nº53 | está pasando

El enreo. Encuentro de consumidores y productores rebeldes

Huyendo de las cadenas de distribución convencionales y globales, que no tradicionales, y buscando ampliar las grietas anti-estatistas de todo ser contestatario para introducir en ellas adrenalina en modo de autonomía y liberación, nace El Enreo como territorio limítrofe y punto de encuentro entre consumidorxs y productorxs hartxs de las rigideces y el sin sentío del sistema agroalimentario mundial.

Con espíritu festivo y burlón, El Enreo se escapa y andurrea con naturalidad por el Huerto del Rey Moro armao de mecanismos propios, a veces ilógicos, otras agroecológicos y, en su gran mayoría, libertarios. Sin levantar bandera alguna, la negra se ve a leguas, ondeando jubilosa con la creatividad, la espontaneidad y la genuinidad de la mano.

Genuinidad de un espacio nuevo, que se quiere eco-herente a través de la autoorganización en medio de una ciudad dura como el asfalto que cada vez arde más fuerte por la escasez de sombra y árboles vivos. Del eslogan ya manío que nos impulsa a la acción bebe El Enreo, como alternativa de alternativas, aquí la autogestión de la vida se hace praxis. Nos enreamos de verdá para huir del sistema que nos aburre y nos corta las alas, arrebatándonos la responsabilidad para con la vida.

Le damos la vuelta a la pirámide de Maslow y escupimos sobre Adam Smith. Sus lógicas economicistas clasiconas se pervierten cada vez que sacamos del bolsillo nuestras cartillas llenitas de enreos. Enreos que son inconcebibles para ellos y todos sus seguidores. Enreos que refuerzan nuestras intenciones de confrontar construyendo otras realidades sin quedarnos en el mero debate dialéctico.

El Enreo, además del nombre del colectivo, es también el de nuestra moneda social, que con cariño ponemos en circulación en cada mercao para romper las reglas del juego capitalista. Con ella abrazamos el trueque y desplazamos el euro al fondo de nuestro compost.

Sentíamos que el barrio se merecía algo más. Después de tantas décadas resistiendo a la mediocridad materialista, queríamos regalar y regalarnos una aventura que potenciara la tribu. Una tribu que estaba huérfana de poesía nueva que nos recargara la radicalidad. Esta práctica nos permite salirnos del control banal, de la rutina asfixiante y, del poder patriarcal y estatal.

Algo tan sencillo como debiera ser comer sano, alimentarnos con productos de nuestra tierra y cuidarnos en el resto de aspectos de nuestra vida, se vuelve muy complicado en la vida desarrollista. Las megacadenas alimentarias junto con las grandes distribuidoras han conseguido llevar a la razón ilustrada al mayor de los ridículos. Los alimentos han dejado de ser alimentos para convertirse en objetos con alta capacidad de movimiento, altas dosis de pesticidas y fertilizantes químicos, y escaso sabor. La magia al comer desaparece, y la agroindustria se esfuerza por mantener la mercadotecnia de lo natural como parapeto para que nos olvidemos de ella. Los supermercados de aquí se abastecen con productos de allí, y los de allá con productos de aquí. Kilómetros y kilómetros, petróleo y más petróleo.

El campo dependiente de la energía fósil se eleva como realidad repugnante y dolorosa, también temerosa, que grita descaradamente para que lo miremos y le echemos cuenta antes del agónico suspiro final.

El Enreo como ente empático y comprometido le dice ¡basta! al globalismo capitalista y a otros muchos -ismos. A Amazon y a Carrefour —entre otros— los invita a la putrefacción; El Enreo se envalentona cada mes para generar nuevos circuitos cortos de comercialización que pongan un poco de cordura entre tantas lógicas extractivistas.

En El Enreo, la imagen de la maraña se hace patente, personas enreás para consumir y producir localmente apropiándose del concepto de mercado para convertirlo en un mercao afín que aumente nuestra capacidad de responsabilizarnos de lo que consumimos y comemos. Un lugar para construir confianza y huir de las dinámicas oscuras y dañinas con la tierra que se ha dedicado a espolvorear el sistema mundial de la agroindustria.

En ese sentido, El Enreo utiliza entre otras herramientas, la forma del mercao tradicional como lugar de encuentro e intercambio, haciendo de ese día un catalizador que estimule la creación de vínculos estables entre las personas enreás. Para eso se apropia de la alegría como revulsivo, abriendo también otros canales sensoriales del disfrute. Desde esta otra lógica, el mercao se convierte no solo en la expresión máxima de relación directa entre producción y consumo, sino también en akelarre y jolgorio, alacena de placeres y sentires que une y genera confianza y comunidad, como siempre lo fue, hasta que llegaron las normativas y estandarizaciones opresivas que vulneran la vida.

Pudiendo expresarnos con libertá en nuestro periódico favorito del barrio, nos atrevemos a decir que El Enreo es una experiencia política que busca la metamorfosis de la vida de la mano de la estacionalidad de la huerta, aireando su capacidad de adaptación en la era postpandémica y contribuyendo a facilitar un consumo consciente, al tiempo que se va convirtiendo en un espacio más de resistencia en el que podemos construir realidades más gustosas para nosotras mismas y para con la tierra.

Pa la colectividad, desde la colectividad. El Enreo se asamblea y se cuestiona a sí mismo. Se desahoga y se divierte enreando. Se construye caminando.

Nos apoya

Red formada por grupos de consumo y personas productoras que comparten la inquietud por “comer bien”, entendiendo este concepto como algo que va más allá de un mero intercambio de comida por dinero. Promovemos la soberanía alimentaria y el cuidado de la naturaleza, basándonos en la relación directa entre productoras y consumidoras, en la confianza, en el apoyo muto y en la cercanía geográfica.