“Si el Ejército israelí sigue asesinando periodistas a este ritmo, pronto no quedará ningune en Gaza para informarte”
#ProtectJournalistsInGaza #LetReportersIntoGaza

nº68 | desmontando mitos

En conclusión: menos balas, más preguntas

Dentro de las disidencias sociales que habitamos en estos tiempos, esta, quizás, sea de las más invisibilizadas, precisamente porque sigue rompiendo moldes incluso entre un sector progresista y «abierto de mente»

Nos encanta lo nuestro, como andaluza puedo confirmarlo. Si a mí toda la vida me han dicho que tengo que ser femenina (¿qué es eso?) por ser mujer, pues lo voy a ser y a defender. Si a mí me han dicho toda la vida que existe el amor incondicional y para siempre, pues cuando lo encuentre, si es que lo hago, por supuesto lo voy a defender.

El ser humano en este sentido es increíble, porque tendemos a generar reglas alrededor de supuestos «inamovibles», y la relación de pareja es uno de los pilares más gordos que sostienen a las personas en la actualidad.

A ti, cuando naces, te cuentan que debes aspirar y esforzarte para encontrar a alguien que te complete y que te ayudará a alcanzar la felicidad plena, porque sola no vas a poder hacerlo. Esto además tiene una serie de implicaciones, y es que, si sigues el modelo que te han dictado, se te va a entender como una persona leal, de confianza, tradicional, entregada… Tu modelo de vinculación habla de lo que eres, y en este sentido, el modelo monógamo crea una idea de persona confiable y segura, y hacemos de esto una identidad: Yo soy monógama, soy leal, soy comprometida…, y lo voy a defender: monogamia o bala (porque mi autoestima y sentido vital dependen de ello).

En los sectores más tradicionales, esto tiene todo el sentido, ¿no? Defendemos lo que somos y nos separamos para crear «la otredad». Además, no tenemos que decir que la monogamia no surge como una expresión pura del amor romántico, sino como una estrategia social que históricamente ha servido a intereses de orden, herencia, propiedad y control, especialmente sobre los cuerpos de las mujeres, ¿no?

Pero ha ocurrido algo curioso, y es que esa «otredad», esas personas que han salido de la normatividad y que se cuestionan esos sistemas más tradicionales, ahora también están en el discurso de «monogamia o bala», ¿qué ha pasado aquí?

Tal vez es solo una forma más de resistencia, querida.

Separarse de la normatividad tiene un coste, quienes estamos ahí lo sabemos. Suele implicar una reconstrucción de la propia identidad: volver a negociar con nuestro género, con nuestro rol, con nuestra identidad, con lo que me gusta y lo que no…

Un trabajo a jornada completa. Y por eso parece curioso que, en los márgenes de algunos espacios militantes, queer o feministas, ha ganado notoriedad esta consigna de «monogamia o bala». Sus defensores la presentan como una provocación legítima frente a la presión simbólica de ser no monógamas en entornos progresistas.

Pero más allá de su tono sarcástico, parece que nos hemos topado ante otra trinchera identitaria. Es decir, yo puedo cambiar muchas cosas de mi pero ESTO, no. ¿Y si esa necesidad de que «al menos esto no se mueva» no es una elección libre, sino una reacción a la inestabilidad constante que nos rodea? ¿Dónde termina mi deseo y dónde empieza el condicionamiento estructural?

Por otra parte, parte de la defensa de esta consigna se apoya en la idea de una monogamia elegida, reflexiva, afectuosa, feminista y cuidada. Eso suena bien, y es deseable, pero tanto la defensa de la monogamia como de la no monogamia pueden funcionar como fuentes de validación y pertenencia en contextos inestables, y al final, si no tenemos cuidado, termina por reforzar dicotomías estériles: monogamia vs. no monogamia, cuidado vs. abandono, profundidad vs. dispersión. No cuestiona el binarismo, lo reproduce.

Por romper una lanza a favor de estas posiciones, no nos olvidemos de que es una cuestión de poder y control, porque, ¿quiénes pueden realmente permitirse «elegir» modelos relacionales? Sería interesante añadir una capa interseccional que cuestione si todas las personas tienen las mismas posibilidades de experimentar modelos no normativos según su contexto, o sea, no es lo mismo ser no monógama blanca, universitaria y queer en un entorno seguro, que intentar sostener esa práctica desde la migración, el armario o el riesgo de perder redes de apoyo. A veces, lo que parece una elección libre es una posibilidad para pocos.

Una crítica legítima a las dinámicas problemáticas dentro de la no monogamia no debería convertirse en una descalificación total del modelo. La consigna «monogamia o bala», por su tono extremo, tiende a caricaturizar la no monogamia como si fuera, siempre, una forma de egoísmo emocional, evasión de compromiso o falsa libertad.

Esto invisibiliza los procesos profundos, honestos y transformadores que muchas personas no monógamas sí construyen con cuidado, ética y coherencia. Y refuerza la idea de que solo hay dos bandos: los afectivos y los narcisistas, cuando en realidad todos los modelos pueden contener ambos extremos.

Tal vez el problema no es la monogamia ni la no monogamia. Tal vez el problema es que seguimos buscando fórmulas estables donde solo debería haber conversaciones, acuerdos, cuidados y posibilidad de cambio.

Nos apoya