Adaptar los mapas de inundabilidad para garantizar la seguridad de personas y bienes parece un reto del desarrollo urbano. Las escenas apocalípticas de las inundaciones de Valencia o Porto Alegre (Brasil) apuntan a un urbanismo que integra inevitablemente la naturaleza y sus ciclos. Merece la pena cuestionar si la nueva promoción residencial en Sevilla atiende a las necesidades de la ciudad o reinventa el mercado inmobiliario.
Los asentamientos humanos inclusivos, seguros y sostenibles afrontan mejor las catástrofes y son más resilientes. Es una de las conclusiones del informe Hábitat de la ONU presentado en el último Foro Urbano Mundial. Aspectos como la habitabilidad, la salud ambiental y la soberanía alimentaria son claves para el desarrollo territorial. Las ciudades están cada vez más expuestas a las sequías, al calor o las inundaciones y su diseño debe estar en el centro de la estrategia de adaptación al cambio climático. Sin embargo, medidas a priori positivas ponen en riesgo a la población más vulnerable, generando una gentrificación verde. La ONU advierte: algunas intervenciones revalorizan ciertas áreas, aumentando el precio de los inmuebles, pero expulsan a las personas de ingresos medios y bajos. De hecho, el impacto ambiental aumenta la brecha de vulnerabilidad. Según un reciente artículo de NASA, Andalucía y Levante podrían ser inhabitables en cuarenta años debido a las temperaturas estivales, la sequía prolongada y las lluvias torrenciales. Son datos que coinciden con los estudios de las entidades financieras que reducen el valor del suelo por efecto del calentamiento global. En Sevilla, las estaciones oficiales de calidad del aire también ofrecen una perspectiva pesimista. Según la nueva normativa aprobada este año por el Parlamento Europeo y que pronto entrará en vigor, el total de la población sevillana está expuesta a niveles dañinos de contaminación, muy por encima de los límites recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Las muertes prematuras anuales causadas por la polución en Sevilla alcanzan la cifra de 1 170, según el Instituto de Salud Global de Barcelona. La falta de zonas verdes hace que la corona metropolitana ocupe el puesto número 92 en el ranking de mortalidad (isglobalranking.org).
El PGOU de Sevilla, redactado hace casi dos décadas, no incide en cuestiones como la emergencia climática, la población actual de la ciudad o su situación económica. Por el contrario, el último año se han aprobado planes urbanísticos con los que se lleva tiempo especulando: tres en Santa Bárbara que se suman, con distinto grado de avance, a los de Higuerón, Valdezorras, Aeropuerto viejo, Parque Alcosa y San Nicolás, para la promoción junto al aeropuerto del “barrio más grande de Sevilla”. En el Sur, la tramitación en Palmas Altas y el Pítamo, se unen a la urbanización del Cortijo del Cuarto y se debate la posibilidad de construir en Tablada. La expectativa de venta de 54.000 nuevas viviendas (sólo en la capital) que atrae la inversión inmobiliaria en nuestro país, sobreestima la tendencia poblacional que disminuye por cuarto año consecutivo en Sevilla a pesar del aumento constante del número de turistas. Poner en carga los futuros barrios con 135.000 habitantes más, ¿es un buen negocio?
Las promociones residenciales prometen grandes espacios libres ajardinados, amplias zonas comunes y rápidas comunicaciones, a pesar de que se asientan sobre llanuras de inundación del extrarradio, hasta ahora sin edificar. Este urbanismo, que perpetúa la política de encauzar el agua ocupando las áreas inundables del Guadalquivir y el Guadaíra, o los arroyos y lagunas del este de Sevilla, tiene consecuencias sobre la salud y la seguridad de las personas, en especial las más vulnerables. Pero no solo por efecto de las avenidas. Se trata de urbanizaciones que requerirán para su desarrollo de grandes infraestructuras, como la polémica SE-35, y de una ingente dotación de servicios y equipamientos. El crecimiento de la ciudad fuera de los límites actuales incide en su huella ecológica y plantea nuevos retos a la deficiente movilidad urbana, con el aumento resultante del gasto energético, el parque móvil y la contaminación ambiental.
La urbanización sobre las llanuras aluviales en Sevilla tuvo efectos dramáticos en el pasado y aún provoca el desbordamiento del Tamarguillo al norte de la ciudad. En Sevilla Este ha sido necesaria una fuerte inversión para construir un enorme colector de más de un kilómetro y medio y un aliviadero al Ranillas para reducir el riesgo de inundación. La frecuencia de lluvias torrenciales, que superan la capacidad de evacuación de la red en algunos puntos, inundaba viviendas, garajes y locales comerciales, colapsando calles y afectando a los sistemas de presión y ascensores durante meses. La estrategia de gestión de agua pluvial contra el cambio climático ha sido ampliar la capacidad de la red de colectores, adecuar el saneamiento y construir depósitos de retención o tanques de tormenta. El agua, un recurso vital en nuestra región, se ve convertido en un residuo a eliminar y cuanto antes.
Los acuíferos son nuestras mejores reservas de agua dulce para el futuro. El nuevo urbanismo debería integrar el valor ambiental que tienen los cauces y humedales asociados a los sistemas verdes urbanos. Dada su función ecológica son elementos clave que pueden proveer de calidad de vida y un medioambiente saludable a toda la ciudad. El presente escenario de emergencia climática ofrece la oportunidad de naturalizar los ríos y llanuras de inundación, restaurando sus valores naturales, en lugar de edificar sobre ellos. Esto permitirá que el agua torrencial se lamine reduciendo el riesgo de avenidas en las calles y recargando el acuífero sobre el que se asientan. Al precio del combustible, la posibilidad de disponer de áreas cultivables cerca de la ciudad para la producción de alimentos de «kilómetro cero» debería ser valorada frente a los cambios que se avecinan.