nº53 | política global

El retorno. La vida después del ISIS

ALBA SOTORRA ACOMPAÑA DURANTE DOS AÑOS A MUJERES DEL ISIS EN EL COMPLEJO PROCESO DE REPATRIACIÓN

Tras la caída del último bastión del ISIS en 2019, miles de mujeres y sus hijas e hijos fueron recluidos en campamen-tos controlados por las milicias kurdas al noreste de Siria. Muchas de ellas son extranjeras que dejaron sus ciuda-des para sumarse al ISIS bajo la promesa de una vida mejor. La situación se ha enquistado tras la negativa de varios de sus países a repatriarlas.

Pocos documentales desafían tanto a nuestros prejuicios como El Retorno, la vida después del ISIS (2021), de la cineasta catalana Alba Sotorra. Rodado durante los años 2019 y 2020 en el campamento de Al Roj (al noreste de Siria) muestra el día a día de Shamina, Hoda, Hafida, Nawal y Kimberly, cinco mujeres occidentales descendientes de migrantes que —la mayoría a edades muy tempranas— dejaron sus ciudades de origen para viajar a Siria e incorporarse al recién estrenado Califato.

Tras su caída en 2019 (algunas antes) terminaron compartiendo campamento junto a otras miles de viudas del ISIS y sus hijas e hijos a la espera de una repatriación que se ha hecho esperar demasiado y que, en algunos casos, aún no ha llegado. Allí reciben la ayuda desinteresada de un grupo de voluntarias kurdas por los derechos de las mujeres.

«Cada semana enviamos correos con vuestros nombres y fotos de vuestros hijos a vuestros gobiernos. La respuesta más común: “Admitimos a los niños, pero no a las madres”.» Zozan Alush, activista kurda.

El discurso oficial mantenido por los estados occidentales y sostenido por los medios es que las mujeres del ISIS decidieron conscientemente abandonar sus países (donde supuestamente eran tratadas como unas ciudadanas más) y renunciar a sus pasaportes para sumarse al ISIS. Además su repatriación pondría en peligro la seguridad nacional.

«Mi objetivo es que este tema tan controvertido pueda abordarse desde otro punto de vista para que empiece a haber un debate más sano» comenta Alba Sotorra, directora del documental.

En el marco de un taller de autoconocimiento que las activistas kurdas imparten a las mujeres del ISIS en el campo de Al Roj, estas empiezan a sentirse libres para expresar sus sentimientos sin miedo a las represalias (de donde vienen, esto conllevaría la pena de muerte si alguien las denunciara). Se genera en el taller un espacio seguro entre mujeres, sororo, solidario, donde no se juzga sino que se empatiza y que sirve de canal para poner historias de vida en común. Y aquí se sitúa el equipo de Sotorra para empezar a grabar.

Una de las activistas kurdas que imparten el taller le pregunta a Shamima Begun (Reino Unido) «cuándo se dio cuenta de que el ISIS no era el lugar que había imaginado para practicar el islam» y ella responde muy seria: «Cuando me di cuenta de que no podía irme».

Shamima abandonó el Reino Unido junto a dos compañeras de instituto con solo quince años. Sentían que no encajaban en la sociedad británica (un rasgo común entre todas las mujeres entrevistadas y del que sus países de origen son en gran parte responsables) y encontraron la respuesta en Twitter: «Hay un lugar donde puedes ser tú misma y practicar tu fe sin que nadie te juzgue». Y ese lugar era la Siria del ISIS.

Otras declaraciones de estas mujeres en el taller ponen los vellos de punta: «Cuando llegué al ISIS no imaginaba que seguía habiendo esclavas en el siglo XXI. Vendían y compraban esclavas». «Cuando llegué a Siria me quitaron el pasaporte directamente y me llevaron a una prisión de mujeres hasta que me casara».

Mientras tanto y durante los dos años en los que el documental se rodó en el noreste de Siria, los países de origen de estas mujeres ya habían dejado de responder a los correos de solicitud de repatriación.

Alba Sotorra nos recuerda que en Occidente hay un discurso de odio y miedo. Por ejemplo, Shamima ha sido calificada en los medios británicos como «la mujer más odiada de Inglaterra» y se le ha retirado la ciudadanía. «En cambio, en Siria, las mujeres kurdas que han sido víctimas directas de la violencia del ISIS intentan curar las heridas a través del perdón y la solidaridad».

Mientras Occidente miraba —y en algunos casos aún mira— hacia otro lado dejando sin resolver esta situación que se le antojaba incómoda y Donald Trump se dedicaba a escribir tweets asegurando que «¡He ordenado al secretario de Estado, Mike Pompeo, y él está plenamente de acuerdo, no permitir el regreso de Hoda Muthana al país!», estas activistas cuyo pueblo ha sido víctima directa de la guerra del ISIS, acudían al campamento Al Roj como voluntarias. Ellas habían entendido que muchas de estas mujeres son, como su pueblo, víctimas y no verdugos y que merecen ser juzgadas con garantías en sus países de origen. En palabras de Sotorra: «Todo lo que contemplan los derechos humanos internacionales más básicos no se les había concedido».

Tras un largo proceso, Occidente ha empezado a repatriar con cuentagotas.

El pasado febrero, Holanda puso en marcha la repatriación de cinco mujeres y sus hijas e hijos. Todas han entrado en prisión a la espera de un juicio legal tras tres años en Al Roj.

Huda Muthana (EEUU) sigue luchando para que su país la repatrie alegando que sufrió un lavado de cerebro. Además, asegura que está dispuesta a aceptar las consecuencias legales y quiere que su hijo crezca en los Estados Unidos. Según sus abogados, ella y su hijo han enfrentado amenazas por renunciar al ISIS en Siria.

En España aún no se ha comenzado ningún trámite para repatriar a las mujeres españolas en Siria. Marruecos inició en 2021 las primeras repatriaciones con más de seiscientos familiares del ISIS repatriados.

 El de Shamima Begun (Reino Unido) es otro caso complejo. En noviembre de este año tiene lugar la segunda ronda de apelación contra la retirada de su ciudadanía. La Corte Suprema le comunicó a sus abogados a principios de este año que Shamima no puede regresar a Reino Unido para participar en la apelación. Sus opciones son suspender la apelación indefinidamente o intentar participar en ella desde Al Roj donde permanece detenida sin juicio a la vista.                    

Es hora de que todos los países estén a la altura política, ética y legal de esta circunstancia y se cumplan los derechos humanos más básicos en estos campamentos de Siria. Muchas mujeres siguen presas sin haber sido sometidas a un juicio justo. Sobreviven en estos campamentos junto a decenas de miles de menores a quienes (en el futuro) va a ser muy complicado explicarles los porqués.

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