“Si el Ejército israelí sigue asesinando periodistas a este ritmo, pronto no quedará ningune en Gaza para informarte”
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nº68 | política global

Marcha Global a Gaza

El cuerpo como instrumento de resistencia

En un mundo donde la violencia se ha vuelto paisaje y el genocidio un espectáculo, donde el dolor ajeno es desplazado por la comodidad de la neutralidad y la omisión, este artículo busca devolver al cuerpo su potencia política y poética, como último recurso de humanidad. ¿Cómo seguir llamándonos humanidad cuando permitimos que miles de niños y niñas mueran bajo los escombros mientras debatimos conceptos? ¿Qué significa hablar de paz en instituciones gubernamentales, académicas o sociales, cuando en Palestina la paz ha sido negada, ocupada, bombardeada? Estas palabras no temen incomodar, porque la comodidad es privilegio. No se esconden tras la objetividad de la neutralidad, ya que, en contextos de opresión, no posicionarse es complicidad. No pretenden explicar, sino ser una herramienta en donde Palestina pueda ser escuchada, valorada y sostenida, aunque sea desde las palabras; porque si el mundo ha normalizado la violencia, este texto se niega a normalizar el silencio.

«أكتب من الجراح المفتوحة، من حدود الجسد حيث ينزف الصمت وتصرخ الأرض.»

«Escribo desde las heridas abiertas, desde las fronteras del cuerpo, donde el silencio sangra y la tierra grita» (Mahmoud Darwish)

El pasado mes de junio, miles de personas procedentes de diversos países del mundo se encontraron en El Cairo para unirse a la Marcha Global a Gaza. El primer paso fue tomar la decisión de asistir allí, llevar nuestro cuerpo e intentar confiar en que una acción colectiva, junto a otros cuerpos, podría ser el término de tan desgarrador genocidio. Nos dirigimos a Egipto con una intención y una convicción clara: llegar a Rafah y romper con el bloqueo que mantiene el Estado sionista en contra del pueblo palestino. Nuestro andar sólo buscaba un objetivo durante este proceso: crear un cordón de ayuda humanitaria y evitar los centenares de muertos entre niños, niñas, mujeres, hombres y ancianos, que cada día son víctimas de tal masacre.

Estábamos convencidas de que a pesar de la utopía que podía ser para muchos, para nosotras era una acción real, una acción de esperanza y casi la única posibilidad de devolvernos el sentimiento de humanidad, conexión y nobleza que debería tener cualquier persona frente al dolor ajeno. Había sido una idea, sólo el deseo profundo de una idea, para convertirlo en algo tangible. Nada de lo que ocurrió fue lo que esperábamos. En un principio contábamos con los permisos, pero en el último momento el gobierno egipcio se opuso a esta acción, alegando “razones de seguridad nacional” y también demostrando el temor al descontrol por el éxito de la convocatoria. Lo que siguió fue represión, deportaciones, persecución, vigilancia, interrogatorios, miedo y frustración. Sin embargo, ya lo habíamos visualizado, «¡No había Marcha… atrás!» Y frente a todo pronóstico, logramos ingresar al país. Personas de todas partes del mundo, edades, religiones, ocupaciones, estratos sociales, nos reuníamos para decir: ¡Free Palestine!

Los opresores querían desarticular el movimiento, y aunque impidieron la movilización física, del gran porcentaje de personas, no pudieron apagar la voluntad ni el sentido profundo de esta causa. Desconozco lo que pudieron conocer desde aquí en España, a través de los medios manipulados de comunicación, pero lo que vivimos allá, seguramente es difícil de poder reducir a palabras y a unos cuántos caracteres.

Desde el dolor y la impotencia, surgió otra posibilidad, nos trasladamos a Túnez, nos reunimos con delegaciones de más de 50 países, y comenzamos a trazar nuevas formas de acción colectiva. De ahí nacieron nuevas ideas y proyectos, nuestra necesidad de hacer algo para calmar la desesperación de ver tanto dolor. Por mi parte y por la de algunas compañeras, motivadas con la difusión y la denuncia, surgió la idea de realizar un documental independiente, que recoge testimonios de familias palestinas desplazadas en Egipto; familias que, con un coraje conmovedor, nos permitieron entrar a sus casas y contar la historia desde la narrativa de los protagonistas y no de los poderes hegemónicos. Este «viaje», fue mucho más que eso, fue una apuesta por la vida, una forma de libertad y solidaridad con quienes no tienen el derecho de expresarse, un punto de encuentro tangible con otros cuerpos, una necesidad de humanidad, pues lo que vivimos allí fue una cohesión que pocas veces he experimentado en la vida; sin hablar los mismos idiomas, sin tener las mismas creencias o pertenecer a las mismas culturas, allí se gestaba un movimiento transversal a nuestras convicciones, conectando con lo más natural e instintivo, lo que la especie, hoy por hoy, ha olvidado.

Nuestros cuerpos se inscriben en territorios de memoria, piel marcada por la historia. En Palestina, el cuerpo es campo de batalla. Cada gesto de resistencia es un acto político donde el instinto deviene insurrección. Desde la Nakba en 1948, Palestina vive un proceso sistemático de colonización. Las bombas sobre Gaza no son hechos aislados: son síntomas de una ocupación sostenida y una limpieza étnica amparada por la impunidad internacional que pareciera no tener fin. ¿Dónde queda el cuerpo en medio de tanto horror? ¿Cómo puede el cuerpo aguantar tanto? Quizás, precisamente ahí, donde todo parece perdido, el cuerpo construye resistencia, se vuelve testimonio y archivo viviente, el cuerpo interpela y Palestina también lo hace. Palestina, persiste, el cuerpo habla, y el alma grita.

No se trata de idealizar la resistencia o posicionar al pueblo palestino como héroe, ni mucho menos, tampoco se trata de negar el dolor o de estetizar el sufrimiento. Se trata, más bien, de reconocer que en un contexto donde las herramientas jurídicas han sido neutralizadas, el arte de la acción corporal puede operar como una forma legítima de justicia simbólica. Cierro este relato con un poema que no necesita traducción, porque a veces, lo más desgarrador no es lo que se entiende, sino lo que no se quiere entender:

«في حضور الغياب، لا يوجد وجه للظل، فقط الموتى يمتلكون الوضوح.»

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