nº18 | mi cuerpo es mío

La educación sexual no es hablar de sexo

«¿Qué es lo primero que piensas al hablar de educación sexual?». Yo lo he preguntado y me he encontrado con dos bloques de respuestas según si quien responde es joven o adulto.

En el grupo de lxs jóvenes predominan risas, dudas, curiosidad y respuestas relacionadas con el placer, la diversión, los cuerpos, el deseo, el cuidado, los primeros amores… Entre lxs adultos, sin embargo, los términos que más se repiten son inconsciencia, miedo, embarazo no deseado, reproducción, condones, infecciones, pérdida de control, meteduras de pata, algo que hacen otras personas y, al fin, al menos, un poco de añoranza.

Parece así que el primero se acerca de forma más saludable a lo que realmente es, o debería ser, la educación sexual. Desde luego suena mucho más apetecible, pero, por desgracia, la mirada joven no está suficientemente valorada y solo señalamos a lxs jóvenes para alarmarnos sobre su sexismo. No nos preguntamos por las causas de que esto suceda, si es que sucede, y no sabemos en qué grado quienes se ocupan de su educación (familiares, profesorado o medios) son sexistas.

La juventud adolescente contemporánea —generalizando, claro está— tiene mucha información obtenida de fuentes diversas. Es, sin embargo, una información vaga, solo datos: saben muchas palabras y posturas inusuales, información mitificada, pero desconocen lo básico o lo real, por lo que la estructura de su conocimiento es débil. Es frecuente que estos aprendizajes que provienen de fuentes inimaginables no se ajusten a sus experiencias; tampoco lo hace la información que se les ofrece en la mayoría de aulas, que es meramente reproductiva.

Nos encontramos con una sociedad que tiene miedo a educar sobre sexualidad por dos razones fundamentales: teme la precocidad en el sexo asociada a paternidades, y sobre todo, a maternidades demasiado tempranas (en relación al comúnmente entendido desarrollo personal y social adecuado). Y teme decir más de lo que debería, dar a conocer demasiado, demasiado temprano, manchar la inmaculada mente infantil, manteniendo una especie de misterio que solo podemos alcanzar a descubrir las personas adultas, como si la sexualidad adulta fuese sana, plena, llena de conocimiento… Mientras tanto, les ofrecemos dulces píldoras televisivas cargadas de sexismo y les alimentamos de comida enlatada y restos: sexo enlatado en vídeos pseudoclandestinos que circulan de teléfono en teléfono con restos, recortes, no aptos para el consumo, bien alejados de lo que debería ser una relación sexual sana. Tenemos miedo del sexo, como del diablo, sin pensar que lo que logramos es limitarles el conocimiento y su responsabilidad, limitar su ética y, desde luego, hacer todo lo posible para que se perpetúe la queja sobre su triste educación sexual. Esta queja es un patio de recreo en mi generación.

Algunos principios para una buena educación sexual
En la educación sexual se habla de sexo, sí, pero sobre todo de sexualidades. La educación sexual tiene que ver con aprender una ética relacional y una ética del amor propio. Libre de prejuicios, tabúes y estereotipos sexistas, ideológicos y religiosos, libre de violencia. Tiene que ver con actitudes, con respeto, con informar libremente sobre nuestros cuerpos diversos, identidades, prácticas y orientaciones; tiene que ver con el aprecio al propio cuerpo y su imagen, con ser conscientes de nuestros deseos y expresarlos, con tomar decisiones, y con ser responsables de nuestros actos; tiene que ver con desenmascarar las actitudes violentas para ser libres; tiene que ver con responsabilizar a quien ejerce la violencia y no a quien la sufre.

Es una enseñanza transversal, que se inicia en el momento del nacimiento con cosas tan básicas como acariciar, con mirar con amor, con oler el aroma personal, ajustar los tiempos, enseñar a querer aprendiendo a quererse. También con nombrar adecuadamente cada parte del cuerpo: vulva, vagina, clítoris, pene, glande, testículos. Se le pueden enseñar los sinónimos coloquiales: tete, pito, chocho… del mismo modo que les enseñamos que la napia es la nariz o el tarro, la cabeza, etc., y pueden usarlo de forma coloquial aun sabiendo su nombre correcto. Para ellxs, para la infancia, es sencillo. Reciben cada día contenido nuevo y el aprendizaje de palabras forma parte de su día a día: lo importante es no obviar ninguna parte del cuerpo, no invisibilizarlas.

Es importante, además, mostrarles cómo nuestros cinco sentidos están siempre preparados para recibir estímulos agradables, bonitos, gustosos, placenteros. Hablar de placer y que forme parte de nuestras vidas desde el inicio y sin vergüenza, hablarles de nuestros placeres. No quiero decir con ello que les hablemos de nuestra intimidad sexual.

Debemos enseñar que los cuerpos son cuerpos y que la identidad no está definida por ninguna parte de este sino que tiene que ver con lo psicológico. La identidad sexual también se ajusta a esta propiedad, no está en un pene ni en una vagina, sino en las emociones y en la certeza de ser unx mismx. De esta forma tendrán una mirada abierta, inclusiva y ajustada a la realidad.

Fomentemos el autoconocimiento, que se miren, que se toquen, que se conozcan. Que sea algo posible.

Vamos a hablarles de lo reproductivo, claro, teniendo en cuenta que el abanico de posibilidades se ha abierto y lo seguirá haciendo. No diremos «un hombre y una mujer que se quieren, bla, bla, bla…», sino que nos remitiremos a lo estrictamente biológico, a hablar de las células necesarias: un óvulo y un espermatozoide.

Es importante no limitarse a las parejas heterosexuales, eso no es real, es heterocentrista. Existen tantas combinaciones como nuestra imaginación nos lleve, no olvidemos que el amor es una creación cultural tan válida para unas identidades sexuales como para otras.

Ante sus múltiples preguntas y curiosidades, usar la lógica para ajustarse a la edad y decir siempre la verdad.

Por último, y muy importante, mostrar alegría, felicidad, buen rollo… No es incompatible con la actitud madura que buscamos.

A medida que se van haciendo mayores el trabajo difícil ya estará hecho, simplemente tendremos que ir añadiendo detalles a la información a medida que crecen, dando satisfacción a su curiosidad.

Para que esto suceda, lo importante es la actitud, es ahí donde reside el secreto. El discurso no es tan importante —aunque lo es—, como lo que decimos y hacemos cuando no estamos hablando del tema. Esas miradas extrañadas a otros cuerpos… ese querer modificar y ocultar el nuestro. Para ello, lo mejor es el autoconocimiento: permitirnos sentir el placer del que les hablamos, respetar nuestro cuerpo como les contamos. Ser consecuentes y honestxs.

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