nº41 | política andaluza

Economía social subversiva: La Vacuna

Álvaro González Franco, jefe de Medicina Interna del Hospital Universitario Central de Asturias indicaba en las primeras semanas de epidemia: «Estamos viendo que el daño en los enfermos no es tanto por la lesión que provoca el virus en las células, sino por la respuesta inmune del organismo, que es la inflamación».

Del mismo modo, el daño a la economía no es tanto por los efectos del virus sino por la respuesta del tipo de economía en la que vivimos: la economía capitalista. Una economía que tiene por objetivo la acumulación de capital; para la que solo es trabajo aquel que genera ganancias; que confunde valor con precio; que privatiza los bienes comunes; que necesita la destrucción de la naturaleza; y que usa el dinero para ganar dinero.

La economía capitalista está respondiendo al virus como le es propio: dañando a las personas. Inflamando el dolor para salvarse ella, a costa de la gente. Esta economía es más mortífera que el virus, que todos los virus, pues es ella la causa de su generación; porque tiene una respuesta inmune, para salvarse ella, que no pone en duda el sacrifico de más seres humanos; que no dudará en destruir naturaleza o pequeñas actividades económicas que sostienen muchas vidas.

La economía, sin adjetivo, debe tener como fin mantener y enriquecer la vida. La economía capitalista, sin embargo, solo cumple con este objetivo si es útil para la acumulación de capital. Solo salva vidas si así obtiene ganancias. Las vidas se subordinan al capital.

La economía no es contraria a la salud. La economía capitalista sí. Por tanto, es preciso, más pronto que tarde, cambiar la economía en la que vivimos. Se debe, se puede.

La doctrina del shock a la andaluza

La COVID-19 es un subproducto más de la incesante destrucción de los hábitats por parte del capitalismo global. Los recortes sociales, la deslocalización productiva y la movilidad insostenible han favorecido su letalidad.

Las consecuencias de las catástrofes y las crisis no afectan a todo el mundo por igual. La sociedad andaluza, tras siglos de mal reparto y cuarenta años de políticas neoliberales deslocalizando la economía, recortando derechos y adelgazando el gasto público sanitario, se encuentra más indefensa que otras sociedades ante las consecuencias socioeconómicas de la pandemia. Los datos de desempleo y pobreza antes de la crisis indicaban nuestra peor posición. En los próximos meses esta mala situación empeorará bajo las luces de neón de Canal Sur.

«La locura está en comportarse siempre de la misma manera y esperar un resultado diferente», dijo Einstein. La posición del Gobierno andaluz es pretender salir de la crisis con las mismas líneas políticas que nos han traído hasta aquí. Un claro ejemplo es el Decreto-Ley 2/2020 Mejora y Simplificación de la Regulación para el Fomento de la Actividad Productiva en Andalucía. Con esta norma mejorará y será más simple la puesta a disposición del capital de todo lo andaluz rentabilizable; llevar al límite aquello de «poner en valor».

Todo por crear «trabajo», dirán, como si lo que nos faltara fuera trabajo y no renta. Hasta son capaces de «vender a la madre, si hace falta», por «progresar» en su desquiciada lógica de acumulación. La «doctrina del shock a la andaluza».

Y venga rollo local

Nada nuevo bajo el sol. Desde la década de 1980 se llevan poniendo en marcha políticas económicas que impulsan el mismo modelo productivo extractivista de siempre, basado en los mismos sectores o actividades productivas y en el mismo tipo de empresa. Empresas de capital, local o foráneo, absorbiendo ganancias en actividades turísticas, agricultura para la exportación o minería. Tal como dice Isidoro Moreno, dos de los tres sectores del «nuevo» modelo productivo los iniciaron los romanos. Y ahí seguimos, «modernizándonos», «innovando».

En todo esto hay un protagonista por encima del bien y del mal; asumido por todos los partidos políticos en los ayuntamientos, en las diputaciones; valorado como positivo, no sujeto a crítica por nadie. ¿Quién es tal ingenio político capaz de unir a gobiernos municipales de fachas y rojos? Las políticas de desarrollo local impulsadas desde la Europa comunitaria. Estas políticas, sin embargo, deberían denominarse «neoliberalismo territorial». Estas políticas han propiciado que las instancias públicas (de ámbitos locales y territoriales subestatales) se mantengan al servicio de la acumulación de capital, propia de la economía capitalista. Para ello, se han basado fundamentalmente en tres elementos:

a) la «puesta en valor» del territorio o mercantilización de cualquier recurso local potencialmente vendible o rentabilizable en términos monetarios;

b) la valorización social de la figura individual del empresario tradicional, renombrado como «emprendedor»;

c) dirigir el gasto público en favor del capital, ya sea local o foráneo. Además, estos elementos se
complementaban con las políticas de «empleabilidad», y se culpabilizaba de su situación a la persona desempleada, y todo se enmarcaba en simpáticos discursos de participación, innovación, actitudes, etc. En los «Andalucía Orienta» se orientaba a las desorientadas personas sin empleo y con déficits de «empleabilidad».

Años y años de enseñar a hacer currículos; de conferencias tipo «Tu proyecto eres tú. Activa tu mejor versión»; de charlas de CEOs de empresas de coaching especializadas en «bienestar organizacional»; de conferencias de «emprendedores locales de éxito» que quebraron año y medio después del motivador discurso; de «coffee break and network», es decir, de tomar un café y una tostada con aceite para mayor gloria del dueño del bar «con carnet» que ha diversificado su actividad hacia el catering a domicilio (a domicilio, sí, que recibió una subvención para comprarse la furgoneta).

En fin, demasiado tiempo de políticas de desarrollo local neoliberal, esa política económica local que apenas ha sido valorada, criticada y mucho menos evaluada. Tanto que tras décadas de implantación en las localidades de Andalucía, continuamos con ratios de desempleo, emigración y pobreza de enorme envergadura.

Nada de ojana: innovación y transformación real

Frente a la economía capitalista, frente al modelo productivo extractivista, frente a tanto rollo y desfachatez, existe la alternativa de un nuevo modelo productivo con la economía social transformadora como agente relevante. Un nuevo modelo productivo transformador que ponga a las personas por delante del capital; que democratice las oficinas, las fábricas o los cortijos.

Un verdadero modelo productivo innovador se debe guiar, paradójicamente, mirando atrás, a los valores jornaleros del cumplir, la unión y el reparto; debe profundizar en la propiedad colectiva de los medios de producción y servir para que las personas dejen de ser meras mercancías en búsqueda de un salario. Cuando hoy queremos que la economía social transforme Andalucía no estamos inventando nada nuevo: está en la tradición del primer cooperativismo andaluz, aquel que, como nos recuerda el profesor Carlos Arenas, tuvo como motores la libertad y la voluntad salida de la ideología transformadora y el conocimiento.

La economía social y el cooperativismo transformador pueden suponer una vía para que Andalucía sea dueña de sus recursos y actividades económicas y los dirija a satisfacer las necesidades prioritarias de la población andaluza en materia de empleo, de vivienda, de alimentación, etc. Además, desde las entidades o prácticas socioeconómicas transformadoras es posible avanzar en una Andalucía más democrática y solidaria. En fin, como planteaba M. Haubert en 1984, creemos que es posible construir una economía social andaluza con vocación subversiva capaz de unir a las mujeres y hombres de los grupos sociales dominados y explotados y, de este modo, hacer que no haya en Andalucía tanta dominación y tanta explotación.

Convencimiento para la autogestión

Para lograr lo anterior hay mucho camino por recorrer. A continuación planteamos algunas ideas que quizás lo facilitarían. En primer lugar, creemos necesario construir y difundir un discurso de economía social y solidaria transformadora. En Andalucía la economía social tiene como referencia hegemónica el cooperativismo agrario. Un cooperativismo de propietarios de tierras que ha afianzado la desigualdad en la propiedad de la tierra, la precariedad en el trabajo jornalero dependiente y que es básico en la especialización andaluza, en la globalización, en la exportación de productos agrarios (aceite, aceituna mesa, hortofrutícolas agricultura intensiva). Cualquier estrategia de impulso de la economía social transformadora debe impugnar este cooperativismo, esta economía social hegemónica.

En segundo lugar, hay que formular nuevas políticas de desarrollo local. Frente a estas políticas de neoliberalismo territorial hay que apostar por un desarrollo local transformador, comunitario, que tenga como agente fundamental la economía social transformadora. Entender por desarrollo local transformador al conjunto de estrategias políticas y elementos teóricos cuyo objetivo sea la mejora y el aumento de la capacidad que las personas que habitan un determinado territorio tiene para resolver sus problemas económicos y, así, mantener y enriquecer su vida. Las entidades o prácticas de economía social transformadora se convertirían en la base de otro desarrollo territorial o local.

En tercer lugar, asumir que la economía la hacemos nosotros y nosotras. Para que surjan entidades de economía social transformadora, cooperativistas, prácticas de consumo consciente, ahorro ético y solidario, etc., es preciso dejar de pensar que «la economía la hacen otros»; que los problemas económicos se resuelven desde arriba, desde afuera, desde otros. Esta es la antítesis de la autogestión, imprescindible para alcanzar otro modelo económico.

La economía social con vocación transformadora, el desarrollo local transformador comunitario, las prácticas socioeconómicas transformadoras (producción, distribución, consumo o ahorro) no son consideradas como alternativas a la actual economía de la propiedad privada, el trabajo asalariado y el valor de cambio por casi ninguna fuerza de política institucional, sindical o social. Para cambiar esta situación es esencial afianzar y convencer del potencial de transformación desde la producción, el consumo, la distribución y las finanzas y, a partir de ahí, aumentar la intercooperación con otras organizaciones e impulsar que la gente quiera ser parte de esta economía social con vocación transformadora. Es decir, la economía la hacemos nosotros y nosotras y, a partir de ahí, es preciso impulsar un discurso socioeconómico alternativo asumido por todas las fuerzas sociales, sindicales y políticas que aspiren a la transformación social. De este modo se mejorará la necesaria intercooperación entre los diversos movimientos.

No le cojan gusto a las cadenas

La economía capitalista, la acumulación de poder, la «distancia y disciplina social» nos ha traído hasta aquí: una crisis sistémica precipitada por un virus. Frente a esto podríamos avanzar hacia la distribución del poder, del capital, de los trabajos; hacia la asunción de responsabilidades colectivas e individuales no disciplinarias; hacia la cooperación que acorte distancias. El reparto, el cumplir y la unión, ideas y valores de las luchas jornaleras, de esa gente que «habla tan mal», y que están plenamente vigentes para nuestras luchas socioeconómicas actuales.

«Lo peor de la condena, es cogerle el gusto a las cadenas.» Dice una letra de Isabel Escudero cantada por Rocío Márquez. Acabemos con la condena, despreciemos las cadenas, como el trabajo asalariado dependiente o el marco capitalista que nos asfixia, y busquemos prácticas socioeconómicas transformadoras que aumenten nuestros grados de autonomía; impugnando de forma nítida la economía capitalista.

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