hasta entonces estuviese bajo la tutela económica y militar de Gran Bretaña y los EEUU y con sus tierras más fértiles ocupadas por los antiguos colonizadores italianos. Bajo el mando de los llamados oficiales libres, y en pleno auge de los movimientos socialistas y nacionalistas árabes, se produce el derrocamiento de la monarquía y se proclama la República Árabe Libia. Es entonces cuando se inicia un proceso de construcción de un nuevo país encaminado a controlar todos sus recursos y revertirlos para su propio beneficio. Un país soberano que rompe con el imperialismo y comienza a nacionalizar su principal recurso: el petróleo. Esta nueva Libia se convierte en 1977, bajo el liderazgo de Gadafi, en la Jamahiriya Árabe Libia Popular Socialista, profundizando en las políticas sociales y económicas socialistas, a través de las cuales lograron crear un sistema público de salud y educación, abordar los derechos de las mujeres, realizar una reforma agraria que repartió las tierras entre la población libia, crear una renta básica universal, e iniciar diversos proyectos de infraestructuras que pretendía modernizar un país que se encontraba entre los más desfavorecidos de todo el continente. Además, se configuró todo un sistema de asambleas populares para la toma de decisiones en el nuevo país.

En unos años caracterizados por la derrota de los países árabes frente a Israel y la desaparición del nasserismo político, Libia y Gadafi se convirtieron en un ejemplo de alternativa en el mundo árabe y en el continente africano como país soberano y desarrollado, no dependiente del Occidente capitalista y totalmente enfrentado al imperialismo, lo que dio lugar a su apoyo a diversos movimientos populares y de lucha armada en todo
el mundo. Asimismo, a comienzos de la década de 1980, alentó un movimiento por la paz en el Mediterráneo en el que hubo contactos con organizaciones andaluzas. Toda esta realidad provocó la enemistad de EEUU, quienes llegaron a bombardear el país en 1986, para posteriormente iniciar un largo y criminal bloqueo económico en la década de 1990.

Diversas expresiones políticas y sindicales andaluzas (y andalucistas) fueron testigos directos de esta Libia Verde. Distintos viajes y brigadas de colectivos andaluces estuvieron en la Jamahiriya, ya sea para conocer el proyecto del nuevo país, para defender su soberanía frente a las agresiones occidentales o para establecer lazos entre países pertenecientes a un mismo ámbito de influencia. De todas ellas, en nuestro documental hemos decidido narrar los viajes que organizó el SOC a lo largo de la década de 1980, bajo la coordinación de su entonces secretario general, Francisco Casero. No obstante, existen otras anteriores, como fueron los acercamientos del PSA y de Rojas Marcos en 1978, cuando la Jamahiriya era un joven país en pleno proceso de construcción. Y otras posteriores, como fueron los viajes que a lo largo de la década de 1990 se organizaron para apoyar al país en un momento en que Libia era sometido a un criminal bloqueo económico por parte de EEUU y sus aliados occidentales.

A través de la narración de estas brigadas y de los testimonios de sus integrantes, no solo podremos conocer mejor esa Libia Verde, sino también conocernos a nosotras mismas. Así, el documental aborda cómo se gestaron y organizaron dichos viajes y cuál era la realidad del país libio que nuestras protagonistas vieron; una Libia desconocida, criminalizada y recientemente destruida. Pero además, también nos permite acercarnos a la Andalucía de la Transición, a los integrantes de algunas de sus organizaciones más combativas, que estaban en primera línea de la lucha por los derechos de las mujeres, por el reparto de la tierra, por la soberanía andaluza y por la solidaridad internacionalista. Pero también, que sentarán las bases de los movimientos sociales y políticos que llegan hasta nuestro presente, como pueda ser el andalucismo, el sindicalismo de clase, el movimiento ecologista y pacifista, la lucha por los derechos humanos, el feminismo, la solidaridad con Palestina o el movimiento antimperialista. Desde la producción colectiva de este documental hemos considerado que es fundamental rescatar estos valores y estas experiencias de vida, reconocernos en esa historia de lucha que llega hasta el presente y nos desborda.

Y nos hace asumir las responsabilidades políticas ante el mundo que hemos heredado. Ya hemos expuesto cómo existe una memoria andaluza del sistema político que llegó a brindar a Libia los mayores niveles de calidad de vida de todo el continente en la década de 1990, la Jamahiriya, y que hoy debemos alentar por rescatarlo y ponerlo en valor. Más aún, cuando hace apenas 10 años fuimos testigos del horrible final de dicho país, cuando la agresión occidental se ensañó con Libia en el año 2011. Entonces, la OTAN y la ONU intervinieron para derrocar a Gadaffi, en ayuda de una supuesta oposición democrática que posteriormente se ha demostrado que no existía. Con el apoyo del Estado español, las grandes potencias imperialistas sumieron al país en una guerra civil, introduciendo mercenarios yihadistas, destruyendo el sistema social libio, sus infraestructuras y los mecanismos de redistribución de la riqueza, así como fomentando la división política de Libia para poder explotar mejor su petróleo y recursos naturales, generando incluso un mercado de esclavos que escandalizó al mundo entero. Actualmente, Libia sigue en guerra, siendo un país fragmentado y donde diversas potencias pugnan por controlar sus recursos. Y no podemos permanecer impasibles.

Es fundamental, si queremos que el Mediterráneo sea un espacio de paz y fraternidad entre pueblos, que rescatemos la memoria histórica de los movimientos solidarios andaluces con los países agredidos por el imperialismo, y que tomemos ese ejemplo y lo convirtamos hoy en guía de nuestra acción política. Que declaremos, como diría Ana Carrillo, la Guerra a la guerra, máxime cuando esta empieza en nuestra propia tierra (tanto materialmente, como por los intereses que la motivan) y agrede y desestabiliza a nuestros países vecinos. Por nuestra situación geográfica, nuestra historia y nuestra responsabilidad como pueblo, no podemos permanecer al margen de los conflictos que se suceden en nuestro entorno más cercano. Sin este compromiso, sin la solidaridad internacionalista, no habrá fórmula posible que permita conquistar la soberanía y la libertad para Andalucía, los pueblos y la Humanidad

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