nº35 | política estatal

Ganadería industrial, capitalismo agrario 2.0

La industrialización capitalista del sistema agroalimentario va de la mano de los oligopolios de la agroindustria, el uso masivo de insumos, la mecanización y la expulsión o explotación laboral de campesinas y destrucción ambiental. A cambio, ¿qué se hace con las enormes cosechas de cereales fruto de esta industrialización?: alimentar ganado, lo que transforma el modelo ganadero extensivo milenario, acoplado a cada territorio, por uno intensivo y cada vez más industrializado.   ¿Cómo funciona y por qué decimos #StopGanaderíaIndustrial?

El proceso de industrialización del sistema agroalimentario ha ido de la mano de la rápida transformación desde una dieta saludable —rica en legumbres, verduras, frutas y cereales— al predominio de otra dominada por alimentos de origen animal como la carne, los preparados, los huevos o los lácteos, y con repercusiones en la salud como enfermedades cardiovasculares, obesidad, diabetes o cáncer. Pero no solo el excesivo consumo de productos de origen animal nos enferma, sino que ingerimos enormes cantidades de antibióticos y hormonas que se suministran al ganado para que sobreviva y (re)produzca en condiciones de hacinamiento. Esto genera bacterias multirresistentes que acaban en los organismos humanos, perdiendo eficacia los tratamientos antibacterianos: la OMS pronostica que en 2050 la resistencia a los antibióticos será la principal causa de muerte por enfermedad.

Pero la ganadería industrial y la enfermedad humana contribuyen al PIB. Y mucho. Así que necesitamos urgentemente consumir #MenosYMejor: si consumes productos de origen animal, que sean locales y de ganadería extensiva, preferiblemente con base agroecológica. Además, no hay planeta B y estamos destruyendo el que habitamos. La ganadería industrial es una de las principales causas del cambo climático, ya sea por sus propias emisiones de gases de efecto invernadero, como por las que generan otros sectores asociados, dada su naturaleza transnacional. Sumemos: la agricultura industrial, fuente del alimento de la ganadería industrial, es gran emisora de dióxido de carbono y óxido nitroso por la mecanización y la fertilización química. La deforestación asociada a la transformación de bosques en cultivos de soja para producir piensos emite igualmente grandes cantidades de dióxido de carbono. Las fuentes de energía no renovable, necesaria para transformar los productos y mantenerlos refrigerados o congelados durante sus largos viajes, emiten muchísimo dióxido de carbono. Juntos, el transporte, la deforestación y la energía no renovable, emiten entre un 25% y un 30% de los gases de efecto invernadero a nivel mundial. La ganadería industrial achicharra el planeta.   Y, al menos, ¿el mundo rural sale beneficiado? Desgraciadamente, tampoco. El capitalismo agrario no necesita personas. Las explotaciones industriales están mecanizadas, no precisan más que una única persona, a menudo falsa autónoma que asume sus propios costes laborales aunque trabaje, de forma encubierta, para una empresa. Todo se sustenta en un modelo de integración vertical en el que lo que lo importante (animales, piensos o servicios veterinarios) es propiedad de la empresa integradora, mientras que lo malo (costes laborales, inversiones y deuda para la construcción de las naves ganaderas o la gestión de los purines) se lo queda la persona trabajadora. Además las zonas rurales, ya con problemas de falta de servicios sociales, agudizan su despoblación con el desarrollo de esta industria. Para sectores como el turismo rural sostenible o la ganadería extensiva resulta imposible desarrollarse o permanecer: los malos olores, el agua contaminada y la emisión de gases tóxicos como el amoniaco, no solo no atraen gente ni para vivir ni para disfrutar, sino que interfieren con otros modelos productivos agroecológicos.   ¿Y por qué ahora tanto ruido? España y China acaban de firmar un acuerdo comercial, en parte motivado por una epidemia en el sector porcino asiático, según el cual se podrá exportar no solo carne congelada o deshuesada y curada como hasta ahora, sino también carne fresca, jamón y embutidos. España se consolida así como el tercer exportador mundial de carne de cerdo, solo detrás de EEUU y, precisamente, de China. Así, cada día en nuestro territorio se registran nuevas solicitudes de ampliación o apertura de fábricas de carne, leche, huevos o mataderos.   En Andalucía, por ejemplo, la multinacional El Pozo —cuya integradora se llama Cefusa— ya ha expandido sus tentáculos hacia Huércal-Overa, Gacia y María, en Almería, y La Puebla de Don Fadrique, Castillejar y Bácor-Olivar, en Granada. En estas comarcas, plataformas vecinales se oponen a sus proyectos porque conocen desde hace años las consecuencias de tener estas fábricas. De hecho, las plataformas de Pozuelo en Albacete y Yecla en Murcia han logrado parar proyectos similares de la misma empresa, por lo que saben que es posible. En la provincia de Sevilla, la comarca de los Alcores se lleva la peor parte, con unas 80 000 cabezas de ganado (¡una cada dos personas!) en 57 granjas autorizadas. Todas están en el término municipal de Carmona, donde no hay una ordenanza municipal que regule el tratamiento de los purines. Resultado: a partir de los años 80, el agua de los pozos empezó a acumular nitratos, antibióticos y residuos de productos fitosanitarios (herbicidas, pesticidas, fertilizantes químicos) que redujeron su disponibilidad e hicieron el agua no apta para consumo humano.   Así que toca luchar para explotar la burbuja de la ganadería industrial. Año tras año, el censo porcino en España va batiendo récords y supera ya la cifra de 30 millones de cerdos (¡en Aragón ya hay 8 cerdos por persona!) y llega al 19% de toda la producción europea. Plataformas vecinales coordinadas en la plataforma Stop Ganadería Industrial están obteniendo éxitos parciales con la paralización de proyectos, pero se necesitan consumidoras críticas para sacar de nuestros platos este modelo industrial y administraciones públicas responsables que hagan lo propio con los comedores escolares, de los hospitales o de los centros para la tercera edad. El capitalismo agrario morirá porque con recursos limitados no se puede crecer indefinidamente, lo sabemos. Eso sí, morirá matando y la duda es quien morirá antes: él o nosotras. Se acabó el tiempo, ahora es la hora de la soberanía alimentaria.  

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