nº18 | entrevista

El profesorado, en general, no está formado para desarrollar una educación alternativa

Francisco F. García Pérez, Paco García para quienes le conocemos, es profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla. Es miembro del consejo de dirección de diversas revistas de educación y autor de diversas publicaciones relacionadas con la educación. Actualmente centra su investigación en la enseñanza de la participación ciudadana y en la formación del profesorado.

El Topo: Paco, ¿cómo llegaste a trabajar en educación? ¿Vocación? ¿Casualidad?
Paco García:
Creo que todo lo que nos ocurre en la vida es fruto de múltiples causas que terminan construyendo lo que uno es; y entre esas causas supongo que juegan un papel importante las propias preferencias, inclinaciones, inquietudes, que a su vez vienen condicionadas por el medio en que te has desenvuelto desde pequeño. En el pueblo en que transcurrió mi infancia, como hijo de familia jornalera, supongo que mi futuro, en los años sesenta del pasado siglo, no pasaba por estudiar sino por ser obrero del campo, como mi padre; pero tuve la oportunidad de empezar a estudiar y no la desaproveché; pude tener becas y completé esos ingresos dando clases durante las vacaciones. Pienso que esas circunstancias me aproximaron a cierta idea «social» de formar a los demás. Por otra parte, en mi familia había una herencia cultural, procedente de mi abuelo socialista, que fue asesinado con 46 años por los fascistas, hace ahora exactamente 80 años. Era un hombre admirable, creía en el poder de la cultura para hacer libres a las personas, y ese germen arraigó en mi familia. Yo, sin duda, lo he recibido. Posteriormente, mis estudios universitarios de geografía e historia me llevaron, inevitable y gustosamente, al mundo de la educación. Desde que conseguí mi plaza de profesor en el Instituto Martínez Montañés de Sevilla, en 1976, mi idea de ser enseñante y contribuir, así, a la transformación social, no ha hecho más que fortalecerse.

ET: ¿Cuál ha sido tu experiencia como «educador»? ¿Qué cosas relevantes destacarías?
PG: He tenido la suerte de tener experiencias muy diversas y muy ricas como educador, primero en los veinte años en que fui profesor de geografía e historia en el IES Martínez Montañés y luego en los ya otros veinte en que soy profesor en la Facultad de Educación, además de las muchas oportunidades que he tenido de desarrollar actividades de formación del profesorado en cursos de los Centros de Profesorado (CEP) y en actividades similares. En todo caso, tengo claro que uno sigue aprendiendo a ser «educador» cada día, y ese aprendizaje procede, en gran parte, de la interacción con nuestras alumnas y alumnos, una experiencia que, por otra parte, nos ayuda a mantenernos con ilusión cada día en una profesión que no es fácil… Creo que mi verdadera escuela como profesor fueron mis años en el Martínez Montañés, en donde inmediatamente me di cuenta de que la formación —un tanto pobre en contenidos y nula en didáctica— que había recibido en la universidad me servía de muy poco para enseñar a aquellos adolescentes y jóvenes. También he tenido la oportunidad de vivir muchas experiencias en el campo de la renovación pedagógica, entre las que destaco la etapa de experimentación curricular (hacia 1985-1989) previa a la reforma del sistema educativo con la LOGSE (1990), así como también mi trabajo en el Instituto de Ciencias de la Educación (ICE) de la Universidad de Sevilla. Ya en esa época nuestras actuaciones se enmarcaban en el Proyecto IRES (Investigación y Renovación Escolar), un programa de investigación y acción educativa, en cuyo marco venimos desarrollando desde 1991 experiencias de innovación y líneas de investigación que tienen como centro la idea de «investigación» aplicada tanto al aprendizaje del alumnado como a la formación del profesorado. En el contexto de este proyecto se ha generado una gran cantidad de publicaciones relacionadas con la renovación de la educación —en especial, la revista Investigación en la Escuela, que editamos desde 1987— y se ha consolidado una red de profesores que compartimos planteamientos educativos, la Red IRES (http://www.redires.net/). También ha sido relevante mi pertenencia al colectivo Federación Icaria (Fedicaria, http://www.fedicaria.org/), que propugna una didáctica crítica de las Ciencias Sociales y edita (desde 1997) la revista Con-Ciencia Social.

ET: ¿Qué se está enseñando hoy en día en las escuelas, en particular, y en la educación reglada, en general? ¿Realmente es «educativo» lo que se está haciendo?
PG:
Esta es una cuestión clave que cualquier educador o educadora consciente se tendría que plantear: si sirve para algo lo que hoy estamos enseñando… y si hay alternativas. A riesgo de simplificar, yo diría que, básicamente, hoy se siguen enseñando los mismos contenidos que desde hace más de un siglo están presentes en el sistema escolar, con las mismas —o parecidas— disciplinas, con la misma estructura de definiciones, descripciones, clasificaciones… siendo, en el fondo, poco relevantes las novedades (en datos, ilustraciones, maqueta o sugerencias de actividades). De forma que el conocimiento que sigue apareciendo como «valioso» y «verdadero» es el que queda recogido en los libros de texto. Ese conocimiento, que responde a unos códigos consolidados desde hace mucho tiempo, se halla fuertemente arraigado como «cultura escolar», adaptado a ese medio peculiar que es la escuela y considerado como «natural» por la mayor parte de los actores del sistema educativo (profesorado, alumnado, familias, administración). Por eso es tan complicado llevar a cabo un cambio radical del mismo. Pero, por otra parte, es evidente que hoy la misma sociedad espera del sistema escolar que proporcione otros conocimientos, otra formación, a los jóvenes ciudadanos y ciudadanas que se forman en su seno y que se van a integrar en dicha sociedad. ¿Qué sentido tiene que muchas familias estén siendo desalojadas de sus viviendas por no poder hacer frente al pago de sus hipotecas mientras que en la escuela se informa —cuando se hace—, de forma puramente teórica, sobre los derechos ciudadanos recogidos en la Constitución, entre ellos el derecho a la vivienda? ¿Que se sigan estudiando los sectores económicos de manera tradicional cuando vivimos en una economía fundamentalmente financiera, en la que los grandes grupos empresariales controlan directa o indirectamente diversos tipos de actividades y la deslocalización es un despiadado mecanismo de búsqueda de la rentabilidad? ¿Que se continúe enseñando una historia meramente narrativa, que sigue teniendo como eje fundamental los hechos políticos y militares, sin abordar problemas tan relevantes como por qué España puede considerarse como una nación de naciones o por qué ha sido tan largo y costoso el proceso de consecución de derechos para los ciudadanos (y en especial para las mujeres)?… Y así podríamos seguir citando ejemplos que nos mostrarían hasta qué punto la educación escolar parece ignorar los graves y urgentísimos problemas de nuestro mundo, como el agotamiento de los recursos, el aumento de las desigualdades o el cambio climático. Es terrible. No es «educativo» lo que se está haciendo…

ET: ¿Y hay realmente alternativas a esta situación tradicional?
PG: Claro que hay alternativas. Es más, ya muchos enseñantes trabajan en vías alternativas, aunque su trabajo resulte poco conocido, pero esas profesoras y profesores están abriendo un camino de futuro. Para quienes trabajamos en el Proyecto IRES y para mucha gente que está comprometida con el cambio de la educación —y, por supuesto, para muchos teóricos de la educación como Edgar Morin— la clave estaría, ante todo, en reformular el sentido de la educación. La educación tiene que servir de verdad para comprender los problemas sociales y ambientales de nuestro mundo y aprender a afrontarlos, pero no como entrenamiento para un futuro lejano, sino como actuación comprometida ya en el presente. Los alumnos y alumnas son ya ciudadanos de su presente y tenemos que darles la participación que les corresponde. Pero el sistema escolar, tal como está estructurado, no favorece sino que dificulta esta opción; los centros escolares son el contexto menos adecuado para trabajar problemas, para dar participación efectiva al alumnado, para facilitar la acción y el compromiso social real… Habría que cambiar la estructura de espacios y de tiempos escolares, con centros escolares de escala más reducida, con una arquitectura más acorde con estos planteamientos, que fueran verdaderos espacios de actividad social vinculada al entorno, con participación real de toda la comunidad…

ET: Pero es que la escuela, tal como la conocemos, tiene varios siglos de existencia y su transformación no parece fácil… Además, ¿es la única y la mejor solución para educar a la gente? En el fondo, ¿qué es lo que nos «educa»?
PG: En efecto, quizás tengamos que plantearnos de manera radical esta cuestión, que parece gozar de un consenso sostenido: la «bondad» de la escuela como tal. Hay algunos estudiosos que han abordado esta materia. Concretamente, el historiador Raimundo Cuesta (miembro del colectivo Fedicaria, que antes he citado) la afronta en un interesante libro, Felices y escolarizados: crítica de la escuela en la era del capitalismo (editado por Octaedro en 2005). En todo caso, no se trata de tirar por la borda el sistema escolar que la sociedad contemporánea ha construido y estructurado, a pesar de que seamos conscientes de que ese sistema se puede comportar de hecho como un mecanismo de reproducción de un modelo social que no compartimos. La escuela pública es también una conquista social, y tenemos que aprender a desenvolvernos en esa dialéctica, pues la escuela puede ser un contexto educativo potente si conseguimos irla transformando en la dirección que antes decía. No sé si es la mejor solución para educar a la gente; en todo caso, es la solución más disponible que tenemos. Hay que hacer que la escuela que defendemos sea verdaderamente una «escuela pública», no meramente una escuela estatal, sino una escuela con auténtico sentido de lo público. Por lo demás, habría que apoyar con decisión las iniciativas de colectivos que están buscando alternativas educativas bien fundamentadas… Lo que realmente educa son las experiencias con verdadero sentido «cultural» para quienes las viven y participan en ellas.

ET: ¿Qué pasos habría que dar, pues, para que la educación cambie en la línea que deseamos? ¿Y qué podemos hacer todos y todas las que queremos un cambio radical de la educación?
PG: Pues los pasos creo que tendrían que ir en el camino que estoy esbozando, sabiendo distinguir entre la meta y el camino que nos lleva hacia esa meta, aquello que decía Eduardo Galeano sobre la utopía: «La utopía está en el horizonte; camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar». Quiero decir que tenemos que aprender a actuar en el día a día, sabiendo que la meta es lejana, pero caminamos hacia ella. Tenemos que actuar de forma crítica y en los resquicios del sistema, asumiendo que la transformación radical de ese sistema solo podrá llegar por la acción constante, comprometida, en red, de quienes estemos dispuestas y dispuestos a seguir luchando por ello.

ET: Pero, ¿está preparado el profesorado para desarrollar una educación alternativa?
PG: Pues esa es otra de las claves. El profesorado es una pieza fundamental del cambio educativo y sin duda podemos decir que, en general, no estamos formados para desarrollar una educación alternativa, pues el sistema de formación del profesorado, básicamente, sigue siendo un sistema reproductivo, coherente con la dinámica dominante en el sistema escolar convencional. La formación del profesorado tendría que estar mucho más vinculada a la práctica docente real y al desarrollo de experiencias de enseñanza innovadora que trabajaran en las aulas los problemas sociales y ambientales, como más arriba comentábamos. Es decir, utilizar la «práctica» como campo de análisis y de reflexión que dé lugar a una formación «teórica» más conectada con la realidad escolar, y que, a su vez, vuelva a remitir a la práctica como campo de experimentación, en un proceso constante de interacción que requeriría, desde luego, otra estructura de formación de docentes. En todo caso, ya hay muchas profesoras y profesores que están desarrollando una docencia ejemplar y que, por tanto, constituyen referentes modélicos para quienes queremos transformar radicalmente la educación.

ET: La sociedad… ¿desea realmente «otra» educación?
PG:
Bueno, esa es la pregunta del millón… Y se podría responder que sí y que no… De nuevo estamos ante la dialéctica a la que antes me refería: la sociedad como colectivo modelado por el sistema dominante con seguridad «no desea» otra educación; pero también somos sociedad quienes queremos otra educación y luchamos por ella… Y mucha gente terminaría queriendo otra educación si tuviera oportunidades de conocerla y de vivirla en experiencias cercanas. Pues ¡a la tarea!

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