nº40 | política estatal

El virus de la corona

La Transición y el régimen del 78 se construyeron bajo la premisa del olvido intencionado de las víctimas de cuarenta años de dictadura y de la guerra civil, y del perdón de sus culpables. El golpe de Estado del 36, la guerra civil, cuarenta años de dictadura, la Transición del 78 y la posterior democracia están unidas por el mismo cordón umbilical: el franquismo y posfranquismo. El dictador sabía que Juan Carlos de Borbón cambiaría lo necesario para adaptar su monarquía a una nueva era, matizando su poder y adaptándolo para ejercer el despotismo de una corona supuestamente moderna bajo la protección de una constitución y supuestos estándares europeos.

Las élites franquistas formadas por militares, banqueros, terratenientes, magistrados, cardenales, catedráticos, medios de comunicación y empresarios comprendieron la necesidad de apoyar al rey durante la Transición. Admitieron un consenso con las clases medias, entendido como la necesidad de permitir ciertas cesiones a cambio de seguir manteniendo el poder. Nunca hubo una ruptura con el régimen autoritario anterior, siendo la corona el símbolo más claro de esta continuidad.

Nuestra monarquía —formalmente democrática, pero nacida de un régimen fascista— acabó siendo aceptada, por no decir impuesta. Un régimen distinto hubiera significado un enfrentamiento con las élites y las clases dominantes. Juan Carlos de Bordón supo avivar el miedo al conflicto. La imposición de los Pactos de la Moncloa, la ratificación de la Constitución y el apoyo de las élites a un partido de izquierdas que durante cuarenta años de dictadura había estado de vacaciones, el PSOE, acabó con cualquier tipo de alternativa democrática profunda.

Durante años nos habían dicho que el pueblo español no era monárquico, que éramos «juancarlistas». Ahora ya no sabemos lo que somos. Juan Carlos I había intentando confeccionar una imagen de rey «campechano», pero la realidad no se pudo ocultar por más tiempo. El rey estaba desnudo. Tras el accidentado viaje en plena crisis de deuda soberana a Botsuana en 2012 para matar elefantes, y con objeto de salvar a la monarquía, Juan Carlos I acabó abdicando en junio de 2014, pero manteniendo todos los títulos, asignaciones presupuestarias y honores.

Un escándalo desvelado por el rotativo suizo Tribune Genève a principios de marzo de este año ha puesto, de nuevo, en jaque a la institución: la realización de una transferencia en agosto de 2008 a una fundación controlada por Juan Carlos de Borbón, supuestamente como pago de una comisión de 100 millones de euros por su intermediación con grandes constructoras españolas del AVE a La Meca. De estos 100 millones, 65 millones fueron posteriormente transferidos a una cuenta de la amante del rey emérito, empresaria y también aristócrata, Corinna Larsen.

Es en este punto donde la historia con Corinna Larsen se vuelve truculenta, entrando en juego los servicios secretos españoles, con su director de entonces a la cabeza, Félix Sanz Roldán, un oscuro comisario, Villarejo, con sus grabaciones secretas a la empresaria alemana, publicadas en un dudoso medio de comunicación, OK Diario. A esto se sumó el allanamiento del apartamento de Corinna con regalo incluido de un libro sobre la muerte de la princesa Lady Di, a la que le siguieron veladas amenazas realizadas, supuestamente, por el CNI. Y las fiscalías anticorrupción, tanto de Suiza como de España, entrando a investigar el origen de estas transferencias millonarias.

Felipe VI, recién ascendido al trono, carente de la personalidad de su padre y sin un relato como el de la Transición y del golpe de estado del 23F, necesitaba un momento épico para legitimar su reinado. Socialmente muy alejado de su generación y de la posterior, pese a estar estas generaciones tan bien formadas como él. Una formación que no ha sido suficiente para que mucha gente haya tenido que emigrar para trabajar. Una generación que, en gran parte, comparte piso por no poder acceder a una vivienda digna. Una generación que padece la precariedad laboral y vital de dos crisis económicas. La fractura social entre parte de la ciudadanía con Felipe VI estaba servida.

Pronto, su imagen de heredero, el «mejor preparado» de la historia monárquica española, se vio ensuciada, poniéndose de manifiesto su carácter agrio, antipático y, sobre todo, soberbio. Intentó crearse su propio momento épico fundacional aprovechando la crisis territorial de Catalunya durante el otoño del 2018. Igual que su padre la noche del 23F, Felipe VI compareció ante las cámaras, pero ahora vestido de civil, dos días después del referéndum del 1 de octubre. Su aparición fue un rotundo fracaso. Aparte de romper la neutralidad política de la corona recogida en la Constitución, tomó partido por una parte olvidándose de las víctimas de las cargas policiales, con un discurso lleno de reproches al pueblo catalán y completamente falto de empatía. Se granjeó las críticas de gran parte de la izquierda y de los partidos nacionalistas. La fractura política entre la monarquía y parte de los partidos políticos se profundizaba.

Último capítulo. Pese al constante intento de la monarquía española por limpiar su imagen y de darnos lecciones de ejemplaridad y transparencia, la realidad volvió a imponerse. El diario británico The Telegraph desveló que Felipe VI estaba vinculado como beneficiario de la fundación Lucum, responsable de uno de los fondos secretos panameños que recibieron 65 millones de euros provenientes de las comisiones por la mediación de su padre en las obras del AVE a La Meca. Además, el actual monarca conocía su existencia y su propia relación con el fondo desde hacía más de un año.

Ante el último escándalo, Felipe VI ha intentado salvar lo que queda de su corona renunciado a la herencia económica, pero no política, de su padre, al que ha retirado la asignación anual de 194 232 euros de dinero público. Aunque tarde, diversos medios de comunicación se han hecho eco del escándalo. Se han impulsado varias iniciativas parlamentarias para la creación de una comisión de investigación parlamentaria, bloqueadas por el PSOE y el PP.

En plena pandemia de la covid-19, la nueva aparición del monarca en televisión, sin una sola mención al escándalo que le persigue, ha sido contestada con una considerable cacerolada desde las terrazas y balcones que duró más que su discurso paternalista, plano y cargado de estereotipos.

Sabemos que saldremos de la crisis del coronavirus luchando, de la misma manera que sabemos que, más pronto que tarde, deberemos enfrentarnos al virus de la corona que imposibilita, a estas alturas, cualquier nuevo cordón sanitario que la salve.

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