La invasión de los coches
Con la creación de los primeros suburbios residenciales, heredados de una planificación petrosexorracial1, se priorizó el trabajo productivo frente al reproductivo y de los cuidados. Se le puso precio al tiempo y el coche permitió que las personas trabajaran lejos de su vivienda. El diseño urbano, eminentemente masculino, priorizó los desplazamientos privados y motorizados para llegar cuanto antes a ese trabajo, excluyendo a niños/as, ancianas/os y muchas mujeres que, sin carnet de conducir, quedaron relegadas a una única zona de la ciudad.
El urbanismo feminista de los 80 ya vislumbraba el error de ese modelo funcional-productivo cuyo resultado es el de ciudades disgregadas, con más de un 70% del espacio público dedicado al coche. Solo lo que resta, aún hoy, es usado para el desarrollo personal, cultural y social: la vida.
Tirando del carro
Desde que viví la experiencia de pasear con un carrito de bebé, andar se convirtió en una obra dramática, en una forma de resistencia frente al urbanismo sin escala humana2. El drama se amplifica en la periferia: tráfico, bordes, kilómetros de asfalto, velocidad; carencia de sombras, de bancos, fuentes, parques. En estas circunstancias, quién no se pregunta cómo serían las ciudades si las personas cuidadoras, en lugar de estar al margen del planeamiento urbano, hubiesen participado en su planificación. Probablemente, habrían antepuesto la vida a cualquier cosa. Toda especie animal habría tenido en cuenta su supervivencia y reproducción en el diseño de su hábitat.
Durante el último año he estado investigando en torno a esta idea de invertir la configuración del poder en la ciudad del futuro, descentralizándola, haciéndola más justa3, para todas las edades, clases, culturas y géneros, y poniendo la vida en el centro. Comencé realizando múltiples derivas y rápidamente percibí que el paisaje y la vida cotidiana de los barrios de la periferia de Sevilla, sin excepción (los creados en la segunda mitad del siglo XX, que podrían ser de cualquier ciudad de España), lo dibujan una generación de mujeres que mantienen vivos los mercados de abastos, las calles, las fruterías, las paradas de autobús —donde muchas se sientan para descansar o socializar porque no hay otros bancos—. Y así fue como surgió la serie de fotografías #ellasenlaciudad. Ellas limpiando los portales, los balcones, incluso las aceras (muchas de estas en un estado lamentable). Mujeres que llevan décadas tirando del carro y siendo no solo el sostén de sus viviendas y de sus familias, sino de todo lo que concierne a la política de lo local y de lo cotidiano.
Ellas en la ciudad
Ellas en la ciudad son las mujeres que en la España de los 70, con la citada organización horaria del trabajo productivo y capitalista, fueron relegadas a los suburbios y a los cuidados sin recibir remuneración económica. Muchas procedían de un entorno rural y se adaptaron a un quinto piso sin ascensor, en un entorno que en muchos casos carecía de comunicaciones. Sometidas a unas nuevas leyes del espacio público, perdieron su derecho a colonizar el afuera. A pesar de esto, muchas se fueron organizando con el tiempo para reivindicar un barrio más justo para sus hijos e hijas, consiguiendo, como en el barrio sevillano de Alcosa, logros tan importantes como un centro de salud o una biblioteca.
Pese a todo, ellas salen y socializan a diario, cuidan de otras personas dependientes, van a todas partes caminando sin encontrar itinerarios accesibles, ni asientos, ni árboles. Avanzan con sus carros de la compra (a algunas les sirven de andador). Imagino la lista de la compra, para el guiso de hoy, que lleva décadas en sus memorias. Imagino sus trayectos: de la panadería a la frutería, después a la carnicería y a la mercería. Imagino el problema que una de ellas ha dejado de puertas adentro tras ponerse el vestido de flores y salir a la compra como cada día. Imagino las plantas que ha regado esta misma mañana temprano o la noche previa, antes de acostarse. Escucho las conversaciones casuales con sus vecinas en los cruces, en las recovas. ¿Cómo serían nuestras ciudades si las hubieran diseñado ellas? Les pregunto. La mayoría hablan de parques, de accesibilidad, de seguridad y de infancia. Las más atrevidas, entre risas, solicitan un cine, un teatro o lugares de reunión. Y a casi todas les cuesta hablar ante la cámara. «¿Yo?, ¿qué voy a decir yo importante?», repiten.
Las comunidades en transición y las teorías del decrecimiento presentan la gestión del tiempo y nuestros actos cotidianos como poder transformador de las ciudades y del futuro. Un giro en la cultura y la educación que apela a la vuelta a lo local, a la alimentación saludable o al reciclaje. Pero poco se habla de ellas en las grandes convenciones sobre medioambiente y urbanismo sostenible.
La vida cotidiana de nuestros barrios hoy la dibujan la ropa tendida por ellas en las ventanas y los balcones, sus macetas, el olor a puchero, sus carritos de la compra, sus andadores, sus peinados de peluquería y sus vestidos de flores. Sin embargo, no las vemos. El papel protagonista de Ellas en la ciudad en la historia de nuestros barrios pasa tan desapercibido como el de tantas mujeres que han sido claves para nuestra historia. Ellas se irán yendo y, entonces, ¿qué será de las ciudades, de los barrios? ¿Dónde quedará su patrimonio?, ¿qué habremos aprendido?
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1. B. Preciado, Paul, Dysphoria mundi, Anagrama, Narrativas hispánicas, 2023.
2. Solnit, R. (2001), Wanderlust. Una historia del caminar, Madrid, Capitán Swing, 2015.
3. Moreno, C., La revolución de la proximidad. De la «ciudad mundo» a la «ciudad de los quince minutos», Alianza editorial, 2023.