nº17 | política andaluza

El anarquismo y Andalucía

El lojeño Pérez del Álamo escribe a principios del siglo XX la sentencia que continúa vigente hoy: «En este país (…) todo es posible, menos tener memoria». Andalucía es una tierra que con tesón pretendieron desnudar de memoria para colocarle panderetas por zarcillos. «Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir», dice Saramago, que vincula el compromiso de la acción desde la conciencia de lo que somos.

La intención de negar el conocimiento de hechos del ayer siempre corre en paralelo al propósito de silenciar aquello que amenaza el orden hegemónico de los privilegiados. De aquellos que articulan relatos que no cuestionan su supremacía. Sabemos muy poco de nuestro pasado y es hiriente cómo capítulos enteros referidos a nuestra historia social se omiten en nuestros libros de texto de colegios, institutos y universidades andaluzas. Un pasado reciente que es donde con mayor énfasis podemos encontrar muchas explicaciones sobre nuestras formas de estar y vivir en este mundo. Necesitamos de la memoria para ser personas, para ser conscientes de nuestra realidad. Carlos Cano decía que «ser andaluz es la forma cultural que tengo yo de ser persona» y ligaba la indisoluble articulación identitaria con la búsqueda incesante de nuestra memoria como pueblo.

Uno de los episodios silenciados de nuestra historia, que tiene mucho que ver con la etnogénesis cultural de Andalucía, fue la del movimiento libertario andaluz.

Uno de los episodios silenciados de nuestra historia, que tiene mucho que ver con la etnogénesis cultural de Andalucía, fue la del movimiento libertario andaluz

Las reivindicaciones jornaleras del siglo XX comienzan en el siglo XIX a consecuencia de la usurpación o el robo de una ingente cantidad de terrenos comunales. Cabral Bustillos plantea que si algo caracteriza a la edad moderna andaluza es el predominio de la propiedad municipal de la tierra, sentenciando que antes de la Andalucía latifundista y jornalera hubo una Andalucía de campesinxs y propietarios colectivxs de la tierra. En la sierra de Cádiz, por ejemplo, había localidades conformadas por propietarixs comunales que accedían de forma ordenada a sus bienes, no por jornalerxs que pusieran en venta su fuerza de trabajo. Es el caso de Jerez de la Frontera o Alcalá de los Gazules, donde más del 70% de sus 45 000 hectáreas eran aprovechadas por los vecinos y vecinas. Todo el vecindario tomaba parte en el disfrute de los recursos agrarios de manera gratuita, pero bajo una estricta regulación emanada de unas ordenanzas que aspiraban a no sobreexplotar el común, según fórmulas que se habían mantenido con escasas variaciones desde la edad media y, en no pocos casos, desde el pasado musulmán. Es decir, con procedimientos a la vez equitativos y sostenibles de gestión, acreditados a lo largo de siglos, desmintiendo a aquellos que propusieron el modelo privatizador como mejor salvaguarda de estos bienes. Los montes de propios que han sobrevivido son, en la gran mayoría de los casos, restos de estas propiedades y atestiguan la importancia de las mismas en pueblos de Sierra Morena, o de las cordilleras Béticas y Penibéticas.

Fue en el XVIII y bajo la influencia de los pensadores ilustrados cuando se pone en marcha la justificación ideológica de lo que será el proceso desamortizador que se desarrolla en el XIX y XX. Cuando se mercantiliza la tierra y se vende a la nobleza o a la burguesía industrial y vitivinícola emergente. Cuando, en definitiva, se convierte a lxs propietarixs colectivxs en jornalerxs. Cuando a las andaluzas y andaluces se les excluye del acceso a unos bienes en los que sus padres, madres y abuelas encontraron el sustento. Cuando el régimen de subastas imponga el pago de un canon sobre aquellos recursos agrarios que nunca fueron de nadie porque fueron de todxs.

¿Y qué hizo el que algunos han descrito como «dócil pueblo andaluz»? ¿Bajar la cabeza y conformarse? ¿Mirar con indolencia su tragedia y adaptarse al servil papel que trasladarían a sus comedias los Álvarez Quintero? ¿O cantar con despreocupación y jolgorio como si a ellos y ellas, como dijera Ortega, les mantuviera el sol, cual vegetales en el Edén?

Antes de la Andalucía latifundista y jornalera hubo una Andalucía de campesinxs y propietarixs colectivos de la tierra

El siglo XIX será testigo de un encarnizado enfrentamiento entre las poblaciones expropiadas y los beneficiarios del nuevo régimen latifundista. El «socialismo indígena» y la rebelión contra las privatizaciones se alentó con la difusión de las ideas anarquistas y, en muy en menor medida, socialistas, dando lugar a uno de los movimientos agrarios más combativos de la historia contemporánea europea. La aspiración a la tierra, la idea de autogestión de los recursos forestales y ganaderos, la pretensión de «no servir a nadie» no era un planteamiento futurista, no era una idea a la que aspirar, era una realidad coetánea que les había sido negada. Era el contexto en el que se enculturaron con sus paisanos y en el que situaron sus maneras de estar en el mundo. La expropiación de sus recursos se vivió como un robo. A. Miguel Bernal plantea que hubo una relación directamente proporcional entre la intensidad de la expropiación y la lucha activa en los pueblos. Porque no estaban dispuestos a dejar sin más, como recordaba un grupo de ganaderos en un pueblo de Cádiz en 1931, que «determinados elementos hicieran de (los) Montes del Pueblo un negocio (…) convirtiendo en obreros a muchas familias que antes no tuvieron que servir a nadie».

El XIX vive el levantamiento de la gran mayoría de las andaluzas y andaluces ante tamaña injusticia. Primero, como nos comenta Calero, por la vía legal, planteando pleitos de señorío. Luego se pasa a la acción directa, en la que hay que encuadrar muchas de las acciones que algunos conocen como bandolerismo, hasta, finalmente, llegar a la «acción política y la revuelta armada, la desobediencia civil, la insurrección» y a la organización sindical. Esta última fase comienza con la quema de los archivos registrales de la nueva propiedad en El Arahal, donde además ondeó por primera vez, en 1857, la bandera roja. En 1861, en Loja, diez mil jornaleros encabezados por Pérez del Álamo toman la ciudad durante varios días con la pretensión de acabar con el caciquismo y la expropiación de las tierras públicas que tanta hambre sembraba. La represión fue brutal. Y no es casual que el año 1844 se instituya la Guardia Civil para «proveer al buen orden, a la seguridad pública y a la protección de las propiedades». Tampoco será casual que ubiquen sus cuarteles en la empobrecida Andalucía como garantía de que el robo se perpetre sin incidentes.

En 1870 aparecen las primeras sociedades andaluzas adscritas a la AIT (Asociación Internacional del Trabajo) y los intentos para que «la tortilla diera su vuelta» se repiten por distintos pueblos y grandes ciudades andaluzas: en 1877 se produce una insurrección popular en Montilla «con violencia contra las personas y los bienes de los propietarios (…), reparto de tierras en Bujalance, intentos frustrados en Pozoblanco». En 1882 se celebra el Congreso de la libertaria Federación Regional Andaluza en Sevilla, en la que participan sociedades de muchos pueblos de Andalucía. En 1884 comienza una sistemática represión contra estas organizaciones, que alcanzan su punto álgido con los juicios contra la Mano Negra. En1888 tiene lugar en Riotinto la matanza indiscriminada de mineros, campesinos, vecinas y vecinos que se conoce en la comarca como «el año de los tiros», reivindicándose hoy la fecha para conmemorar las luchas de contenido ambiental existentes en el mundo. En 1890 se celebra por primera vez el 1º de Mayo y, un año después, los jornaleros de las vegas del Guadalete toman Jerez de la Frontera, desencadenándose una cruel represión rememorada en uno de los romances del inmortal Federico García Lorca. En 1901, de nuevo, los anarquistas convocan una huelga general en Sevilla, así como en Teba o en el Campo de Gibraltar, donde mil trescientos trabajadores proclaman la huelga general. Las reivindicaciones y las luchas se suceden en un sinfín de ocasiones: huelga general en Riotinto en 1914; huelga general en 1916; manifestación multitudinaria de las mujeres malagueñas por la capital de la provincia y paro general en 1916. De 1917 a 1919, las reivindicaciones de los campesinos andaluces se multiplican, en lo que se conoce como el «trienio bolchevista», alentadas por el derrocamiento zarista y el triunfo de la revolución soviética. Tan solo la sistemática represión asesina del franquismo logró liquidar el movimiento que resurgirá con fuerza en el tardo y posfranquismo. Nunca hubo tierra tan bien abonada para que creciera la semilla del anarquismo, glosó Díaz del Moral, que en el primer tercio del siglo XX se preguntaba en medio de las incesantes luchas de las andaluzas y andaluces «quiénes eran los luchadores que tan gallardamente se batían; quiénes les habían enseñado sus tácticas de combate; cómo habían llegado a constituir sus maravillosas organizaciones (…); cuál era la contextura espiritual de aquellos hombres».

Somos un pueblo construido desde la impronta que los acontecimientos recientes dejaron en nuestra piel

Estas realidades tuvieron sus efectos, no solo en cuanto a que cambió la composición social de Andalucía, sino en la forma de percibir la realidad: una concepción dualista del mundo compuesto de nosotros y ellos, de obreros y señoritos, palabra que atiende a la futilidad del mismo en la producción… o la proyección de unas reivindicaciones por la conquista de la tierra y la redistribución de su riqueza que distinguió al campesinado andaluz. «No servir a nadie» se convirtió en una de las aspiraciones que entran a formar parte de los elementos identitarios del pueblo andaluz. Isidoro Moreno plantea que el anarquismo andaluz «no fue solo un potente movimiento sindical (…) sino un movimiento contracultural, una cultura alternativa que no daba solo una respuesta colectiva al problema de la igualdad social, sino que también pretendía transformar» a cada persona. Fueron en algunos sitios setenta años hasta la sistemática represión franquista de ateneos libertarios, de compromiso pedagógico y de escuelas libertarias, de discusión sobre una nueva ética por la igualdad, de la que aún nos queda mucho por investigar y conocer.

El municipalismo se convierte en uno de los órganos referenciales del cuerpo social de nuestro pueblo, como primer y fundamental espacio desde donde conseguir el sueño de autogobernarnos, para lograr las aspiraciones colectivas de los sectores mayoritarios. Porque las propuestas de futuro autogestionarias, las estrategias libertarias centradas en la exigencia de recuperación de las tierras perdidas, se plantearon desde lo local.

Somos un pueblo construido desde la impronta que los acontecimientos recientes dejaron en nuestra piel. Nuestra cultura es resultado de un proceso histórico, complejo y único, como la de cualquier pueblo. Que resulta de las contradicciones y procesos vividos en los últimos siglos. Ahora vienen tiempos de juntarnos y unirnos. De construir desde el suelo. Desde lo local en un mundo global. Desde los valores contrahegemónicos de una cultura, la andaluza, que mira al futuro con la creatividad y la autonomía por la que siempre peleó. Desde los valores solidarios y colectivos que construyeron tantas y tantos andaluces.

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Lanónima somos un centro social autogestionado por un grupo de amigxs y algunos colectivos que nos hemos juntado para vernos, compartir y organizar los eventos que nos apetecen, abiertos a la ciudad.