nº41 | política estatal

¿Íngreso Mínimo Vital o Renta Básica Universal?

Son dos medidas que, a simple vista, tienen semejanzas, pero son distintas desde su raíz, porque cada una nace de una filosofía y un objetivo político distintos. Veámoslo.

¿Cuál es el norte político del IMV? No es atender a la carencia material de la ciudadanía pobre. Es contribuir a la supeditación universal de la ciudadanía al mercado de trabajo y, más en general, a las exigencias de los variados negocios y profesiones. Es decir, a que hagamos de la preparación para, o del ejercicio de, nuestro trabajo, nuestra profesión o nuestro negocio el centro de nuestra vida. El IMV forma parte por ello de un conjunto relevante de políticas públicas que tienen por fin último contribuir a lo que los filósofos económicos llaman «crecimiento de la economía» o «incremento de la producción».

Dentro de tal conjunto hay medidas que son premios, «incentivos positivos», y medidas que son castigos, «incentivos negativos», al trabajo. El IMV se cuenta entre los castigos a quienes no trabajan, pues exige a quienes va dirigido humillarse ante la ventanilla burocrática demostrando con papeles que su vida está entregada a formarse para trabajar, buscar trabajo y aceptar cualquier trabajo, condición para recibir el ingreso. Es, pues, la burocratización pública de la secular pedagogía de la limosna privada o eclesial: quien mendiga expresa con su genuflexión el acatamiento del orden jerárquico de la persona o entidad que entrega la dádiva. Los cursillos de formación y la peregrinación, puerta a puerta, a los centros de trabajo son la penitencia impuesta por el orden del trabajo a quien no trabaja. Pero la pedagogía no se dirige tanto a quienes no trabajan como al conjunto de la ciudadanía, advirtiendo que será humillado quien no contribuya a la producción. Por eso, los beneficiarios de estos subsidios para pobres repiten arrepentidos que quieren la «reinserción laboral». Ahora sí podemos ofrecer una definición precisa del IMV: ‘una compulsión indirecta a trabajar que atiende subsidiariamente la indigencia material’.

Como atiende antes las exigencias del trabajo que las urgencias del hambre, conviene una definición apresurada de trabajo: una idea muy abstracta parida por los filósofos económicos que pretende homologar un montón de actividades humanas, algunas de innegable provecho, otras perniciosas y otras denigrantes. Quedan unidas como trabajo porque contribuyen, según estos filósofos, al «incremento de la producción». Ya no podremos definir aquí producción, idea también abstractísima. Sea lo que sea, las autoridades de nuestra sociedad de trabajo nos advierten que es algo «muy serio con lo que no se puede jugar». Vamos, como si fuera ente o cosa sagrada.

¿Y cuál es entonces el norte político de la RBU? Tampoco atender a la carencia material de la gente pobre. Esto es, en todo caso, un medio para su fin, que es de naturaleza política, no caritativa. Atender la menesterosidad es loable y, de hecho, es una motivación poderosa para muchxs que apoyan la RBU. Pero también se encuentra esta motivación entre muchxs que apoyan el IMV. Ninguna de las dos medidas tiene por fin la caridad, pues si la tuvieran, sería fácil el acuerdo de ambos partidarixs. Pero tanto el IMV como la RBU persiguen fines políticos: el del IMV —ya se ha dicho— es fortalecer la producción, el de la RBU es la igual libertad de los integrantes de la comunidad política. Realmente, las diferencias políticas que separan a todos los subsidios para pobres de la RBU son de fondo y enormes. Señalemos algunas:

  1. Ya de entrada, parten de distinta concepción del ser humano: homo faber o animal laborans los partidarios del IMV; zoon politikon los partidarios de la RBU. Los primeros, seguidores de los economistas; los segundos, de Aristóteles y, más en general, de la tradición republicanista, que era ya milenaria cuando nació Adam Smith, padre de los economistas.
  2. El IMV quiere que la identidad y el afán de la persona se centre en su promoción laboral, profesional o empresarial, mientras que quienes defienden la RBU quieren que las personas sean ante todo agentes políticxs atentxs a los bienes comunes y la virtud cívica.
  3. La defensa del IMV quiere que el modo superior de vida sea el éxito profesional y su correlato de consumo dispendioso. Mientras, la RBU lleva a la acción política y la vida contemplativa como actividades más elevadas, orillando todo lo posible lo que los economistas llaman trabajo. La contemplación es, cuando menos, absurda para quien se afana en la carrera profesional. Y la vida política que persigue la RBU es la controversia deliberativa y el pacto entre sujetos iguales en libertad, actividad incompatible con la inserción en las jerarquías partitocráticas hoy imperantes que el republicanismo no reconoce como actividad política.
  4. Ambas medidas entrañan distinta noción de pobreza y de riqueza: el productivismo subyacente en el IMV cree que la riqueza o pobreza es abundancia o escasez de bienes materiales o de dinero; el republicanismo cree que riqueza es dominio sobre otras que por ello son pobres, ya que una vida austera y frugal no es pobre si no es sometida. La RBU está diseñada para hacer más difícil el dominio de unas personas sobre otras, no para recuperar el consumo que recupere la producción que recupere el consumo y vuelta a empezar, como quiere el productivismo del IMV.
  5. El IMV es una ayuda monetaria para las familias con carencia material. La RBU es una ayuda monetaria solo en apariencia, pues en el fondo es una propiedad. El republicanismo es propietarista porque cree que la propiedad es condición necesaria para el ejercicio solvente de la virtud cívica y la autonomía trabada en común. El republicanismo contemporáneo es propietarista en este sentido preciso: es amigo de que cada integrante de la comunidad tenga su propiedad inalienable (¡cuán diferente al comunismo!) y, en coherencia, es enemigo acérrimo de que nadie concentre propiedad. Pero es más: el tipo de propiedad que defiende es distinto a la propiedad privada o mercantil hoy dominante porque, si esta es definitoriamente enajenable, la republicana tiene que ser inalienable y eso es la RBU. Porque el contrato republicanista fundamental consiste justamente en que todxs aceptan proteger la propiedad de cada unx, para, desde esa posición elemental de autonomía mutua, acordar o denunciar después todas las promesas y acuerdos que las circunstancias requieran.
  6. …en fin, el IMV es más de lo mismo, la RBU es otra cosa.

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