La lucha y resistencia que el pueblo palestino lleva desarrollando desde hace más de 75 años no nos puede dejar indiferentes. Ahora que la situación parece haber trascendido a los tradicionales círculos políticos conscientes de la importancia de las luchas internacionales, nos parece de vital importancia comprender y analizar nuestro propio papel en esta lucha.
Las nuevas olas de liberación colonial y patriarcal que nos llegan desde los territorios del sur global nos hacen plantearnos nuestro posicionamiento, no solo en las cuestiones mundiales, sino en las más cercanas y locales. Hemos entendido, o al menos en ello estamos, que aunque compartimos una misma visión emancipadora, nuestros actos y discursos no dejan de estar impregnados de una cultura colonial y eurocentrista. Por ello, construir una ética kropotkiniana basada en la total empatía hacía otras personas oprimidas por una situación ajena a nuestra propia realidad es complejo y difícil. Aunque eso no nos exime de tener la obligación moral de avanzar por ese camino.
Esta perspectiva nos coloca en un lugar complicado, sobre todo cuando entendemos que debemos posicionarnos y actuar en pos de una causa que se desarrolla a miles de kilómetros de aquí. Aunque entendamos que en realidad nos implica directamente. Así nos lo hacía saber Naji, del centro Laylac, una asociación que desarrolla una actividad comunitaria, centrada en las juventudes, en el corazón del campo de refugiados Dheisheh, en la ciudad de Belén. Para él, y para los demás miembros del centro, nuestra lucha está en nuestros territorios de origen. Luchar contra las políticas de nuestros propios gobiernos y todas sus formas de opresión es luchar por la causa palestina.
Cierto es que estas palabras pueden dar lugar a una amplia interpretación y, según el sesgo político de cada persona, la lucha contra las instituciones puede conllevar derivas muy amplias. Desde los tibios socialdemócratas que miran con miedo a sus aliados países occidentales por posibles represalias y que apenas son capaces de pedir una solución que verdaderamente acabe con la ocupación, hasta los más radicales insurreccionalistas que abanderan la acción directa como herramienta para desarticular de una vez por todas los mismos cimientos de este sistema.
Además de los métodos de lucha, la gran cuestión es hasta dónde se ha de llegar. ¿Cuándo podremos considerar que esta guerra contra el pueblo palestino ha terminado? Pensar que la reinstauración de la convivencia a través de la fórmula del doble estado va a acabar con el proceso colonizador y de exterminio es cuanto menos naif. Por no decir que es una negación completa de la situación actual, en la que, desde los acuerdos de Oslo, ya existen los dos estados. Y que esta «solución» no ha impedido al Estado sionista seguir con su proceso genocida y colonizador.
Pero no deberíamos quedarnos ahí. Israel pretende, y la comunidad internacional defiende, el total exterminio de un pueblo. Y esto no solo afecta a la vida de determinados individuos, afecta a una cultura entera y a la propia historia de la humanidad. En juego están los recuerdos y la memoria de millones de personas. Todo aquello que los une como colectivo, como comunidad, está desapareciendo. El dolor que vemos en la mirada de las palestinas cuando entierran a sus mártires está tan unido a la muerte de sus familiares como al miedo porque nadie recuerde sus historias.
Sin dejar de presionar a nuestros gobiernos y exigir un alto al fuego inmediato obligando al estado de Israel a retirarse de todo el territorio ocupado desde 1948, debemos estudiar y profundizar en la historia y la cultura del propio pueblo palestino. Hemos de desafiar los planes de «occidentalizar» Palestina haciéndonos «guardianes» de su historia y de su cultura. Conocer la declaración de Balfour, los orígenes de los primeros kibutz, reclamar que la supuesta guerra de independencia fue una catástrofe (Nakba), poner a disposición de la opinión pública los hipócritas acuerdos de Oslo, etc., es necesario, pero no suficiente. Hay que apropiarse y honrar a su cultura, desafiando al sistema demostrándole que jamás podrán borrar el recuerdo de que existe un pueblo que resiste a la peor cara del sistema capitalista y colonial.
Descubrir su historia desde el origen de los tiempos, desde el imperio persa y posteriores conquistas otomanas. Debemos aprender los métodos de resistencia, las formas de comunicación dentro de sus comunidades, cómo resuelven sus asuntos sin la intermediación de una corrupta y sumisa Autoridad Palestina. Pero también debemos aprender cómo son sus costumbres más humanas, sus bailes tradicionales, como la Dakba, cuáles son sus ritos sociales y religiosos, como las bodas y el culto. Aunque entre en conflicto con nuestras propias creencias, como entender que cuando una cultura entera está en peligro de desaparecer, crear y cuidar a una familia es un acto de resistencia. Y que, aunque esto recaiga una vez más en las mujeres, no las hace más sumisas. Las convierte en revolucionarias.
Siempre llevaremos una llave encima hasta que cada palestina vuelva a su hogar.