nº34 | mi cuerpo es mío

Huéspedes y anfitriones, esbozo de una idea

Ciudades dignas de ser vividas

Recientemente se ha celebrado en Sevilla el Encuentro Social sobre Turistificación: Alternativas y Resistencias (EST.AR), dedicado a analizar el modelo de turismo que empieza a asfixiar a las ciudades. Un encuentro motivado por las inquietudes y malestares ante el secuestro de nuestro entorno y, con ello, la invasión a las convivencias y el deterioro de las relaciones o, como escribía Bauman, la modernidad líquida ávida de novedades y fabricante de trampas que hacen de la comunidad un ejército de «hombres grises».

Este modelo de turismo, coherente con el paradigma de consumo que lo sostiene, está traspasando las fronteras, no solo las geográficas, también las de nuestras relaciones. Sevilla es una ciudad monumental, con espectaculares emplazamientos, mágicos rincones, pero… ¿qué sería de todos estos lugares sin las gentes que los habitan, que los llenan de vida? Las ciudades, los barrios, no son una sucesión de edificios y calles más o menos bonitas. Las ciudades y los barrios los hacen sus gentes. Lo mismo ocurre con la erótica. Por mucho que añadamos juguetería, velas, cremas o lo que cada cual prefiera, lo realmente importante, aquello que no puede faltar en un encuentro erótico, son sus amantes. Igual que sabemos que el mayor patrimonio de las ciudades no se encuentra en los monumentos sino en sus gentes, también sabemos que el mayor patrimonio de la erótica no se encuentra en escaparates, sino en sus amantes.

Eróticas dignas de ser cultivadas

Hay muchos modelos de turismo, unos más sostenibles y respetuosos y otros menos. Con frecuencia, los más sostenibles son aquellos en los que huéspedes y anfitriones tienen una relación más cercana, más amable, aquellos que se centran en el cuidado y en el bientrato mutuo.

En la actualidad, lo frecuente son modelos que convierten la relación de hospedaje en una mera transacción comercial que no tienen en cuenta al barrio, al vecindario; que venden los espacios, es decir, que anteponen los grandes titulares de la ciudad a la letra pequeña del barrio (sus gentes, sus historias, sus vidas). Son los hegemónicos, los que están transformando nuestros espacios en parques temáticos para turistas.

La sociedad consumista en la que vivimos trata de hacer algo parecido con nuestras relaciones, intentando convertir la erótica en un parque temático en el que el consumo es la base de la relación. Consumo de juguetes, de lencerías, de cremas y, sobre todo, de recetas milagrosas: tienes que probar esto o lo otro, tienes que hacer tal o cual cosa, tienes que comprar, tienes que sentir, tienes, tienes, tienes… Como buen reflejo de la sociedad capitalista: cuanto más tienes, mejor.

Pero… ¿y si no tengo? ¿Si no siento eso que se supone que tengo que sentir? ¿Si no me gusta lo que dicen que me tiene que gustar? A nuestra consulta nos llegan cada vez más personas a las que no les vale eso que tiene que valer para todos o todas, que no les funciona o no les gusta lo que se supone son fórmulas mágicas para el placer.

Estos paralelismos nos recuerdan a la invitación que hace nuestro amigo Marcos Sanz para convertirnos en huéspedes y anfitriones de nuestros encuentros eróticos, traspasando, y resistiendo, las normas externas que intentan regular nuestros deseos, que nos sitúan de forma binaria en nuestras relaciones, placeres, convivencias…

Los mandatos sobre qué hacer y qué no en los encuentros eróticos (sexuales) proliferan por doquier, casi todos, pensados para la estimulación genital y el coleccionismo de orgasmos: «trucos (comprobados) para ser mejor en la cama», «saca partido a tu cuerpo, sucumbe al placer, haz realidad tus fantasías», «cómo ser la pareja ideal», «descubre todas sus zonas erógenas», etc. Desde estos titulares se estandarizan y normativizan las vivencias sexuadas. Se nos dice qué debemos ser, qué nos debe gustar, cómo, cuánto y con quién, y se convierten en parafilias y trastornos lo que, por regla general, no son más que dificultades comunes o expresiones de diversidad.

El sexo como materia prima

Si la gentrificación supone un claro deterioro de las convivencias en las ciudades, el genitocentrismo desplaza a la periferia lo realmente importante: el sexo. El sexo es un valor, el valor de ser sexuado, sexual, deseable y deseante, convivencial. Desde esta idea de sexo, los encuentros sexuales (eróticos) no son una performance de usos genitales con los complementos de moda. Son encuentros, no lo olvidemos, entre amantes, es decir, entre personas que se gustan, se atraen y quieren estar y hacer juntas, según sus peculiares gustos, sinergias y biografías. Encuentros que se rigen por los deseos, no por los deberes. Los «tienes que», los «deberías», constriñen los deseos.

Cada encuentro es distinto no solo porque las personas lo somos, sino porque, además, vamos cambiando, como lo hacen también nuestros gustos y apetencias, en encuentros que siempre suceden en plural y se viven en gerundio. Como dice Efigenio Amezúa, «no se trata tanto de amar, en su infinitivo, ni del amor, en su sustantivo, sino del gerundio del ars amandi que dice y expresa lo que se está haciendo y se hace».

Sabemos que no es fácil trasladar un gerundio cuando hay tanto infinitivo y tanto sustantivo. El ars amandi se ha traducido por el arte de amar o arte del amor o, en sus fórmulas más modernas, como tener sexo, hacer el amor, (man)tener relaciones sexuales, follar, etc.

Estos infinitivos (tener, hacer, follar, etc.) nos llevan a pensar en acciones concretas, cuantificables, temporales, consumibles. Un gerundio es una forma no personal de un verbo que demuestra una acción que se está desarrollando; aun sin encontrar una expresión con la que sustituir ese ars amandi y hacerlo más accesible, pensándolo así, como algo que se va haciendo, creando, no puede ser sino propio y particular de amantes, en una entidad que no es la suma de quienes participan, es algo nuevo y distinto.

Para hacer el amor o follar se han diseñado y divulgado diversas técnicas sexuales, trucos que convierten lo que debería ser un encuentro deseado, en el que se hace lo que apetece, en un encuentro en el que prima lo que se debe hacer y lo que se debe sentir.

Terminando de escribir este texto nos hemos quedado pensando (en gerundio) que quizá estas trampas para amantes son posibles con los infinitivos, los gerundios abren otros horizontes…

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