nº64 | andaluza política

El relato del turismo

La visión del turista como un billete andante al que había que exprimir hasta la última moneda ha transformando el mercado de la vivienda, cuyo precio se ha multiplicado hasta límites inasequibles; ha eliminado los pequeños comercios locales, incapaces de afrontar esas subidas; ha encarecido los productos y servicios de los establecimientos que han resistido; ha convertido cada hueco del barrio en un sacaeuros de diversión rápida y ruidosa en donde la convivencia del vecindario y su descanso queda a la cola de las prioridades de quienes nos mandan.

Nos dijeron que el turismo salvaría a Andalucía, que traería progreso, pero ni un céntimo de los beneficios que genera sirve para mejorar las condiciones laborales de lxs empleadxs de los negocios turísticos. La hostelería y la restauración son sinónimos de precariedad. En muchos municipios andaluces, lxs propixs trabajadorxs de los bares y restaurantes a donde va el turismo tienen sueldos con los que resulta imposible pagarse una casa donde vivir. Como el sistema es muy listo, ya nos vende por otros medios lo cuqui que resulta vivir en una furgoneta, y así se ven obligados a hacer muchos trabajadores en lugares como Tarifa, Bolonia, Conil y casi cualquier zona costera andaluza en verano. Y es que vivir en una furgoneta es como la soledad: si es elegida está muy bien, pero si es obligada, un mojón pa ti. Además, pocas veces es el pequeño inversor del lugar quien se lleva los beneficios generados por el trabajo explotado y las incomodidades de la gente local.

La sorpresa para nadie en estas últimas elecciones europeas fue el auge de la ultraderecha, famosa por situar como origen de los problemas a la inmigración. Deshumanizan a estas personas señalándolas como quienes quitan el trabajo a los de abajo, roban a nuestros mayores, ocupan nuestras casas y violan a «nuestras» mujeres y niñas. Pero no hacen alusión alguna al otro inmigrante que llega, al turista, protagonista, a veces sin querer, de las consecuencias de una industria turística depredadora, que expulsa al vecindario de los barrios por generar un mercado de vivienda imposible de afrontar por los oriundos, así como unas condiciones de ruido, suciedad, contaminación e incomodidad generalizada que hacen muy difícil resistir como vecinas.

El fascismo es un ruido que consigue centrar el origen de los problemas en la parte más débil de la cadena para que no tengamos capacidad de advertir lo evidente: la vida podría ser más fácil, pero el sistema crea burbujas de consumidores que no tienen tiempo de observar las consecuencias de sus propios actos, y cuando lo tienen, el algoritmo les redirige hacia cualquier otro espacio de consumo.

El capitalismo se basa en la generación de despiste. Y, despistadas, ya puede el sabio señalar a la Luna, que nosotras nos quedaremos preocupadísimas por la noticia infinitamente repetida de que un «okupa» se ha metido en una casa vacía desde hace años propiedad de un banco. Y así es como ganan el relato.

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