Muy a menudo me siento delante de un juez y me peleo con el abogado de un banco. Algunas veces, soy la parte denunciada por ocupación de vivienda, otras soy la parte demandada por no pagar la hipoteca y, las menos malas, soy yo la que demando al banco por engañar a mis representadas. No me impone mucho pelearme con un señor abogado de la banca porque, aunque os parezca increíble, también se les olvida citar sentencias como a mí, tienen la regla y les duele como a mí, o tienen ganas de que llegue agosto como yo.
Eso de ejercer el derecho para defender a los que viven a costa de los demás no está bonito, y disfruto viéndolos perder; pero no son el enemigo.
Entonces, me acuerdo de la película Las uvas de la ira, justo de esa escena en la que el tipo de la «compañía» viene a desahuciar a una familia de campesinos. Los campesinos cogen el rifle y preguntan a quién tienen que matar para defender sus tierras. Se desconciertan al saber que nadie es el malo, que todos cumplen órdenes, que la «compañía» no es nadie en concreto, y ellos tienen que irse de sus tierras obligados por una ley natural.
Me pasa mucho, cojo el rifle y no sé dónde apuntar. Esos empresarios que despiden me dan los buenos días y me pregunto si apuntándoles con el rifle se acabarían todos los problemas de las trabajadoras. Me pregunto si borrando al policía que miente delante de un juez y que acusa de atentado a algún antisistema se acabaría la represión. Y la fantasía no me sacia.
El enemigo no parece ser nadie, aunque yo diga en las asambleas de trabajadoras que no hay ninguna mano invisible, que hay una voluntad detrás de las injusticias que sufrimos, que las cosas se pueden cambiar y que si nos juntamos se cambian antes y a mejor.
Otras veces, nos dicen que el enemigo está dentro de nosotras y que hay que empezar el cambio por una misma. Como tenemos tantas sombras autoritarias dentro, una ya no sabe si ponerse el rifle en la sien y disparar contra el enemigo.
Pensar es un lío. Entonces, meditación. Desapegarme de mis emociones y pensamientos. Ya empiezo a ver más claro. Juntarme con las demás que son afines, pensar entre todas, organizar qué parte nos toca a cada una, leer lo que hicieron las que vinieron antes, escucharnos, poner los límites por los que no pasamos, ser generosas hasta estos límites, juntarnos más, organizarnos mejor, salir a la calle, hablar con otras, una acción, equivocarnos, evaluar, otra acción, acertar, ver claro al monstruo que se esconde detrás de tantas caras, ya lo veo, ¡ahora! ¡¡ Fuego!!