nº27 | política global

Alerta antifascista

El fascismo avanza en Europa.

«Primero vinieron a buscar a los socialistas, y yo no dije nada,
porque yo no era un socialista.
Luego vinieron para los sindicalistas, y yo no dije nada,
porque yo no era un sindicalista.
Luego vinieron a buscar a los judíos, y yo no dije nada,
porque yo no era judío.
Luego vinieron a buscarme, y no quedó nadie para hablar por mí.»

Martin Niemöller

Neonazis con antorchas marchando por el centro de Sofía, Trump, fascistas paramilitares de Jobbik en Hungría, el Frente Nacional de Marie Le Pen, el Partido del Pueblo Danés, Amanecer Dorado en Grecia, Hogares Sociales, los Auténticos Finlandeses, UKKIP, populismo, nacionalismo, anti-inmigración, esvásticas en las calles de nuestros barrios, discursos xenófobos normalizados en los parlamentos de ciudades de media Europa.

El auge de un nuevo fascismo es difícil de negar hoy día. Lo sorprendente es que a los minoritarios grupos de extrema derecha que resistían en muchas capitales se han sumado ahora numerosos partidos que copan el espacio político institucional. Una extrema derecha de marca blanca que conquista el espacio discursivo, dando guerra en la batalla cultural y peleando cada vez más por posiciones hegemónicas. Este fascismo 2.0 se ha quitado complejos, se ha sentado tranquilamente en sus sillones institucionales y está aprendiendo a manejar los códigos para ganar la guerra del sentido común.

¿Qué podemos hacer desde el antifascismo para recuperar el espacio perdido? ¿Por qué no estamos en los barrios dando alternativas? ¿Por qué nuestro discurso se queda en la periferia? ¿Por qué las propuestas antifascistas no son consideradas como una alternativa frente al desencanto que provoca hoy el poder establecido?

Estas y otras preguntas son las que se plantean Patrick Öberg y Emil Ramos cuando se lanzan a sacar adelante el proyecto de The Antifascists, un documental que, a partir de ataques de la extrema derecha en Suecia y Grecia, traza un retrato del movimiento antifascista hoy y los tópicos que lo rodean.

The Antifascists nos lanza un guante, y dibuja los retos que los movimientos antifascistas tienen por delante: desmontar los discursos fascistas que se basan en eslóganes llamativos pero carecen de una construcción lógica que resistan el análisis. ¿Cómo desactivar lemas cargados de populismo y posverdad?; no dejar que el fascismo avance en las calles, mostrar la repulsa ante la coacción que ejercen públicamente; no dejar que copen espacio en las instituciones. En definitiva, no perseguir a nadie por cómo piense, pero no permitir que organizaciones con un discurso de odio y violencia sobre las que son diferentes puedan llevar a cabo sus fines.

Más allá de Grecia y Suecia el fascismo avanza posiciones en Europa. Una Europa azotada por la crisis económica y receptora de migración se convierte en el caldo de cultivo perfecto para el populismo fascista en las calles y las organizaciones políticas de extrema derecha en los parlamentos.

En Austria el Partido de la Libertad de Austria, un grupo racista y populista de extrema derecha, ha ganado terreno tras las últimas elecciones. En Bélgica, tiene representación institucional Vlaams Belang, acusado y condenado por promover el racismo, la xenofobia y la homofobia. En Bulgaria el Ataka, y el RPF, con escaños en el Parlamento, son los promotores principales de los linchamientos a la comunidad romaní. En Francia está el Frente Nacional, en Alemania, el NPD, cuyo líder aparece posando con fotos de Rudolf Hess, y el AfD. Aunque la historia oficial se empeñe, el fascismo no terminó en la Italia de Mussolini; ni el nazismo desapareció después del juicio de Núremberg y del final de la Segunda Guerra Mundial.

En España, hasta ahora, los movimientos fascistas no han conseguido salir de la marginalidad política ya que la respuesta a la crisis ha llegado en clave popular y «de izquierdas» (15M, Mareas, sindicatos de base, etc.). Los intentos del  Hogar Social Madrid y similares (émulos del fascismo del tercer milenio italiano) de marcar el debate político se han encontrado casi siempre con contestación y falta de apoyos, pero el tema catalán ha provocado desplazamientos y se están dando movimientos que podrían ser peligrosos. La centralidad de ese debate genera monstruos y extrañas alianzas por lo que hay que estar más alerta que nunca.

El avance institucional del fascismo tiene sus principales consecuencias en el terror sobre las comunidades más vulnerables. El antigitanismo en Europa es un buen ejemplo de ello. Un antigitanismo que va de la mano del avance de las organizaciones fascistas.  La violencia policial y los asesinatos impunes perpetrados en Bulgaria, Rumanía y Rusia contra romaníes; las expulsiones de personas gitanas en Serbia, Kosovo, Alemania, y el alarmante caso de Francia que sobrepasó las 11 000 personas expulsadas en 2015, respaldan las palabras de Amnistía Internacional durante 2014: «Los Estados europeos no están reduciendo la discriminación, la intimidación y la violencia contra los gitanos y, en algunos casos, incluso las alimentan».

Las personas refugiadas de guerras en Europa corren la misma suerte. En Alemania, las fuerzas de seguridad registraron 3533 ataques contra solicitantes de asilo y albergues de personas  refugiadas en 2016. Los ataques dejaron a 560 personas heridas; 43 de ellas eran niños y niñas, según los datos provistos por el propio Ministerio del Interior.

El discurso y las prácticas fascistas repiten el mismo esquema una y otra vez: dirigir la rabia y el odio contra las poblaciones más vulnerables en lugar de señalar al poder político y económico como el origen de la precariedad de las vidas.

Frente a esta preocupante realidad, nos encontramos con una izquierda institucional débil en las calles, con altas dificultades para generar organización de base, un movimiento sindical desprestigiado por los sindicalismos del régimen y unos discursos emancipadores no traducidos a la sociedad mayoritaria.

Mientras, el antifascismo continúa en la marginalidad política. Asociado en el imaginario colectivo creado por los medios de comunicación con la violencia gratuita y la radicalidad.

Urge un movimiento antifascista amplio en Europa. Cualquier persona que luche por una sociedad más justa tiene el deber ético de declarase antifascista sin miedo a la criminalización que se impone al término. Necesitamos una respuesta a la altura de las circunstancias; que el antifascismo abandone el gueto político y las prácticas autoreferenciales y genere un frente amplio. Traducir los discursos y crear movimiento de base son los principales retos que se nos presentan. El poder lo tienen los medios de comunicación y de producción pero nosotras tenemos la razón.

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