nº44 | editorial

Letra impresa comprometida busca

Te sientas en la terraza de un bar, café en mano. Llega una amiga y, tras saludaros, comienza a contarte una historia que le ha sucedido recientemente. Al principio te cuesta coger el hilo, es una historia muy profunda, que tiene muchas aristas y recovecos, pero conforme avanza en la conversación te vas adentrando en ella.

La escuchas atentamente y vas remarcando frases en tu cabeza y, sin darte cuenta, vas distinguiendo la estructura de los hechos: un hilo rojo que te guía para no perderte en lo sucedido. No quieres interrumpirla, su historia la atraviesa, su narración es efusiva y la cuenta bien.

Cuando termina su relato, haces un repaso de todo lo que te ha contado para poder ofrecerle una opinión tan comprometida como se merece. Como con el café, coges sus palabras y te impregnas de su aroma. Les das un sorbo, las saboreas, las disfrutas, te las tragas y pasan a formar parte de ti.

De manera inconsciente, otro sorbo más y coges todo aquello que te ha contado y lo asimilas a tus vivencias, a lo que conoces y a lo que otras han contado. Imposible ya salir de la historia sin compartirte. Toda esa información pasa por el filtro de tu experiencia, tu prisma y, finalmente, le ofreces ese punto de vista que la ayuda en su proceso y le dejas algo más, un trocito de tu universo, en el relato.

Cuando ilustramos un artículo de El Topo ocurre algo similar: nos ponemos en relación respetuosa. Ofrecemos una puerta novedosa por la que asomarse y recorrer la madriguera de los muchos análisis, realidades y memorias escritas a través de nuestro prisma, de la imagen visual.

Tomamos lo que los articulistas dicen con palabras y como con ese café entre amigas que se cuentan, mordemos sus palabras, las masticamos, saboreamos, tragamos, pensamos y las confrontamos. Las procesamos, las interiorizamos y las sopesamos. Las hacemos nuestras, las acompañamos si es el caso, en un diálogo que ayuda a darle un cuartito de vuelta más a esa reflexión para, finalmente, representarla con un imaginario que apoye esa historia y hacerla más clara a ojos de quien la lee.

La imagen ni es gratuita ni es inocente. Compromete e interpela. Contenidas en nuestro querido El Topo, despliegan las muchas emociones que, como primeras lectoras, nos genera un artículo de tamaño calado y nos sirven para transformar: belleza, rabia y rebeldía; alegría, incomodidad y hasta fealdad en ocasiones; dudas y macarrismo que guían la línea, el claroscuro, el peso y, con ello, las decisiones sobre el trazo: nuestro lenguaje. Toda la carga comprometida y política de lo escrito, pasado por el cuerpo y vomitado en imágenes igual de políticas y comprometidas.

En muchas ocasiones (como esas buenas amigas que toman café juntas), ese filtrado produce variaciones, segundas lecturas donde el artículo y la ilustración van de la mano y se apoyan para completar un discurso común. Otras añaden un matiz que las ilustradoras percibimos y que solo se puede expresar con imágenes, porque apela directo a las vísceras. Leer imágenes es entretenido y lleva la responsabilidad del querer mirar: el impacto de la imagen, que es tan directa en un primer momento como el propio instante, para después descubrir sus matices: es la presentación que, tras la lectura del texto, se autoconcluye.

Construimos las ilustraciones a partir del artículo, pero también con el inconsciente colectivo, con la sabiduría popular y nuestra; atentas a lo que sabemos del mar de conceptos nos movemos en lenguajes que varían de unas a otras porque somos muchas.

Ilustrar es nuestra colaboración a una sinfonía potente, hasta chirriante, con todo su sentido y significado. Y nos gusta. Por eso nos encontramos a los lápices, reconociéndonos sin habernos visto las caras, con capacidad de organizarnos, algunas de nosotras, para escribir una editorial, con palabras y a manchas, donde seguir coexistiendo en una ¡larga vida a El Topo!

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